La
Nueva Figuración Contemporánea Mexicana
Por
Alberto Espinosa Orozco
I
La exposición “Figuración Contemporánea” pasa revista a un puñado representativo
de obras de los noveles artistas contemporáneos mexicanos que, cada una a su
manera, espejean un escorzo de nuestro mundo o siglo. [1]
Sus formas plásticas, lejos de tener un denominador común, se caracterizan
justamente por su tiempo, enmarcadas en lo que bien puede llamarse “estética
del conflicto”, al no ser su objeto propiamente la belleza, sino lo que la
usufructúa, o lo que la diezma o se pone en contradicción con ella. Arte
esencialmente problemático, en donde puede sentirse vivamente las angustias de
nuestro tiempo en crisis, aquejado por una especie singular de “horror vacui”; el constituido por la saturación informática y la reproducción
de la imagen, tras de cuyo aparente orden y totalidad, sin embargo, se presiente
la huida del espíritu y el desalmamiento generalizado del mundo en torno,
dejando la fuerte sensación de un mundo hoyado, abismado por su falta de
fundamento espiritual, el cual pareciera
tambalearse, girando sin unidad y a la deriva.
Por una parte, la muestra da cuenta en sus
figuraciones de la inevitable relación del hombre con los nuevos objetos del
mundo contemporáneo, que son en gran volumen los objetos del vértigo
tecnológico, de la técnica y la ciencia moderna de dominación, transformación y
explotación de la naturaleza inanimada y, a través de ella, del hombre mismo, o
de la mecanización y maquinización del mundo humano todo por la técnica, que
absorbe cada vez más tiempo humano como operario de las máquinas o en el manejo
de sus procedimientos, en una vida cada vez más rebajada o al servicio de lo
público y, por consecuencia, cada vez menos íntima, reflexiva y privada.
Por
el otro, la colección apunta a la inevitable reacción y búsqueda, no siempre
explícita, sino como insinuada o tácita, pero siempre latente, de las
manifestaciones renovados o arcaicas de lo sagrado cósmico y sus epifanías,
confundidas muchas veces con lo mancillado y deleznable, que por instintiva
atracción jalonan a los artistas para expresar el encuentro cotidiano con objetos
de poder o cargados de fuerza o energía, labrando con ello una especie de nuevo
simbolismo, algunas veces turbador, cuyos objetos singulares manifiestan otra cosa
distinta al orden natural.
No se trata, pues, como en el arte
abstracto, de la constitución de objetos meramente estéticos, puros, cuya
significación adelgazada postula una intención puramente formal, de encerrarse
en sí mismos en una prioridad absoluta del significante, de la estructura o del
código; sino de una problemática vuelta a la figura, que es a la vez visión y,
en algunos casos, revelación del mundo en torno, y en otras ocasiones incluso de
reevaluación y crítica.
Vuelta a la figuración y al sentido, vuelta
de lo reprimido, pues, por más que tal vuelta muestre a los objetos artísticos
acosados y en una aguda tensión con las potencias productivas, industriales y
tecnológicas del mundo moderno contemporáneo. Potencias desbordadas, filtradas
y omnipresentes en todos los rincones de nuestra existencia, que subsumen a las
obras de arte y al artista mismo bajo un extraño régimen, corriendo el riesgo
de ser aplastados bajo su peso o absorbidos y succionados en su vitalidad por
ellas.
Proyecciones sentimentales de resistencia,
pues, ante el conflictivo reinado de la maquina, turbador para el mundo humano,
que en todo un catálogo expresa la disímbola sintomatología de sus presiones,
en términos de insatisfacción y agudas deformaciones del psiquismo, que claman
es su patente inconformidad y abierta crítica por el restablecimiento del orden
y de la armonía cósmica. Expresiones de hibridismo, o de lo informe o lo
deforme, que dan cuenta de la altura histórica de nuestro tiempo, acosado por
fuerzas inhumanas y maquinales; f erzas extrañas a lo propiamente humano, o en
todo caso consagradas por un régimen ontológico distinto del habitual. Proyección
sentimental, pues, pues, que en casos,
de pronto, pareciera ceder, en una especie de vuelta regresiva, a los
movimientos meramente mecánicos de la materia, detonantes de los impulsos
inferiores y de los instintos primitos, o a dejarse a arrastrar y engullir por
sus manifestaciones más mecanicistas e inconscientes de publicismo y la
propaganda tecnocrática, contrayendo entones un compromiso, más que ontológico,
meontológico, por implicar sus formas una ruptura de relación con lo que
vincula al ser, abriendo por tanto sus expresiones al vacío o a la nada.
