La Historia Moderna de San Jorge y sus Antiguas Fuentes
Por Alberto Espinosa Orozco
“Nada habrá que
antes no haya
habido;
nada se hará que
antes no se
haya hecho.
¡Nada hay nuevo en
este mundo!”
Eclesiastés 1: 9
“No hay nada nuevo
bajo el sol”
Aristóteles
“Bajo el sol no hay
nada nuevo.”
Baruch Spinoza
I.- Desconocimiento y Restitución
de San Jorge
Durante años la creencia en el
mito de San Jorge ha intentado ser conmovida por el espíritu materialista y
escéptico de la modernidad, recurriendo para ello, si es necesario, incluso a
la calumnia y al disparate histórico. El historiador inglés del siglo XVIII
Edward Gibbon especializado en el estudio del imperio romano, por ejemplo,
cuenta que en el breve reinado del sucesor de Constancio II, el emperador y
filósofo Juliano (361-363), llamado el Apóstata por su filiación a la religión
clásica, Jorge de Capadocia se hizo famoso al morir por manos paganas.
Sin embargo, a partir de esa
matriz común Gibbon añade un relato del todo desconcertante: que en ese periodo
un ciudadano de nombre Jorge había amasado una gran fortuna como proveedor de
tocino del ejército antes de descubrir una fidelidad repentina a la causa
arriana y ocupar la cede eclesiástica del obispo Atanasio, desterrado de
Alejandría por el emperador. Al poco tiempo, sigue fabulando el historiador,
ese hipotético Jorge de Capadocia oprimía con mano dura a todas las facciones
adversas a su credo, adquiriendo los monopolios de la sal, el papel y los ritos
funerarios, y con frecuencia saqueando los ricos templos paganos de la ciudad.
Cuando Juliano ascendió al trono imperial el Jorge fabulado por el ocurrente
narrador fue enviado a prisión para más
tarde ser asesinó por una ultrajada turba de paganos. El historiador británico quiere confundir en
éste capítulo a las figuras, intentando hacer pasar a un comerciante de
chuletas por la figura del mártir.
Cabe agregar que a la muerte
de Constantino I el Grande, el imperio quedó dividido entre cinco herederos.
Además de sus sobrinos Dalmacio y Anibelino, quedaron al frente del poder
imperial sus tres hijos Constantino II el Joven (337 a 340), dominando las Galias y Britania y
muerto por su hermano Constante (337 a
350) quien reinaba en Italia y África; y Constancio II (317 a 361), dominador
en Asia Menor, Siria y Egipto, el cual favoreciendo el arrianismo confirió a su
primo Juliano el título de César. Educado en Atenas con filósofos
neoplatónicos, al subir al trono Juliano intentó restablecer el culto pagano
movido por su aspecto estético, por la belleza de sus templos, tolerando de
buena gana la saña del populacho pagano contra los cristianos debido al
profundo odio que sentía por la nueva fe, llegando incluso a prohibir que se
enseñara en las escuelas, rompiendo con ello la tradición romana de libertad de
enseñanza. Tremendamente supersticioso el emperador y filósofo adoraba al sol
por las mañanas y hacía sacrificar reses continuamente para apaciguar a los
espíritus nocturnos, reflejando con ello todo un periodo en el cual el imperio
se vio sacudido por la enfermedad de la magia y envuelto por la superstición y
las prácticas adivinatorias. Muere Juliano el Apóstata finalmente en la
frontera con Persia en una batalla en la que fungió por delante como simple
soldado.
No fue sino hasta el reinado del
emperador de origen hispánico Flavio Teodosio (379-395) que el cristianismo
ortodoxo se aceptó como única religión de estado. En efecto, Teodosio, nombrado
Augusto de Oriente en el año 379, tiene que luchar contra la restauración del
paganismo propuesta por emperador Eugenio e impuesta por Arbogasto, el matador
del emperador Valentiniano II, y Nicómaco, quienes habían devuelto la estatua
de la Victoria al Senado, reiniciado los misterios de Isis y levantado la
estatua de Júpiter en la Magna Mater. Son derrotados
definitivamente en la batalla de Aquilea en 392 por Teodosio, con lo que los
cristianos recuperan su supremacía en Roma definitivamente. El emperador
entonces, a diferencia de sus antecesores cristianizados, atacó directamente al
paganismo e hizo purificar los templos y santuarios de los antiguos dioses con
el signo de la religión cristiana o fueron destruidos, anulando asimismo los
privilegios del estado a los sacerdotes paganos. También reconoció la jerarquía
católica con el papa Dámaso a la cabeza, reconociendo a la iglesia el derecho a
decidir sobre cuestiones morales y religiosas.
