La Casona de
José Fernando Ramírez y los Murales de Francisco Montoya de la Cruz para la
Normal del Estado
Por Alberto
Espinosa
(1ª parte)
I
Se abre el año de 2016 en Durango con un signo alentador para la cultura
regional, porque el 30 de diciembre del año viejo se concluyeron las labores y entregaron
perfectamente restaurados los preciosos murales plasmados por Francisco Montoya
de la Cruz, en lo que fuera la antigua casona del historiador y bibliófilo José
Fernando Ramírez, cuando el precioso edificio colonial funcionaba como Normal
Superior del Estado, el día de hoy perfectamente relujado también en su
arquitectura y dispuesto para su entrega, en lo que será un prometedor recinto
para la investigación estética y la formación artística y musical de las nuevas
generaciones, propuesto como Centro de las Artes de la UJED.
Los trabajos de restauración de los fabulosos murales de Francisco
Montoya de la Cruz, ejecutados en el último tramo del año del 2015 por los
técnicos especialistas del CENCOPRAM (INBA) al mando de la historiadora de arte
venezolana Gabriela Gil Verenzuela, consistieron en una limpieza profunda de
los ocho tableros, algunos de ellos afectados por la grasa del uso, la lepra
del salitre y los chicles pegados, otro atacado con innobles esgrafiados de
cuño fascista, exhibiendo durante muchos años el ominoso signo de la suástica.[1] Pero
sobre todo restituyeron, mediante la reintegración de color y, es de
sospecharse, mediante la adivinación y lectura de los antiguos vestigios, las
ocho pinturas ornamentales que adornaran la parte superior de los arcos
intermedios, los cuales se encontraban prácticamente perdidos, borrados en grandes
zonas por la acción de la humedad y del tiempo, y por tanto desleídos, y que hoy
en día se encuentran perfectamente completados y legibles para la contemplación
y ponderación del espectador.
Por su parte las tareas de relujamiento y conservación del edifico de
Negrete #700 comenzaron a fines del 2013 y a inicios del 2016 los obreros y
trabajadores se afanan hoy mismo para dar los últimos toques finales a la magnífica
residencia para su entrega y próxima inauguración. Los trabajos de restauración
arquitectónica han dado perfecta unidad al conjunto, luciendo ahora como nueva
la espléndida residencia estilo barroco colonial durangueño, recuperando con
ello el centro histórico un aspecto del esplendor y magnificencia que ostentó
la ciudad para finales del Siglo XVIII.
Hay que indicar que la vieja residencia albergaba también a la heroica Galería
de Arte Francisco Montoya de la Cruz (llamada antes “Los Tlacuilos”, inaugurada
en 1974), junto con una importantísima Bodega de Arte de la EPEA (UJED), la
cual malamente sobrevivió olvidada en un rincón anexo a la galería, resguardando
sin embargo más de 5 mil cuadros y obras de arte de la primera época de la
Escuela de Pintura, Escuelera y Artesanías, de gran valor antropológico y testimonial,
guardando aquel recinto un puñado de joyas artísticas de los maestros Bravo
Morán, Manuel Salas y Fernando Mijares, entre otros, siendo custodiada celosamente
por el maestro Gerardo Carrillo hasta sus estertores finales. Ambos recintos desalojados
han sido también totalmente remozados e integrados al original conjunto
arquitectónico. El rescate integral del edificio dará paso así a un nuevo
Centro de Bellas Artes de la UJED, anunciado en noviembre del 2015, pensado
como un órgano artístico de alta calidad, avocado a la formación artística, la difusión
de la cultura y la investigación científica y humanística del patrimonio
cultural de la región. La rehabilitación del inmueble contempla así la erección
de la galería Francisco Montoya de la Cruz, ampliada y remozada, una tienda de
artesanías, de textiles, vidrio soplado y de trabajos autóctonos, un pequeño
auditorio para conciertos de cámara y una sala para presentaciones de libros y
usos múltiples.