Expresiones, en efecto, de un nuevo simbolismo,
peculiarmente conflictivo, cuyas figuraciones aluden frecuentemente a ambiguos
objetos de poder (karatofanías), que atraen y a la vez repelen, ya por ser
receptáculos de fuerzas inciertas u ocultas, que pueden ser peligrosas y romper
el equilibrio de energías o implicar una ruptura de nivel ontológico; ya por
manifestar lo que está fuera del orden natural, ya sea por su intento de superarlo,
ya por estar contra él.
II
Así, en los polos extremos de la muestra
se encuentran: por un lado las obras de la dupla Ornelas & Quirarte
(1979-80), fascinados por el valor mágico de los objetos nuevos e insólitos de
la tecnología industrial, cuya celebración del diseño, de estructuras
constructivas y de la producción acelerada en masa de ensambles y placas
tectónicas de la arquitectura, revela una modalidad fulgurante de las
kratofanías, formuladas bajo la óptica de una estética rayana en el
abstraccionismo, el geometrismo y el purismo, que pierde pronto su poder de
sorprendernos. Arte matematizado, inspirado exclusivamente en el arte
utilitario, cuya mística del progreso lo reduce pronto a ser exclusivamente
mecánico, destinado a la exaltación de la técnica per se y sin segundos planos, donde el hombre en cuanto tal ha
desparecido y que por lo tanto parece destinado a la mera decoración
industrial.
Por el otro, los trabajos de Robie Espinosa (1982),
quien se encargan de la figura humana bajo la influencia del tardío
impresionismo español, de un Joaquín Sorolla, o de el zacatecano Julio Ruelas,
cuya visión puramente naturalista del hombre deja la impresión de una estética
sensualista, apenas tocada por el onirismo etéreo de una interioridad
enclaustrada, en medio de cuyas vigilias, sin embargo, comienza a despertar una
especie de chisporroteante paisajismo aletargado.
Adriana Mejía (1986) explora por su parte
los centros de poder del consumo, y en cierto modo la categoría estética del
lujo, pero también los símbolos del laberinto, del vacío y de la inanidad,
dando cuenta tanto de su ilusionismo (Maya) como de sus desoladas entrañas, proyectadas
sentimentalmente en ajados tonos ocres y sepias quemados, donde se mezclan las sensaciones del hielo y la calcinación, siendo su obra una reflexión sobre lo que en los centros comerciales hay de espejismo, de
apariencia engañosa, de reflejos donde se confunden las cristalerías y pulidos pisos
con espejos, y donde la deslealtad de los sentidos muestra la fragilidad de los
procesos informáticos confundidos con una especie de ruido sordo y de vacío
existencial, en el que los maniquís han sustituido por completo a la figura
humana de carne y hueso, volviendo incluso el control de las comunicaciones o
un jeroglífico esteticista o un desecado oasis. Objetos más que reales meramente temporales, asimilados a fotogramas volátiles, de una belleza tan ligera que no tiene propiamente cuerpo, de unos modelos publicitarios que corren a la velocidad vertiginosa de las mercancías, paralela a la creciente aceleración de la producción. Pasillos comerciales soporíferos que de pronto, al paso, se vuelven reflejos incorpóreos, y que al siguiente se trasmutan en impenetrables muros, bajo cuyas densas y pesadas entrañas, en cuyos tétricos sótanos de placas prefabricadas de concreto, se fragua el orden de le exclusión del mercado, pero también la intemperie de la privación, la marginación del vicio, la drogadicción y la injusticia.