Sin embargo, en el siglo IV la
decadencia de la administración romana se tradujo en la inaplicación de sus
leyes, sumándose a ella la dispersión de las grandes bibliotecas y la pérdida
de interés por la ciencia antigua que, al no proporcionar la paz del alma que
encontraban los cristianos en las sagradas escrituras, movió a la deformación
de la Historiografía misma –presionada por el imperativo de adquirir una conciencia
universal de la Humanidad, sin distinción de razas o fronteras. Es en ese clima
que Osorio escribe sus Historias contra los Paganos y San Agustín, la mente más poderosa de la
época, La Ciudad de Dios, libros en los que se vislumbra como los
acontecimientos de la Historia se guían por el plan trazado por la providencia,
anunciado ya por los profetas.
Para el siglo XX,
historiadores positivistas como Edward Gibbon fueron socavando la fe en San
Jorge, influyendo con ello en el Concilio
Vaticano II, presa por ese tiempo de terribles dudas sobre los
acertijos simbólicos de la historia, en donde finalmente se lo declarara un
mito inexistente debido a los “excesos
acumulados con el paso del tiempo”, llegando incluso al extremo de borrarlo
del Martirologio
Romano. En efecto, en 1969, el papa Paulo VI decretó eliminar a San
Jorge del santoral de la Iglesia Católica, aunque no totalmente, ya que lo
mantuvo en la hagiografía oficial a nivel facultativo (opcional). Insostenible
posición, sin duda, debido no tanto a las reliquias muchas veces multiplicadas
del santo, cuanto a su validez como figura religiosa, adoptada por cristianos,
ortodoxos y aún musulmanes como santo y héroe, extendiendo su fama por toda
Europa en el tiempo de las Cruzadas, siendo famoso por sus innúmeras
apariciones e intervenciones milagrosas, convirtiéndose con el paso de los
siglos en el patrón de la corona de
Aragón y Cataluña, Gran Bretaña, Lituana, Georgia y desde el año de 1746
también de Durango, en México. Así, a pesar de una parte influyente del clero
romano que le era adverso, el Santo Jorge fue finalmente restituido en su honor
y devuelto a los altares en el año de 2001, por el Prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, el futuro papa Benedicto XVI, Joseph
Ratzinger, movido por las evidencias documentales y científicas sociales.
II.- Responsabilidad Moral
El conflicto entre el
paganismo y el cristianismo ha revivido en nuestra época bajo la especie del
virulento antagonismo entre el pensamiento postmetafísco de la modernidad
tardía y la defensa de la tradición. Por un lado, la tradición religiosa
cristiana ha preservado durante milenios los remedios para una vida
desesperada, abriendo la posibilidad de la salvación al articular, para la
culpa y la redención, un rico entramado normativo de gran peso. Como ha
subrayado Jùrgen Habermas en tal entramado se despliega, como en un magnífico
tapiz, las nociones básicas de las que mana la fuerza de las razones del
corazón, tales como: responsabilidad, autonomía, justificación, pero también la
de historia y memoria; reinicio, innovación y retorno; emancipación y
cumplimiento; individuo y comunidad; desprendimiento e interiorización, donde
la absoluta dignidad de todas las personas está en correlación con la idea del
hombre hecho a imagen y semejanza d Dios.[1]
Por el otro, el relativismo ético del pensamiento postmetafísico se
caracteriza, más que por su moderación, por la franca ausencia de cualquier
figura o concepto generalizable de lo que sea una vida buena y ejemplar.
Porque la sociedad liberal,
que tiende a la secularización como programa cultural y social y a centralizar
sus balances por medio del mercado y el poder administrativo, ha excluido el
sentimiento de solidaridad social de cada vez mayores ámbitos de la vida, transformado
a los ciudadanos en mónadas aisladas, guiadas cada una por su propio interés,
las cuales utilizan sus derechos subjetivos unos contra otros. El
desmoronamiento de la solidaridad social tiene su razón de ser en que cada vez
más aspectos privados se orientan según preferencias individuales y en
beneficio propio, disminuyendo por tanto el ámbito de lo que está sujeto a la
legitimación colectiva pública en una especie de privaticismo ciudadano –siendo
todo ello resultado de un programa de racionalización espiritual y social en sí
mismo destructivo. Habermas no se equivoca cuando señala que el desgaste de tal
modernidad sólo puede encontrar una base sólida para salir del atolladero si la
comunidad vuelve a una orientación religiosa de referencia trascendental,
aunado a una vuelta de la filosofía a sus orígenes religiosos y
metafísicos; es decir, a una comunidad
de fe trascendente.
