San Jorge y el Simbolismo del
Dragón
Por
Alberto Espinosa Orozco
El dragón es uno de los símbolos más
antiguos, permanentes y universales de la humanidad. Se trata de un género de
reptil que tiene su propia constelación sideral (Draco) y que está asociado a
brujas y demonios, siendo su valor simbólico tradicional el de los enemigos del cristianismo,
representando así el paganismo y las herejías, especialmente el arrianismo. Su
imagen es la del monstruoso reptil que anida en las aguas de un pozo
emponzoñando el aire con su pestilente aliento –representando así el pantano las
aguas añubladas y decadentes del estancamiento moral y la corrupción de las
costumbres. El combate entre el santo y el dragón viene a ser entonces una
escenificación del saneamiento del maléfico pantano en que anida el reptil y la
llegada del agua clara y de los aires transparentes del espíritu –punto en el
que traer a cuenta la imagen de la victoria de Cristo sobre el dragón de la
idolatría romana impresa en una moneda del siglo IV por Constantino, pero
también la victoria sobre el animal por Donato, obispo de Epiro en tiempos de
los emperadores Arcadio y Honorio, quien combatió exitosamente contra el dragón
cuyo pestífero aliento envenenaba el aire circundante.
De acuerdo con las tradiciones
especializadas medievales se trata de un animal a la vez subterráneo y aéreo
asociado a la vez al agua y cuya fuerza reside en la cola (chirrión del diablo
o flagelo del espíritu maligno). En efecto,
“nuestro antiguo enemigo”, como lo llama San Agustín, es el animal más grande
que existe sobre la tierra y está ligado al mar por los textos bíblicos bajo la
forma del temible Leviatán y de Rahab. El dragón es así un monstruo acuático
relacionado a la inmensidad caótica y estéril del mar y a las inundaciones
catastróficas que desafían el ritmo pluvial y la estabilidad de las estaciones.
Se trata de un hibrido monstruoso compuesto por la serpiente que se arrastra
sobre la tierra, por el dragón que vuela por el aire (ingens draco) y por el draco marino (anguis), el cual al ser derrotado huye al pavoroso ponto en lo más
profundo del mar o es finalmente atrapado en una cisterna de plomo
herméticamente sellada.
El emperador Dioclesiano es así visto en la
imagen mítica como un dragón, traslación metafórica a la que califica por el
atributo de la maldad y tiranía con la que gobierna, siendo San Jorge la imagen
de la guerra declarada a la naturaleza débil y corrompida del hombre, teniendo
su combate por misión levantarla de nuevo, para que renazca y se regenere por
medio del carácter imperturbable de la ley moral establecida irrecusablemente
por medio del cristianismo y cuya infracción conlleva parejamente al desorden
social una turbación profunda en el fondo de la conciencia. Sus armas contra el
rojo error de la verde herejía no son entones otras que la espada de la ley y
la lanza del fuego original, que fustigan el cuerpo espeso, la envoltura cada
vez más pesada del alma envuelta en la pecaminosidad y al corazón endurecido
como el diamante negro de la impiedad. Porque el dragón es también emblema del
extravío del camino y la confusión de los órdenes, cuyo sitio en el psiquismo
indica la retorcedura donde se revuelve lo más puro con lo más lamentable,
trastocando así los símbolos de transformación por imágenes de apetitos impuros
y grotescas figuras donde el alma pierde el recuerdo de su origen celeste al
estar cada vez más prisionera en el amor desenfrenado por la materia y más y
más embriagada por la voluptuosidad de los equívocos placeres mundanos de la
vida.
Porque característica del mal es la
particularidad, el capricho que liga lo común a lo vulgar, lo fantasioso e
infantil a lo contingente y equívoco, pues el dragón es símbolo del hombre
apresado por el “yo” egoísta y vanidoso, codicioso de la apariencia superficial
de las cosas, que gusta atesorar sin beneficio alguno objetos brillantes para
sepultarlos en el antro tenebroso de la avaricia, viviendo así sin conciencia
de las profundas raíces del ser ni relación con el hombre interior.
La figura del dragón representa entonces un
estado de conciencia arcaico: el del alma por completo ajena a la divinidad,
que ni participa de la cualidad divina, ni reconoce su majestad, ni la
inmortalidad del alma, ni pertenece propiamente a nada. Alma alienada, huérfana
e inconsciente, arcaica y sin evolucionar, falta de educación anímica y
estancada en un sombrío paganismo cuya falta de desarrollo espiritual la lleva
a la indiferenciación de los órdenes y al aplanamiento y deformaciones de la
conciencia, encontrándose aislada, escindida de los ritmos y rimas de la
naturaleza, con la que ni se solidariza y de la que no participa, siendo por
todo ello figura de lo artificial; también de lo furioso y violento que
conlleva la imagen del Caos, del orden natural del universo roto por el hombre.