En una tesitura
análoga, pero en cierto modo de signo contrario, destacan las grisallas de
Itzamna Reyes (1988), quien hace suyo el tema de la modernidad tecnológica en
lo que tiene a la vez de empecinado monumento al concreto y de permanente
desolación. Sus objetos no son otros que los útiles urbanos proporcionados por
la gran industria, cuyos diseños tecnológicos imantan a la vez el exceso de
potencia a la insignificancia humana: son puentes sostenidos en el aire que en
su molicie abstracta sólo conducen a la miseria periférica; estaciones de
autobuses donde los hombres apenas se estacionan por un instante, fatigados,
para continuar con el vértigo del viaje mecánico, y donde el drama insípido de
los hombres contemporáneos queda desdibujado por completo en medio de la
aceleración urbana -que en su infatigable ir y venir no va a dar, en realidad,
a ningún sitio. Helada del espíritu en la consideración mutua entre los hombres
con que, a partir de los tonos monocromos, el artista expresa un mundo desgastado
e impersonal, gobernado crecientemente por las máquinas, dando cuenta con ello
de la profunda indiferencia respeto de los valores humanos. Su personaje es,
así, no tanto las formas sino el mundo de los claroscuros, de hirientes luces
abocardadas por las sombras, de planos geométricos donde se hacina, en medio de
titubeantes miradores recluidos, el vacío del nihilismo y la pérdida de los
valores humanos, dando con ello lugar al abuso de control por parte de oscuras
fuerzas opresivas que conspiran contra la persona humana.
Paralelamente el artista Joaquín Flores Rodriguez (1989) se
preocupa y ocupa con los detritus y desechos, inasimilables, del desarrollo y
consumismo moderno: sus paisajes son así las ruinas periféricas, a donde van a
parar las maravillas industriales obsoletas. Construcciones destruidas apenas
cubiertas por flotantes sábanas y habitadas por hinchados niños famélicos, se
alternan con perros anémicos atrapados en gallineros y dinosaurios de plástico, que en el
rincón de un proletario cuarto se enredan en una lucha fatal con las elementales
lagartijas. Imágenes que alían la marginación suburbana a la anemia del
desarrollo espiritual, cuyo telón de de fondo es la violencia competitiva de la
lucha por la vida y la supervivencia darwineana del más fuerte, en las que se muestra al materialismo y productivismo de
nuestros días como una opción del hombre moderno y contemporáneo por la aceleración
y mecanización de sus movimientos, cuya eficiencia, dotándolo de una fuerza
inusitada, no hace sino exacerbar sus impulsos inferiores, anulando al hombre
como tal, arrojándolo a una especie de constructivismo, en el fondo humanamente destructivo e insensato. En el primer plano, sin embargo, la búsqueda de la piedra de toque, de la piedra que es a la vez señal y
cruce de caminos, desechada por los constructores, y que de pronto emerge
solitaria entre cascajos, en medio del desorden de la ruina –propuesta a la reflexión interior, haciendo pensar en la cantera eterna de que un día fuimos desprendidos.
José Luis Ramírez (1981), por
su parte, se sirve de un amplio repertorio imaginativo y analógico para dar
cuenta, desde un simbolismo personal y perspectivo, de realidades desemejantes
hundidas en el hibridismo contemporáneo. Sus metáforas son las del camino y las
del viaje en el desierto, bajo cuyo paisaje aparece la nostalgia de las
ilusiones de la infancia, de los viejos, de los perros y los gallos compañeros,
mostrando una especie de fidelidad al origen bajo la solfa de imágenes cargadas
de ironía cáustica, que no desdeña sin embargo ni la ternura ni el humor,
mostrando siempre en su obra una potente proyección sentimental y una vitalidad
capaz de animar incluso a la materia inanimada y al paisaje, alcanzando sus alegorías, en su
rico repertorio de formas, un gran poder visionario.
Las visiones de Antonio Ocampo
(1986), son diáfanos visores de otra realidad: a la vez visiones del otro lado,
oculto, del mundo y alucinaciones donde, en medio de lo cotidiano, de lo banal
y lo profano (David Hokney), irrumpe, de pronto, inopinadamente, lo insólito,
mostrando con ello un orden axiológico diverso, tras cuyo velo laten oscuras
presencias o la revelación de figuras ominosas. Mirada a lo que está detrás o
más allá de las apariencias sensibles, donde se acusa en las formas la fatiga
del perpetuo movimiento y un cierto mimetismo o contaminación respecto del
entorno, pero también los estragos sobre ellas de la luz negra, que alumbra con
su luminosidad ambigua las sendas que, trasgredido el límite, se internan en la
torcida selva oscura del alma.