Como ha señalado Mircea
Eliade, el gran producto de la revolución francesa, el derecho a ser libre,
tomó inevitablemente la forma de la libertad contractual, meramente externa.
Los derechos de la libertad del de individuo, de libertad de conciencia y
religiosa, se convirtieron así en un permiso para explorar los instintos
individuales, para pensar lo que sea, para creer o no en Dios, en una especie
de permiso de circulación que no comprometen ni moral ni socialmente, ni
implican para nada la libertad interior del individuo. El miedo a la libertad
ha llevado al hombre moderno a refugiarse infantilmente en los derechos abstractos,
renunciado con ello a la responsabilidad. Pero cumplir actos que no pueden ser
sancionados, hacer lo que a uno le venga en gana, claramente no significa ser
libre. Imposible enumerar las trampas con las que el hombre moderno quisiera
escapar de la ley moral: son innumerables. Ser libre, por lo contrario, significa ser responsable para con
uno mismo y estar comprometido con cada acto que uno realiza. Tal actitud moral de
humanización permanente polariza la vida en dos extremos: volver la vida
fértil, creando, o fallar en la propia vida fracasando en la fachada de las
apariencias. Grave responsabilidad por tratarse de la propia vida. La libertad
cristiana conoce, en efecto, una vivencia de la libertad más grande y solemne
que la abstracta y meramente contractual, pues cada acto de la vida es visto
como un compromiso de humanidad que puede llevar a la perdición o a la
salvación.
Así, las patologías de la
sociedad moderna, cuya secularización se manifiesta “descarrilada” al erigirse
la envidia como una virtud, y el orgullo y la avidez como norma
niveladora, se manifiesta como fracaso
de la concepción individual de la existencia al dar por resultado formas de
vida no creativas o estériles. Frente a ello la tradición ofrece bajo la
especie de sus figuras heráldicas formas modélicas de libertad, al ser su
expresión y sensibilidad claras y bien definidas –si exceptuamos de sus
contenidos el cortante dogmatismo petrificante y la gazmoñería de la moralina.
Un buen ejemplo de tradiciones
autóctonas de raigambre ética, arraigadas en potentes cosmovisiones metafísicas
y que han vinculado estrechamente a la comunidad, es el culto a la figura de
San Jorge, que representado en diversas manifestaciones a lo largo y ancho del
orbe nos hablan de un mismo ideal y de un orientación social bien definida que
brota de una misma fuente de vida.
III.- Las Fuentes Literarias
La primera aparición del ángel
bueno como caballero guerrero de la que se tenga registro es narrada en la
Biblia en los libros de de 1 Macabeos y 2 Macabeos: ocurrió en
el año 165 a de C., cuando el rey griego Antiíoco, asentado en Antioquia,
marchó a Persia a cobrar los impuestos en Babilonia, dejando a Lisias encargado
de los negocios del reino, que iban desde el río Eúfrates hasta Egipto. Deseaba
ardientemente aniquilar la resistencia de Israel y lo que aún quedaba de
Jerusalén para borrar de aquella tierra incluso su recuerdo. Entonces Lisias
escogió a los generales Tolomeo, Nicanor y Gorgias y los puso al mando de 40
mil soldados de infantería y 7 mil de caballería. Para invadir Judea y
arrasarla el ejército fue reforzado con tropas mercenarias sirias y filisteas
para exterminar al pueblo de Dios (1 Macabeos 3.38, 4. 28 a
52 y 5.18, y; 2 Macabeos 10.29 y 11.18).
