Los Nuevos Objetos
Estéticos
Por Alberto
Espinosa Orozco
Los nuevos objetos estéticos no son otros que los objetos del mundo contemporáneo y el hombre sujeto a las presiones, vértigos, absorciones, aceleraciones, fatigas corporales y fragmentaciones de la psique que estos objetos conllevan con su uso, evidente abuso y gasto inútil de energía.
Arte impuro es el de nuestros días, que
refleja la presión histórica y, a la vez, la fatiga del tiempo histórico mismo, donde
las formas culturales y la creación toda parecieran exhaustas, desgastadas, al
extremo del agotamiento de su energía, de su vitalidad toda, sin horizonte y a
la deriva, desdibujadas sobre un trasfondo de helada en las relaciones humanas
y de borrascosas turbulencias metafísicas causadas por la pululación encubierta
de herejías y místicas inferiores.
Arte conflictivo por tanto, en donde los
nuevos objetos tecnológicos del mundo moderno aparecen, ante los ojos de los
artistas contemporáneos, ya no tanto en lo que tienen de fulgurante novedad,
sino de extremos últimos del proceso todo de la modernidad triunfante; quiero
decir, donde aparecen no tanto lo que hay en ellos de rutilante ahora, cuanto
de mellada aureola, cuya corona de útiles, utensilios, herramientas, artefactos,
maquinas y procedimientos, parecieran oprimir y aplastan al ser humano, desconociendo
y menospreciado a la persona en cuanto tal. Mundo maquinal donde el hombre,
absorbido en la esfera de lo público, aparece avejentado y decadente, exhausto
de sus potencias creadores, vaciado de su fuerza imaginativa, titubeante e
inseguro de sí, siendo revelado por la mirada estética en valores cromáticos
más bien oscuros y negativos, que ponen de relieve lo que en todo ello hay de
antivalores e, incluso, de imantación de vagarosos fantasmas y presencias
demoníacas.
Arte a la vez sombrío y en cierto modo crítico,
expresante de una insatisfacción y malestar creciente, que muestra lo que hay
en nuestro mundo de espejismo huero y apariencia vacua, de fuego fatuo y de
monda osamenta, tras de cuyos rescoldos aparecen los efectos corrosivos de la
modernidad toda sobre la naturaleza espiritual del hombre, y sobre el mundo
natural todo, infestando la periferia urbana de miseria y de detritus, y
poblando la psique del hombre contemporáneo de una especie de dobles, de
inextricables pliegues y repliegues o de fragmentación, en todo caso de vacío
espiritual, borrando la individualidad en la masa aletargada, en medio de
paisajes donde lo que reina es o el indiferente hastío de los satisfechos, o la
tensa inquietud existencial, cobriza a fuerza de impío materialismo, la angustia
del vacío y el horror de la dispersión de las conciencias. Mundo sumido en la
ambigüedad de sus formas decrépitas y en la disipación de sus metas
finales, con todo lo que ello conlleva
de depresión y aneja pérdida de tono vital.
Expresiones, pues, no del armónico sentimiento de la belleza, sino de
creciente insatisfacción y de desdicha, de contorsiones, retorcimientos y repliegues
de la interioridad, e incluso de retrogradación a las tendencias primarias y
los instintos e impulsos primitivos, expresadas en un arte cáustico y muchas veces crítico
que, sin embargo, a la vez, nos invita todo el tiempo a preguntarnos por lo que
realmente somos, a mirar atrás y hacia arriba, para volver a ver, desde la más honda intimidad de nuestras almas, sobre el filo despeñado de los días, la piedra que somos y la perpetua roca de la que alguna vez fuimos artísticamente desprendidos.
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