II
La vieja casona, originalmente marcada con el #23 de la 3ª Calle de
Negrete, fue construida a finales del Siglo XVIII por órdenes de Juan Antonio
de Asilona, quien fue nombrado por la corona real Contador Mayor del Real
Tribunal de Cuentas en Quito, Ecuador, quedando la regia mansión colonial al
cuidado de su hermano Lorenzo de Santa Marina Asilona.[2] En
el primer tercio del Siglo XIX éste la vendió al notable jurista e historiador durangueño
José Fernando Ramírez (Parral, Nueva Vizcaya, 1804-Bonn, Alemania, 1871), quien
juzgaba la propiedad como “una de las mejores de la ciudad” de Durango, tanto
por su compostura como por su construcción. Para mediados del mismo siglo el
jurisconsulto, que fue también uno de los más grandes bibliófilos de México de
todos los tiempos, decidió remodelar la casona, derribando algunas paredes para
dar cabida a “sus presentes y futuros libros”. Así fue que se construyo un
salón de 29 varas para dar albergue a la inmensa biblioteca, y el estudio, de
10 varas de largo, también saturado volúmenes, incunables, manuscritos y
papeles, quedando registrado que aún así le sobraron al insigne erudito una
buena cantidad de tomos. Se calcula que, junto con los libros que atesoraba en
su casa de la ciudad de México, el padre de la historiografía mexicana llegó a
contar con más de 12 mil volúmenes, siendo solicitada para formar la Biblioteca
Nacional en la ciudad de México.
Luego de multitud de puestos e infinidad de viajes, el distinguido abogado
José Fernando Ramírez fue designado como Ministro de la Suprema Corte de
Justicia en el año de 1851. Comprendió entonces que la multiplicidad de sus
ocupaciones en México lo dejaba en libertad para vender la mansión de Durango.
El reconocido liberal moderado vendió entonces su residencia a la Junta de
Instrucción Pública de Durango, junto con gran parte de la biblioteca, por
documento del 15 de julio de 1851, por la cantidad de 31 mil pesos. Le fueron
pagados 14 mil pesos y los 17 mil pesos restantes se fueron a un largo litigio,
que no se resolvió a su favor sino hasta el año de 1874, 3 años después de su
muerte –debido todo ello a las vicisitudes políticas de la época y, sobre todo,
a lo que sus correligionarios liberares consideraron un gran “error político”,
ya que a insistencia de la emperatriz Carlota, participo en el 2º Imperio
Mexicano de Maximiliano de Habsburgo como Ministro Plenipotenciario de su
gobierno monárquico. Luego de Exilarse en Alemania antes de la caída de Maximiliano,
al que aconsejo su dimisión, murió en la ciudad Bonn a los 67 años de edad. Su
vieja mansión lo recuerda en el centenario de su nacimiento con broncínea placa,
reconociendo el 5 de mayo de 2004 el gobernador del estado Lic. Luis Ángel
Guerrero Mier, junto con el UJED y el Instituto de Cultura del Estado de
Durango, guiado hasta ese año por Lic. Don Héctor Palencia Alonso, la valía y trascendencia
de su obra.
Antes de aquellos trágicos acontecimientos, con la confianza de normar
la vida de los mexicanos por medio de las leyes y de poner los cimientos
positivos de la historiografía moderna, José Fernando Ramírez marchó a la gran metrópoli
de forma definitiva, llevando con siglo exiguas 20 cajas de material
bibliográfico, la “Preferida Parte”, dejando su querida biblioteca y su casa de
la ciudad de Durango, conteniendo aquella la friolera de 7 mil 477 volúmenes de
los Siglos XV, XVI, XVII y XVIII, en cuyo número caben códices, manuscritos e
incunables de incalculable valor.