Fueron primero los idumeos los
que hostilizaron a los judíos alzando una gran fortaleza con dos torres, mismas
en las que Judas Macabeo mató a 20 mil enemigos. Timoteo reorganizó entonces el
ejército que había formado Gorgias reforzándolo con la caballería traída de
Asia para tomar Judea por las armas. Se trataba de paganos que hacían de su
furor la guía del combate, mientras que los judíos ponían la garantía de su
éxito y de la victoria en su valor y en el recurso al Señor. En lo más recio de
la batalla los enemigos vieron en el cielo a 5 hombres majestuosos, montados en
caballos con frenos de oro, los cuales se colocaron alrededor de Judas Macabeo
y lo protegían con sus armas y lo defendían para que nadie o hiriera, lanzando
también rayos y flechas sobre los enemigos que ciegos y aturdidos se alejaban
en gran desorden. Aquella tarde 20 mil soldados de infantería y 600 de
caballería fueron degollados. Timoteo bajó a la fortaleza de Gazer y fue
degollado junto con su hermano Quereas (2 Macabeos 10. 29).
Muy poco tiempo después el
griego Lisias reunió un temible ejército compuesto por 80 mil soldados de
infantería y con toda su caballería avanzó contra los judíos para tomar
Jerusalén. Llevando al frente 80 elefantes atacó la fortaleza de Bet-sur. Judas
Macabeo se reunió con todo el pueblo y pidió al Señor que les enviara un ángel
bueno para salvar a Israel. Cerca de Jerusalén se apareció a la cabeza de la tropa un jinete vestido de
blanco agitando unas armas de oro. Ayudados por su defensor celestial los
judíos se lanzaron como leones sobre sus enemigos, derribando a 11 mil soldados
de infantería y a 1, 600 de caballería, haciendo huir a los demás heridos y sin
armas mientras que Lisias se salvaba huyendo en vergonzosa retirada (2
Macabeos 11.8).
Entonces los judíos derribaron
el altar sacrílego que habían mandado construir los griegos sobre el altar de
los holocaustos de Jerusalén, rodearon el templo de altas murallas y
fortificaron la ciudad de Bet-sur, mientras que el rey Antíoco, pagano salvaje
que injuriaba a Dios con su conducta, moría de terrible tristeza en el país
extranjero en el año de 163 a de C. Los judíos, después de purificar el templo,
construyeron otro altar y celebraron 8 días la Fiesta de las Enramadas,
llevando limones adornados con hojas y ramas frescas y hojas de hiedra, cantando
himnos a Dios. La fiesta de las Enramadas se celebró así cada año a partir de
aquel milagroso acontecimiento.[2]
La narración más antigua
referida al mártir es el texto griego del año 395 conocido como las Actas
Apócrifas, redactado en el siglo VI, dando cuenta de su histórica
pasión –la cual, empero, fue desaconsejada a los creyentes por el Papa Gelasio
para el año 494. Otro manuscrito es el del diácono Teodosio, quien escribe el
testimonio de su viaje de peregrinación a Lydda para visitar la tumba de San
Jorge en el año 530. Posteriormente el historiador Aquilina consigna el alto
número de lugares de culto musulmán y antes cristiano dedicado a San Jorge,
venerado como el profeta Elías, tales como la mezquita de Lydda, erigida sobre
la basílica del siglo IV dedicada a San Jorge, la mezquita de la ciudad de Duma
(Educa), también levantada sobre un antiguo templo dedicado a San Jorge, y la
mezquita de Al-Agsa en la parte vieja de Jerusalén.
En la edad media Veneciano
Fortunato lo menciona y Gregorio de Tours lo incluye en su Libro de la Gloria de los Mártires del siglo XI. Así, a
partir del siglo X en Oriente y del XI en Occidente comienza a ser representado
como matador de dragones. En el siglo XI aparece en Alemania la “Canción
de San Jorge”, que basada en precedentes latinos y redactada en alto
alemán cuenta el martirio del santo. Es atribuida al primer poeta conocido en
lengua alemana, Otfrid von Weißenburg (800 – 870) cuyo origen podría estar en
el monasterio de Prüm, al que el emperador Lotario I (840–855) donó un brazo
cercenado y disecado, diciendo que era una reliquia de San Jorge, lo cual lo convirtió en el centro de veneración de
los francos –aunque el poema indica un origen más, en la isla de Reichenau,
probablemente porque hacia el siglo IX, gracias a la mediación del arzobispo de
Maguncia y abad de Reichenau, Hatto III (891–913), llegaron desde Roma, entre
otras reliquias, un cráneo que era atribuido a San Jorge, por lo que
construyeron una iglesia en su honor la cual existe hasta la fecha.