Bostezo cavernícola de la gran boca vacía que todo lo succiona engullendo al
hombre y haciendo perder el sentido a toda actividad humana al invitar a la
orgía del antiguo desorden original. Así, el dragón simbólicamente personifica
también a la idolatría, en cuya debilidad y pereza moral se extingue el alma
humana presa en tinieblas, siendo por tanto emblema del mal absoluto (el Diablo
o Satanás).
Así, el género de reptil que es el dragón,
en lo que tiene de degradación del hombre, de acercamiento a los niveles
ínfimos de la creación, de participación en los niveles profanos y meramente
biológicos de la condición humana carentes en absoluto de valor metafísico y
trascendencia, nos habla no sólo de la
cobardía de la maldad, que tiene en si misma el testigo que la condena, también
de su inconciencia insensata, que no quiere servirse de la ayuda de la razón,
de donde surge el carácter colérico, violento e irracional, el cual acaba en el
extremismo narcisista de alzarse a la categoría de arbiter mundi –pero que en
realidad son los postulados decadentes de lo contra natura o de los procesos
psíquicos impropios.
El dragón, dibujado como glotón y sin
inteligencia, simboliza la indiferencia e indistinción de los periodos caóticos
que ponen en peligro las fuerzas mismas de la vida por medio de la
“virtualidad” y la oscuridad, la sequía, la suspensión de las leyes y la
muerte. Imagen que revela asimismo la suerte de los malvados que oprimen al
pueblo consagrado, los cuales quedarán finalmente aprisionados por la oscuridad
de la mirada y cautivos en la noche interminable de la materia, aterrados por
ruidos y figuras que aparecen con pavor de insomnio y de horribles fantasmas
-cárcel sin rejas que los acompañará a todas partes, abrazados a los sueños
atormentadores del reino impotente de la muerte que de tal forma los reclamará
como hijos suyos.
San Jorge representa así la lucha abierta
contra la idolatría, pues, que conduce a las almas al camino del mar y su
estela sin destino, donde pierden el
recuerdo de su origen hasta ser succionadas por las aguas en que las almas mas
bajas y malvadas quedan prisioneras en el barro de los sueños oscuros, desgarradas
por los fantasmas nocturnos de monstruos y animales que toman el lugar del
espíritu, hasta llegar a la pérdida total de la conciencia y su final
destrucción en las tinieblas de la noche, en la involución del alma humana en
la animal para su disolución final en la materia.
Por su parte la lanza blandida por el santo
es la ley y la palabra encarnada, el agua viva que brota de la fuente
metafísica cual guía de luz para la humanidad y que las tinieblas no podrán
nunca apagar. Porque el alma humana tiene de suyo una naturaleza religiosa,
siendo las alegorías ad Christum specta arquetipos psíquicos, sellos que se
graban en la conciencias despiertas como tipos interiores, cuyo efecto es
indefinido y polifacético, poniendo en obra la personificación de la
individualidad en el juego libre y espontáneo de las asociaciones y contenidos
arquetípicos de la conciencia. Porque el alma, lejos de ser el pobre humo de un
“ser arrojado ahí” (Dasein) como quisiera el psicologismo existencialista, es
el reino esencial donde subsisten los valores sumos como bienes inmutables,
prontos a ser despertados y activarse mediante el golpe e impresión de las
imágenes eidéticas que buscan el desarrollo de la individualidad en la
diferenciación infinita de la especie.
Porque el alma es un ojo y una escucha al
que le es dado ver la luz del espíritu y seguir la voz de la conciencia –siendo
la tarea más noble de la educación trasmitir las experiencias interiores
propias del alma. Porque ni la Ciencia Moderna de la Naturaleza, ni sus
Filosofías instrumentales y analíticas, afectadas de ciego paganismo y
lastradas de materialismo sordo, han podido matar el sentido del mito que
alimenta espiritualmente al hombre sencillo; tampoco el mensaje religioso de
Cristo ha muerto, ni sepultada la vida simbólica del Renacimiento, ni vencida
la imagen poderosa de San Jorge. Porque en virtud de expresiones verbales e
imágenes perdurables, articuladoras de situaciones de convivencia formativas
del alma individual y del espíritu colectivo de una comunidad, seguimos aún hoy
reverberando con las armonías de su leyenda, saciando en el río del tiempo la
sed de nuestras almas y llenando con su luz los ojos al contemplar en el
decurso del devenir universal las hermosas joyas cristalinas, brillantes cual zafiros y esmeraldas, cuyos emblemas de fe en el ciclo de cada año
vuelven a rodar a nuestros pies para ponerse al alcance de las manos y ser
abrazadas en el pecho por los abiertos corazones.
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