Época en que Durango era, a decir del propio Ramírez, una ciudad culta,
contando 30 mil habitantes, 11 escuelas generales, 7 particulares, mil 437
estudiantes, además del Colegio Tridentino del Seminario Conciliar de los Jesuitas,
cultivándose especialmente el gusto por la música, gracias sobre todo a la
Capilla de Música de Catedral, con una tradición de 300 años, abundando también
en la capital de la provincia músicos y pianos. Notable también en el
desarrollo de la pintura, en la que hubo una tradición nada menor, en la que
figuran grandes maestros de la talla de Juan Correa y Juan de Ibarra, y la
ebanistería, teniendo como mejor representante de ese arte al toluqueño Felipe
de Ureña, quien dejó en la Catedral Basílica tres magníficos retablos, muestra
de su genio creador. Las letras, por su parte, no estuvieron ayunas de desarrollo, ya que en el sector periodístico se mostraban también muy activas en publicaciones como el Periódico Oficial del Estado (La Restauración Oficial), La Linterna, la Atalaya, La Opinión, La Enseña de la Libertad, El Zarandajo, La Independencia, etc., estando la vida política agriamente dividida en dos bandos: el de los Chimines y el de los Cuchas,
En lo que toca a la “Parte Durango” de su biblioteca, vendida junto con su
mansión, se formó a partir de ella la Biblioteca Pública del Estado de
Durango, inaugurándose el 4 de septiembre de 1853, siendo su primer director bibliotecario el Sr. José Luis Gómez. La inmensa
biblioteca fue la base para la constitución del Colegio Civil del Estado de
Durango, que se inauguró tres años más tarde, el 15 de agosto de 1856, con el
lema “Virtud et Merito”, teniendo como primer Vice Director al literato
Francisco Gómez Palacio, siendo el antecedente directo de la UJED.
La casa permaneció como Biblioteca a Pública cuando en 1859 el Colegio
Civil se trasladó al “Edificio Central” del Colegio Tridentino del Seminario Conciliar
de la Compañía de Jesús, incautado por el Estado, cambiando su nombre a Instituto
Civil del Estado. La Biblioteca de Seminario Jesuita era también enorme,
conteniendo más de 8 mil volúmenes, la cual, luego de dar tumbos de un lugar a
otro, se perdió prácticamente en su totalidad, constituyendo, a decir del
historiador regional José Ignacio Gallegos Caballero, “uno de los grandes
crímenes de la cultura que se han
cometido en esta ciudad”.[3] No
así la biblioteca del Obispo Castañiza, que fue incorporada a la Biblioteca
Pública del Estado, y de la que, al menos una parte, sobrevivió a los avatares
del tiempo y de las manos réprobas, encontrándose en la actualidad, junto con
los fondos de la Biblioteca de José Fernando Ramírez, en la nueva Torre del
Libro Antiguo, inaugurada en el año de 2010, anexo a la Biblioteca Pública del
Calvario “José Ignacio Gallegos Caballero”.
En el mismo año de 1859 la casona sirvió como sede entonces al Tribunal
Superior de Justica y al Congreso del Estado, donde sentaron sus fueros por una
década, hasta el año de 1869, en el que se trasladaron al Palacio del Conde de
Zambrano, que pronto sería conocido como Palacio de Gobierno.
A partir de ese año de 1869 la bella
residencia fue la sede de la Escuela Central, conocido también como Instituto
de Niñas, donde se preparaban las preceptoras para sus futuras funciones como
educadoras de primaria. Permaneciendo en ese lugar hasta 1916, cuando cambió de
nombre por un año a Instituto Juan Hernández y Marín.
El 7 de agosto de 1916 camia de nombre al crearse la Escuela Normal del
Estado de Durango por decreto del gobernador General Fortunato Maycotte,
teniendo como directora a Francisca Escárzaga, contando con la ayuda de los
maestros Doctores Carlos León de la Peña e Isauro Venzor. En 1924 se
introdujeron las carreras de contaduría, taquimecanografía y telegrafista y se
introduce en ella a la Escuela Primaria Estatal. La Escuela Normal del estado
permaneció en la casa de José Fernando Ramírez hasta el año de 1960, en que se
traslada a las nuevas instalaciones en el Parque del Guadiana, frente al Ojo de
Agua del Obispo.