Sin embargo, la historia más
acabada del mártir se debe a Jacobo da Vorágine, quien la recoge en su libro
hagiográfico conocido como La Leyenda Áurea del año 1270,
alimentando con ello la épica medieval y dando forma al ideal caballeresco del
héroe que mata al réprobo dragón montado en perlado corcel para salvar a la
hija del rey. Jacobo Santiago de la Vorágine, arzobispo de Génova (1230 – 13 de
julio de 1298), en realidad escribió un libro titulado la Legenda Sanctorum, una
colección de fábulas sobre distintos santos. La historia de Jorge de Capadocia
destacaba entre otras y acuñando fortuna acabó conociéndose como La Legenda
Áurea. Así, hacia el siglo XIII, la leyenda se extendió por Europa. La
información contenida en sus 182 capítulos es de notable valor literario y a su
profunda influencia se debe la extensión de la leyenda en Occidente, tanto a
nivel popular como en la literatura y en la pintura de la Europa Medieval.
La leyenda ha sido relatada en
diversas partes de Europa y Asia Menor como propia. Comienza con un dragón que
hace un nido en la fuente que provee de agua a la ciudad, por lo que los
ciudadanos debían apartar diariamente el dragón de la fuente para conseguir el
líquido vital. Para ello ofrecían diariamente un sacrificio humano que se
decidía al azar entre los habitantes, hasta que un día resultó seleccionada la
princesa local. El rey, su padre, pide por la vida de su hija, pero sin éxito y
cuando está a punto de ser devorada por el dragón aparece San Jorge, quien
regresa de uno de sus viajes a caballo, se enfrenta con el dragón, lo mata y
salva a la princesa. Los agradecidos ciudadanos abandonan el paganismo y
abrazan la verdadera fe cristiana. La historia contiene un rico simbolismo
religioso, pues en la antigua interpretación cristiana del mito San Jorge sería
la figura del creyente cuya fundamento firme es la fe, representada por el
caballo blanco, siendo la dama la figura de la Iglesia y el dragón la imagen
idólatra del paganismo, de la tentación,
el pecado y la muerte o la quintaesencia de Satanás.
Por lo que respecta a Durango,
hay que recordar que la Nueva Vizcaya fue el centro cultural más importante del
norte de México durante el siglo XVIII. En efecto, durante el Siglo del
Esplendor Durango fue cede del Episcopado, del Seminario y del Colegio de los
Jesuitas, siendo la cultura escrita de la región la más importante del
territorio septentrional. Entre su contribución literaria, rica en opúsculos,
panegíricos, informes y crónicas de teólogos, misioneros y abajados, naturales
y residentes, cabe destacar aquí dos escritos conservados en los Archivos de la
catedral Basílica Menor de Durango: 1.- la “Jura
de San Jorge”, en las Actas Capitulares, Rollo 2, expedida por los
Comisarios del Ayuntamiento y el Cabildo Eclesiástico, en México, Durango, el
11 de febrero de 1749, y; 2.- el importante “Panegírico del Glorioso Mártir de Cristo, San Jorge”, de 1751.[3]
IV.- Los Combates Medievales y Modernos
Por otra parte se han
conservado numerosas noticias históricas de las apariciones de San Jorge en
medio de los combates entre cristianos y sarracenos durante las cruzadas, sobre
todo en la Cataluña medieval. Sabemos que se apareció a los cruzados durante la
toma de Antioquia en 1063 y que ayudó a Pedro I de Aragón en la batalla de
Alcoraz durante el asedio a Huesca en 1096, año en que las huestes del rey Sancho
Ramírez de Aragón asediaban la ciudad de Alcoraz, cerca de Huesca. Tras recibir
ayuda desde Zaragoza, los asediados consiguen matar al rey, pero ganan la batalla
de Alcoraz gracias a la aparición de San Jorge. Posteriormente el rey Pedro I
de Aragón conquista Huesca tras invocar la ayuda del santo. En efecto, todos
los cronistas de las cruzadas atestiguan que en 1096, cuando Balduino du Buró,
hermano de Godofredo de Boullon, luego de expulsar a las tropas de Tancredo y
de tomar Antioquia, vio como las tropas celestes vestidas de blanco vinieron en
ayuda de los soldados cristianos capitaneados por Balduino de Boulogne, entre
cuyas huestes se encontraba una vanguardia de Lotaringia compuesta por algunos
de los futuros caballeros templarios. La cruz de San Jorge aparece en el tercer
cuartel del Escudo de Aragón, junto con cuatro cabezas de moros, representando
con ello la victoria de Pedro I en la batalla de Alcoraz, el primer gran hito de
la reconquista y donde 40.000 hombres lucharon por Huesca en 1096.
