Cantos Prohibidos
Por Alberto Espinosa Orozco
La Pobreza
Cae la tarde en la ciudad añosa;
El día es de un aire limpio en el azul sereno
Mientras los copos blancos que bogan por el cielo
No alcanzan a lavar abajo el mundo gris
Que se asoma apenas entre las calles yertas
Cuyas sombras van inundando las aceras.
La avaricia que al dios del metal rinde su culto
Dicta el hambre de poseer que no se sacia
Sino en acumular más y más cifras abstractas
Para colmar los caprichos frustrados del deseo
Y luego, entre el cieno, amurallarse en la mezquina
Forma a la que todo se somete o lo doblega.
Inconmovible el corazón petrificado arroja al aire
Sus migajas, luego de haberlas entre el fango
pisoteado;
El corazón perpetra así el rito que lo llama para
luego
Ser envuelto entre las llamas y consumirse entero
En el frío vacío de la nada, donde nada hay que hacer,
nada,
Donde no hay nada: pasos desiertos al borde de las
llamas.
Reventando los botones a la mitad del pecho henchido
El corazón se engolfa en las aguas del estanque que
corren
Al abismo, esclavizado por el hambre, dominado en el
laberinto
Inacabable del instinto, que solo se abre a la
lascivia de la sangre
Mancillada, para beber de la mesopotámica copa del
horror,
Narcótica y viscosa, anacrónicamente, como antes del
bautismo.
El Circo
Nada vale hoy; todo es representación, teatro,
vana apariencia,
porque no es la verdad
lo que a los corazones llama, sino el circo:
nos hemos vuelto actores, siempre lo fuimos;
a la palestra salimos, actuamos nuestro papel
afortunada o desafortunadamente nos movemos,
peinados, limpios, erguidos, bien vestidos;
luego cae el telón: es la muerte fatal que nos acoge.
Eso es todo: la
función ha terminado para que luego
la función vuelve a empezar, volvemos a leer nuestro
papel:
con nuestra propia voz dotamos de carne al espectáculo;
pedimos poca cosa: en el camerino un espejo, tras
bambalinas
un beso, y el tablado la conjunción de una rima en el
verso ,
la posesión de la figura que nos da forma cayendo como
un rayo
y en las butacas sin fin el aplauso unido del público
diverso:
el gerente del teatro es el que gana: una mescla de
tigre y de payaso.
El Dogma el Día de Hoy
El dogma el día de hoy es el exilio,
vivir de espaldas a las voces, entre el ruido;
vivir fuera de casa, sobre la arena o sumergidos
entre la densa bruma del olvido.
El dogma el día de hoy es no estar vivos;
nacer el día de ayer, hace un instante,
para agostados
declinar para la tarde
ardiendo ciegos
en la noche al otro instante.
El dogma el día de hoy es ser vencidos;
tener el alma en un rincón y amurallada
como un gran pozo de vacío y anegada
por la enturbiada estulticia de la nada.
El dogma el día de hoy es la sordera;
encerrarse en el laberinto de la oreja
azotada entre tinieblas por las trombas
del ansia insaciable de las sombras.
El dogma el día de hoy es lo prohibido;
revolcarse entre las aguas de las yagas
dejando al alma anegarse en la caverna,
indolora en el incendio -bajo una lápida.
El dogma, vuelvo a decir, son las cadenas
de la insensata soberbia que levanta
una arenisca que hiere la garganta
para enturbiar el juicio, subsumido
en los confusos laberintos del instinto
o en la obediencia fatal del terco olvido.
Pisamos con extranjero pie una tierra
donde la verde lluvia al pasto estremeciera
vuelta en la noche callejones sin salida
que palmo a palmo se nos vuelve arena
calcinada, carcomida, irreal: agua abismada
en que zozobra el sin-sentido de la nada.
Confín
Vamos por el confín del tiempo
por un sendero de arenas movedizas
entre un valle de sombras cenagosas
encallados en la isla del olvido.
Marchamos lejos, paso a paso, del origen
con el alma sedienta y ya desierta
por siniestros y oscuros arrabales
acosados por presencias vagarosas.
Los botes de otros días y sus mareas
se deslizan a los áridos confines
del reino de las luces espectrales
aherrojados por murallas fantasmales.
Por querer hacer que fuera nuestra
la ley por la cual pertenecemos
no la palabra se escucha en ese valle
de aletargadas desdichas sin espera
donde el humo mantiene prisioneras
a las antiguas potencias de la tierra
-dejando todo trabajo derramado
en las aguas que corren hacia abajo.
Las cisternas del saber que presumimos
construidas en el fulgor del medio día
quebrantadas en sus hondas cañerías
dejan filtrar el agua de sus pozos.
La última gota, sin saber a dónde,
se ha derramado o se evapora con la tarde
en el tortuoso valle y no se encuentra
la corriente que manaba de la fuente
sino el vaho, el sudor, tal vez la goma
y los ojos sin luz, cifrados en ambiguas
posesiones o decorando sus pasiones
entre murmullos de la carne amotinada.
Más en el valle está renaciendo el río
del prodigio, surgiendo siempre en medio
de la riente fuente –no su corriente,
que el tiempo incesante ha desleído.
Porque la sed de luz un día será saciada
por un agua sin salitre y sin abismo
-como el río que crece desbordado
despejando a los vientos movedizos.
Noche con Chispa
En el fondo del ojo que se abisma
un resplandor de luz, apenas una chispa,
se enciende reflejada entre la niebla
al rebotar en el espejo de la tierra.
Un escudo imparcial de madrugada
Y una balanza entre los días que se apagan
donde la angustia asfixiante mezcla al hielo
un palpitar de sol cayendo desde el cielo.
Sobre un telón de fondo de satín cromado
las huestes en hileras van marchando
imantadas por la fiebre del abismo
para arder más allá del cataclismo.
El ulular de un búho torvo mensajero
cruza en su vuelo el desierto de negrura
llevando en su sangrante pico una quimera
a la senda de las almas prisioneras.
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