La residencia fue cedida entonces por el estado a la UJED, ocupando ese
año el edificio la Escuela Superior de Música, fundada en 1954 por el músico
Alfredo Antonio González Flores, compartiendo su espacio con una galería de
arte, que a partir de 1974 llevó el nombre de “Tlacuilos”. La Escuela de Música
se traslado entonces a un edificio de Ciudad Deportiva, junto a Radio UJED,
hasta que en el año de 2010 inauguró su propio edificio a un lado de la EPEA en
el Km 0.5 de la carretera a Mazatlán. La casa fue ocupada entonces por uno de
los tres sindicatos de la UJED, el STAUJED, siendo conocido por obreros y
trabajadores agremiados como “El Centralito”, donde permaneció hasta principios
del año 2013, fecha en que se iniciaron los trabajos de restauración y
conservación de la vieja residencia, habiendo sido por más de siglo y medio
alberge de varias instituciones educativas, centrales en la formación personal
y el desarrollo normativo de Durango.
Continuará…
[1]
El CECPRODAM del INBA es en nuevo nombre de lo que fuera el famoso CENECOA,
centra de restauración de Bellas Artes, dirigido por muchos años por Walter
Bosterley, enrocado luego al puesto de director del Museo de Artes Populares, y
que rescató los murales de la Casa del Campesino
de Durango, realizados por el mismo Francisco Montoya de la Cruz en el año de
1937, desprendidos de sus paredes originales mediante la técnica de “strapo”, perdiéndose
desafortunadamente la unidad del conjunto en su traslado al anexo del Palacio
de Escárcega, apareciendo los murales hoy en día a manera de un imposible rompecabezas,
no enteramente a la vista del público, debido a las medidas de seguridad del
recinto, al ser usado como sala de sesiones por los regidores del Ayuntamiento.
Hay que recordar que en el inmueble del antiguo CENECOA, ubicado en el Ex Convento
de San Pedro y San Pablo estuvieron por muchos depositadas grandes obras del
arte mural, entre otras los tableros que artista durangueño Ánge Zarraga
pintara para la Legación de México en París, pero también el codiciado mural de
Alfredo Zalce “La Industria y el Comercio
en México” (rescatado del edificio Secretaría de Comercio y Fomento
Industrial (SECOFI) después del temblor que cimbró al Distrito Federal en 1985).y
que desde el año de 2015 engalana el
Centro Cultural de Convenciones y Conferencias Bicentenario, en el Ex Internado
Juana Villalobos. Los diligentes restaurados del INBA, quienes expresaron
cierto malestar y preocupación por la nueva dirección (ya que en su centro de
trabajo, antes encargado de la formación de nuevos elementos, de 35 restauradores quedan ahora sólo 20 por jubilaciones
y otros movimientos), fueron también los artífices de la colocación de dos
magníficos murales de Ramón Álva de la Canal, otorgados por CONACULTA a Durango
en comodato de 99 años: “Los Hombres de
la Reforma”, en el Salón de Plenos del Palacio Legislativo, y “Origines de la Escritura y la Imprenta”,
serie de tres tableros transportables que se exhiben desde julio del 2015 en el
patio central del Museo 450 de esta capital.
[2]
Javier Guerrero Romero, “Una mansión de Durango: la casa de Ramírez”, El Siglo
de Durango. Kiosco. 11 de septiembre de 2003. .
[3]Lic.
José Ignacio Gallegos Caballero, Historia
de la Universidad Juárez del estado de Durango. 2ª Ed. Secretaria de
Educación del estado de Durango. Durango. 2010. Pág. 13.
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