Por último Dan Montellano (1979) y Rocío
Gordillo (1980) exploran el esteticismo del formalismo y los moldes sintéticos del
arte pop, cercanos a la publicidad e informática contemporánea, ya sea mediante
la combinación de imágenes extremas tomadas del mundo fragmentado del publicismo,
ya mediante la representación de objetos modernísimos (Dan Montellano), que lo
mismo imantan los más crudos impulsos de muerte que los extremos más sensuales
de la fantasía desbordada (Rocío Gordillo). Los dípticos de Montellano, en efecto,
toman la imagen en lo que tiene de mercancía expuesta a la voracidad sin fondo
del mercado (Andy Warhol), proponiendo una especie vertiginosa de la “cultura
de la imagen consumible” en donde, por virtud de disparar la atención del espectador en todas direcciones, aliando dos imágenes distantes entre sí, se da una especie de homologación de
todas las figuras (los misterios de la Coca-Cola comparables a los de la encarnación
de Sagrado Corazón), insinuando con ello la estandarizan también todos los valores, siendo el criterio
de validez universal el meramente existencial o
por la utilidad de las imágenes en el campo de los medios masivos de comunicación o de la reproducción informática.
Gordillo equipara las mangas japonesas con los
mantras indostánicos en una obra, cuyo novedoso empleo de técnicas como el grafiti
y el ´pincel de aire, no supera la mímica de la participación. En ambos casos,
sus obras destilan un extraño gusto por lo antisolemne, por el vértigo del
inmanentismo contemporáneo, e incluso por lo bizarro, frisando en algún caso lo
morboso y lo excéntrico de la retrogradación de lo humano en lo meramente
impulsivo y la solidaridad con los niveles más bajos de la creación. Por un
lado, la celebración de la sociedad teledirigida, por otro la gesticulación de
la participación. Obras que, sin embargo, muestran paralelamente las
limitaciones del naturalismo del mundo moderno, sus excesos y excentricidades,
siendo uno de sus productos la creación del valor sumo del inmanentismo: la
aceptación de valores meramente subjetivos, individuales, aceptados como
válidos existencialmente por la moderna sociedad mecanicista.
III
La muestra “Figuración Contemporánea” da
cuenta así de una etapa del arte actual marcada por preocupaciones, más que puramente
estéticas, histórico-sociales, críticas, e incluso metafísico-religiosas.
Pintura experimental, es cierto, donde el hombre moderno-contemporáneo,
postulado como un ser sin trascendencia metafísica, sometido por las leyes
físicas y determinado por las influencias del medio y por los deslumbrantes
productos del homo faber, deja ver,
en síntomas de creciente insatisfacción, las tensiones causadas por un mundo
materialista y mecánico, dominado en todos sus sectores por el vértigo, la
aceleración y el control de la información y la fragmentación de las
comunicaciones. Visiones que a la vez que espejean esa realidad, tensa y opaca,
dominada por los impulsos y tendencias del alma inferior, la desorientación
espiritual y la fatiga del consumismo,
se presentan como reacciones de aviso, incluso de alarma, dando cuenta, cada
uno de los artistas a su manera, de la participación del hombre en algo
superior a la naturaleza, de su solidaridad con algo sobrenatural que a la vez lo
informa y lo rebaza, ya sea jalonándolo para mirar hacia atrás, en búsqueda de
los valores perdidos, ya sea revelando, desde dentro de la caverna, los
testarudos ídolos opacos de nuestro tiempo, rodeados por las sombras esquivas y
fugitivas de las ilusiones de los deseos y las apariencias sensualistas
engañosas, que desde siempre han amenazado de engullir al hombre en el caos de
lo informe o de succionarlo en las turbulentas aguas, encrespadas y deformes,
del devenir.
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