Jaime I el Conquistador en su Libre
dels feyts redactado entre
1244-1274, relata que los sarracenos dieron fe que durante la conquista de
Mallorca se apareció un caballero desconocido enfundado en reluciente cota
blanca junto a la armada catalana. Pedro II de Aragón funda en 1201 la orden de
San Jorge para defender la costa entre Cambrils y Tortosa de incursiones
piratas sarracenas. Jaime I el Conquistador cuenta que en la conquista de Valencia
apareció el santo: “Se apareció San Jorge
con muchos caballeros del paraíso, que ayudaron a vencer en la batalla, en la
que no murió cristiano alguno”. Más tarde, el rey Jaime cuenta de la
conquista de Mallorca que “según le
contaron los sarracenos, éstos vieron entrar primero a caballo a un caballero
blanco con armas blancas”, que él identifica con el caballero San Jorge.
Pedro IV de Aragón funda a su vez una orden laica de caballeros a su servicio
dedicada a San Jorge. Pedro II, tomado en cuenta la carga simbólica y militar
del mártir en el proceso de reconquista, hace transportar reliquias del santo a
Cataluña, siendo así la divisa de los reyes de Aragón (de la misma suerte que
los Capetos en Francia utilizaron la figura de San Denis).
En las canciones de gesta se
registra un elevado número de apariciones de San Jorge en la economía del nudo
narrativo, sobresaliendo en este rubro la Canción de Antioquia en la que
Suleiman sitúa a San Jorge como uno de los barones que dirigen los ejércitos cristianos
junto con San Demetrio, San Dionisio y
San Miguel, señor de todos ellos (“sir
del tost”).
Según relata Robert Graves en
su libro Adiós a Todo Eso una de las últimas batallas en las que se
tiene noticia de la aparición de San Jorge tuvo lugar en la ciudad belga de
Mons, cerca de la frontera francesa, durante la primera Guerra Mundial. En
efecto, en abril de 1914 las tropas expedicionarias británicas llegaron al
importante núcleo de carreteras que cruzan sus caminos en Mons y que llegan a la frontera francesa,
resistiendo así a las fuerzas expansionistas germanas del poder central, pues
los alemanes, violando la neutralidad de Bélgica en el conflicto, invadieron el
país para rodear la defensa francesa. La caballería teutona obligó a los ingleses
a replegarse al tomar la ciudad de Mons –que no sería liberada sino cuatro años
más tarde por el ejército canadiense. Fue entonces cuando sucedieron una serie
de acontecimientos sobrenaturales: medio pelotón de ángeles tomando la forma de arqueros salvó
a las tropas británicas de ser aniquilada cuando las milicias alemanas rodearon
a la unidad inglesa para aplastarla Se
cuenta que una compañía de ángeles se colocaron entre ellos y la caballería
germana, aterrando a las monturas que se negaban a avanzar, permitiendo con
ello la huida de los ingleses. Durante la retirada el batallón fue escoltado
por más de 20 minutos por un grupo de jinetes espectrales que flanquearon ambos
lados del camino mientras un caballero envuelto en una misteriosa luz montaba
en un caballo blanco al frente. Algunos testigos lo identificaron como el
mismísimo San Jorge y a los jinetes con los arqueros ingleses muertos en la
batalla de Agincourt durante la Guerra de los Cien Años en el año de 1415.
Alguna de las historias más
recientes sobre el misterioso jinete se refieren al revolucionario mexicano
Emiliano Zapata (quien nació el 8 de
agosto de 1879 en San Miguel Anenecuilco, Morelos y
falleció asesinado el 10 de abril de 1919 en Chinameca, Morelos), el Caudillo del Sur, quien era devoto
del Padre Jesús, imagen venerada en la parroquia de San Miguel Arcángel en
Tlaltizapán. Es sabido que solía encomendarse a él antes de cada batalla y
existen testimonios de gente de Morelos que asegura haber visto al Padre Jesús,
como aparición, en las ancas del caballo de Zapata cuando éste se encontraba en
peligro.
