Ángel Zárraga: el Futbolismo
Por Alberto Espinosa Orozco
La crisis de
angustia profunda que deja como herencia la guerra danzando en el fondo de
París y las delirantes discusiones teóricas del movimiento estético cubista,
por él encabezado, hacen a Ángel Zárraga caer enfermo en el año de 1918.
Durante su
enfermedad decide organizar su vida, marchando a la campiña francesa para
experimentar el paisaje bajo la paleta de Cezanne y casándose con una
bella y atlética joven rusa, cuyo verdadero nombre Zárraga intentaba mantener
oculto. Hay quien afirma que no era rusa, ni se llamaba Jannete Ivanoff, sino
polaca, cuyo verdadero nombre era Jeanne Moots. Lo cierto es que se trata de
una fuerte personalidad, de gran porte, maestra de danza rítmica e interesada
en los problemas de estética. Jannete se ocupa del pintor, quien recupera la
salud física y se casa con ella en 1919. Viajan a California para luego vivir
juntos en el número 9 de los Chaletres Talleres de la Cité des Artistes, en el
boulevard Argo. Son de esa época: Estudio de Mujer, 1917; Las
Futbolistas, 1922; Mujer de Rosa, 1922; Naturaleza
Muerta, 1922; Paisaje, S/F.
Jannete
Ivanoff fue una futbolista de fama y renombre, llegando a ser la capitana del
equipo Les Sportivs de París, que gana el campeonato de 1922, por lo que es
retratada por el pintor junto con las estrellas coequiperas Hennrriete Comte y
Thérese Renault . En 1924 pinta una serie de grandes lienzos sobre el fútbol,
los cuales son comprados de inmediato por el periódico Excélsior de París –y
así como fue el Fray Angélico del cubismo se convirtió más tarde en el Ingres
del Fútbol.
En los
cuadros deportivos y del futbolismo Zárraga quiso expresar la mística de la
acción y de los deportes, donde desarrollar el valor de la voluntad y la fuerza
moral aportada por la disciplina. En realidad se trata de un empeño del artista
por volver al estudio del hombre y de su inalienable esencia. Así, Zárraga
continúa su reflexión sobre la exterioridad expresiva del cuerpo humano, en
especial de la figura femenina, trasportando el lenguaje de la expresión mímica
humana en términos de un formalismo absoluto, aunque ciertamente amable y
aún decorativo, con el cual logra profundizar en la sicología. y
profunda complejidad del hombre moderno-contemporáneo, alcanzando figuras no
exentas de perfección y angélica monumentalidad. Se le ha reprochado que en tal
obra lo que se expresa no es más que el culto a la figura, al
hedonismo del cuerpo, más que los valores clásicos de pureza y serenidad.
Algunos incluso han ido más allá, apuntando a la
“transexualidad” de los deportistas, a la visión de los sexos en una sola
constitución humana. Algo debe haber de cierto en ello, puesto que en el
lienzo Mujer de Rosa (1922) Zárraga dejó el testimonio de una
escena ambigua, protagonizada por la misma Jannete quien de hinojos suplica a
otra mujer, en un a escena de carácter lésbico. Sin necesidad de ir
tan lejos, lo que se puede decir, más bien, como no ha dejado la ciencia médica
de denunciar, es el reconocimiento por parte del pintor del fondo meramente
biológico en las actividades deportivas. Época efectivamente de hedonismo del
cuerpo y de culto a la figura, la cual captó el artista en un retrato a su
primo, coterráneo suyo, el famoso actor Ramón Novarro (1919-1920).
A la
búsqueda de valores clásicos de pureza inmanente el futbolismo de Zárraga añade
empero una tesis de carácter social, cuyo ideal es el de devolverle al pueblo
pauperizado su bloqueado volumen de voluntad y de fuerza moral mediante las
disciplinas deportivas. Se trata, en efecto, de una mística de la acción
traspuesta popularmente a términos deportivos, para enseñarla en México, donde
abundan los soñadores, a perfeccionar la molicie o la descompostura del cuerpo
por el deporte.
A lo largo
de su extensa obra el pintor durangueño desarrolló toda una
filosofía del cuerpo, refinando en ese tiempo su visión del movimiento, ya que
fue un gran aficionado a los estadios y a las competencias atléticas, a las
carreras a pie, al fútbol, al básquetbol, a la natación. al rugby, al tenis. A
su prodigioso instinto de pintor se sumó el más cultivado talento hecho de
afinamientos sucesivos y aureolados siempre por el buen gusto, un poco seco a
ratos, y la elegancia de un paradójico espíritu: religioso, sereno y a la
vez ardientemente cultivado.
Torpemente
se ha querido retrasar el triunfo de los modernos, y de Ángel Zárraga en
particular, por su cultura francesa y su espíritu religioso –porque la actitud
característica de la reacción ha sido siempre la de fingir ignorancia para no
comprender la vida radical y desinteresada del espíritu, ya sea en política o
en literatura, religión o en el arte. Empero, México ha querido ser
un país original y eso sólo puede hacerlo siendo radicalmente moderno –y una de
sus visiones más potentes es, sin duda alguna, la aportada por los experimentos
franceses del atlético y culto pintor cubista-muralista: el durangueño Ángel
Zárraga Argüelles.
Pintura
soberbia fue el cubismo, experimento de abstracción de la vida concreta que
exigía por su excentricidad una reacción: el retorno, pues, a la verdad humana. La
historia entera puede verse como una sucesión de mutaciones y de
reacciones, de excesos y de retorno a lo tradicionalmente asentado. Así a la
revolución cubista se sucedió el imperio y vuelta de lo clásico: de Rafael, de
Ingres, de los volúmenes corporales que tienden a lo alto. Porque el hombre,
ese animal, esa máquina de huesos, está también permeado por un sentido que
sólo a él pertenece, que no queda más remedio que llamar metafísico -siendo en
la constitución humana los dos polos equilibradores, centradores, de la
vida y de la salud, los planos físicos y espirituales -teniendo la grandeza
física su escenario en los colosales estadios y cosos deportivos,
y la altura espiritual su mejor foro en los
templos. La idea directriz del artista: la purificación del templo
del cuerpo por el deporte y el saneamiento del cuerpo del templo por
un retorno a una renovada comunidad de fe trascendente.
Por último,
hay que señalar que el retorno al hombre implicaba un retorno a los orígenes y
a la esencia de la naturaleza humana, lo cual se tradujo para el pintor en una
vuelta espiritual y geográfica a México. El desarrollo de la conciencia íntima
y personal de la patria lo vertió el pintor entonces en términos de piedad, de
simpatía y compasión por los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno
de sus últimos cuadros, La niña de la Lima (1942), se respira
una inspiración de concentración humanista, de reconocimiento a la paciente
humildad, de poderosa sencillez y resistencia, a la discreta actitud frugal
propia del alma mexicana. Lienzo de luminosa y dulce frugalidad y de
sutil pudor y analogía, que muestra en el desnudo un tratamiento de respeto
profundo a la intimidad de la persona.
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