Lo
Demoníaco o el Arrepentimiento
Por
Alberto Espinosa Orozco
Lo demoníaco es una incomunicación, una
falta de libertad, un conflicto: por un lado no quiere la posibilidad del bien,
pues el sujeto no desea ser bueno, poseído por la mala voluntad, más fuerte,
que se impo ne, que le domina; pero por otro lado está atado, por la misma naturaleza buena de
las cosas, a la posibilidad del bien, que es la libertad, que no logra imponerse, debido a que su voluntad
buena es más débil. Lo demoníaco consiste así en esa falta de voluntad para ser libre,
para conocerse y hacerse transparente ante sí mismo, lo que implica una
ignorancia de sí, y es demoníaco en su testarudez, en su empecinamiento, que se
encierra, que se ensimisma, porque no quiere confesarse. Lo demoníaco, en una palabra, es huir de si, es no querer conocerse a sí mismo -en movimientos de fuga hacia los extremos límites de la naturaleza humana, como son el tiempo o la idea, las masas o la tecnocracia, el publicismo o el individualismo, que lo mantienen lejos de sí mismo, enganchado a situaciones que le impiden mostrarse o le sirven de pretexto o máscara, andando por tanto por caminos extraños, tortuosos, o por veredas oscuras.
El arrepentimiento, por lo
contrario, es la posibilidad de la verdadera libertad y de la transparencia, de conocerse, de penetrar y tomar posesión de sí, de ser más fuerte que la esclavitud, que
la voluntad del pecado, y triunfar sobre ella. El arrepentimiento, y la
enmienda consecuente, es la posibilidad que tiene el hombre de elegirse a sí mismo, y
alcanzar la libertad -en un retroceso de reflexión personal que lo lleva de sí mismo a la familia, a la estirpe y más allá, hasta reconciliarse con Dios como Creador, como la roca de la que algún día fuimos desprendidos.
Arrepentimiento que es reconciliación, a la vez, con el espíritu y con uno mismo;
también la puerta a la posibilidad de verdaderamente ser libres, como elección ratificada de
la buena voluntad, a la que acompasa, en cada acto y movimiento, la responsabilidad
de sí mismo frente al cosmos, convirtiéndose así el individuo en un ser concreto, definido,
lejos de toda ambigüedad o de la doblez de la voluntad, abierto por tanto y siempre a la
comunicación y a la manifestación, que son el camino de la luz y el valor de la transparencia.
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