Cuando el conflicto entre la
Iglesia y el Estado llamado la Guerra Cristera (1926-1929), se cuenta en Santiago Bayacora
que los soldados del gobierno se quejaban amargamente, diciendo que los
cristeros eran todos hechiceros, porque tenían un general muy valiente, que
andaba en un caballo blanco y con una mujer vestida de color café, que andaban con
los cristeros, y que cuando abría fuego contra ellos, se les caían por completo
los brazos y no les podían tirar, pero que no les podían hacer nada, porque se les
ponía un nublinazo, y cuando se quitaba aquello ya no había nada de los
“indios”, de tal modo que ellos les ganaban. Sin embargo, en el ejército de
Santiago Bayacora no hubo nunca ningún caballo ni una mujer, y que el general del caballo blanco y la mujer que se les arrimaban eran Santo Santiaguito y la Santísima Virgen en persona, que andaban con ellos –aunque los cristeros no los podían, porque no
lo merecían.[4]
Por último sólo cabe añadir
que la vasta hagiografía sobre la que se asienta el culto de San Jorge pone de
relieve el hecho de que los matadores de dragones son muy raros. La
singularidad del héroe sauróctono, sin embargo, nos afecta a todos por
despertar en la imaginación un arquetipo del inconsciente colectivo: el de la
figura prototípica del orden santo en su combate contra la anarquía del mal. En
la Biblia aparece en algunas ocasiones la figura
héroe combatiendo al gusano enemigo de humanidad. (Génesis, Libro de Ester, Isaías,
Judas y el Apocalipsis).[5]
[1] Jùrgen
Habermas y Joseph Ratzingger. Entre Razón y Religión. Dialéctica de la
Secularización, FCE, Col. Cenzontle, México, 2008, Pág. 27.
[2] En la Ley
de las Sagradas Escrituras se dice que Dios ordenó a Moisés que, durante las fiestas
religiosas del mes séptimo, que es el de
la recolección de la siembra, los israelitas debían vivir por siete días bajo
enramadas. Cuenta Nehemías que luego de reunirse con el maestro Esdras, dio
nuevamente la voz por Jerusalén y todas
las ciudades israelitas de que salieran a los montes a buscar ramas de olivo,
sauce, arrayán o palmera o cualquier otro árbol frondoso para hacer las
enramadas en las azoteas y en los patios y en el atrio del tempo de Dios y en
las plazas, costumbre que se había interrumpido desde el tiempo de Josué. (Levítico
23, 33 a 36 y 39 a 43, y Deuteronomio 16, 13 a 15). Sin embargo, la fiesta de las Enramadas se
reintegró al culto para consagrar el fuego que apareció cuando Nehemías
reconstruyó el Templo y el Altar de Jerusalén (Nehemías 8. 13-18).
Cuenta la historia que, cuando los antepasados judíos fueron llevados a Persia,
los piadosos sacerdotes que había entonces tomaron el fuego del altar y lo
escondieron en una cisterna sin agua. Pasados muchos años, en el momento dispuesto
por Dios Nehemías fue a Judea enviado por el rey de Persia y mandó a los
descendentes de los sacerdotes a buscar el fuego escondido, encontrando en su
lugar un líquido espeso. Cuando lo sacaron y rodearon con él la leña del
sacrificio el sol encendió un gran fuego y luego absorbió la luz. El líquido
que Nehemías y sus compañeros usaron para quemar a los animales lo llaman “neftar”, que significa purificación, y
que entonces sirvió para la purificación del templo, sin embargo, la mayoría de
la gente lo llama “nafta”.
[3] Ver,
Atanasio Saravia, La Ciudad de Durango, 1563-1821, y José de la Cruz Pacheco, Intelectualidad
Neoviscaina.
[4] Jean Meyer, Guerra Cristera. Relatos de Francisco Campos. UJED, México, Pág. 34.
[5] Específicamente
el combate de San Miguel contra el dragón aparece en la Biblia cuando menos en
tres ocasiones: en Daniel (10.13), cuando junto con San Gabriel luchan contra el
ángel príncipe de Persia y el ángel príncipe de Grecia; en Judas (9), en la lucha por el cuerpo de Moisés, y en; El Apocalipsis
(12.7-9) cuando el arcángel precipita al dragón del cielo, en relación a la
hora del mundo angustiosa y sin par (12.1 y 7.14); lucha a la que también se
refieren Mateo (24.21) y Marcos (13.19).
No hay comentarios:
Publicar un comentario