sábado, 21 de diciembre de 2019

La Adelita: Montoya de la Cruz y el Legado Revolucionario Por Alberto Espinosa Orozco

La Adelita: Montoya de la Cruz y el Legado Revolucionario 

Por Alberto Espinosa Orozco 



“Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.
……………….
“Trueno de temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en pareja,
oigo lo que se fue, lo que aún no toco
y la hora actual con su vientre de coco,
y oigo en el brinco de tu ida y venida,
oh trueno, ... la ruleta de mi vida.”
Ramón López Velarde
“Todos ustedes, habitantes del
 mundo,
verán cuando se alce la señal en
la montaña,
y oirán cuando suene la
trompeta.”
Isaías 18.3


  En el año de 1953 el muralista regional más importante del Norte Mexicano,  Francisco Montoya de la Cruz (1907-1994), realiza la maqueta y supervisar los detalles del monumento a Guadalupe Victoria, del que son tallas directas el General y las Águilas, también trabaja arduamente para conformar la Escuela de Pintura y Escultura y Artesanías –acreditada oficialmente por el gobernador Enrique Torres Sánchez mediante un decreto expedido el 1º de febrero de  1954, creando ese año mismo la revista “Andamios” como órgano cultural de la institución. 
   Febril actividad que arranca, pues,  pintando el famoso mural regional de “La Adelita” (1953) para la familia Durán. La obra, realizada en piroxilina (vinelita) sobre un bastidor de triplay, se expuso durante años en lo que fuera el bar de “La Posada Durán”. En efecto, Ernesto Durán hereda por una de sus hermanas la finca en que se encontraba el inmueble, sobre la calle 20 de Noviembre y Avenida Juárez, a un costado de Catedral Basílica Menor, y decide transformar la antigua Casa de Huéspedes, para entonces menguada por las sombras de dudosas costumbres y ya en plena decadencia, en un hotel de lujo, el número uno de Durango. Así, para el año de 1953 se inaugura como gran hotel “La Posada Durán”, conservando la fachada antigua y siendo por entonces el mejor hotel de la ciudad, hospedando a los presidentes del México post revolucionario, entre ellos Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz.
   Enrique Duran invita a Montoya para realizar un mural con tema revolucionario cuando se remodeló el edificio y con motivo de su inauguración. El mural, en efecto, fue pintado por el maestro durangueño, estampando su firma en el ángulo inferior izquierdo con  la fecha: “1953 FRANCISCO MONTOYA DE LA +” El Maestro Montoya plasmó, en efecto, una imagen revolucionaria que, a toro pasado y a tres décadas de la estabilización en institución del conflicto armado, hablara también del momento actual. Así, el mural se integra alrededor de la imagen central de “La Adelita”, motivo de un corrido mexicano, empero lejos de quedarse en una mera reminiscencia nostálgica agrega a la imagen una expresión de la circunstancia vivida y presentida, haciendo simultáneamente balance estético del legado de la revuelta armada al arrancar la mitad de siglo XX y reflejando, como una visión profética, el agreste panorama previsto por el contexto educativo que en ese tiempo atraía su atención y sus esfuerzos.
   Diseñado para el interior del bar del hotel el fascinante cuadro de grandes dimensiones es un mural desmontable pintado sobre paneles de madera y que durante años se conservó en el bar y salón de fiestas, en la parte baja de La Posada.. Es la misma imagen mural que se exhibe hoy día en la planta alta del edificio, en el nuevo bar del inmueble, relujado y convertido en  típico restaurante  Samborn´s de la localidad para el año de 2000 -pues con el tiempo “La Posada Durán” había visto pasar sus mejores tardes y de salida el local fue rentado a la empresa representada por el hijo del empresario internacional Carlos Slim.
      El mural público de “La Adelita” es en realidad una cifra de la idea que en esos años tenía Montoya de la mexicanidad y de su herencia revolucionaria. Porque si por un lado sobresale la imagen de la soldadera cargando un pesado morral, armada con un rifle y en posición de marcha para seguir  a su “Juan”, por el otro, en un segundo plano, se muestran una serie de figuras que simbolizan los más caros ideales revolucionarios: el anhelo de modernidad, el de la síntesis cultural del mestizaje y la necesidad de una educación potente para el pueblo. Por último el plano final agrega un enigmático trasfondo metafísico de orientación cristiana que nos habla del destino final de la humanidad modulado por la visión del pueblo mexicano.
   Pocos artistas en verdad lograron entender el espacio aéreo de las grandes dimensiones como lo hizo Montoya de la Cruz  Se trata en efecto de un mural a la vez sintético y magistral, tanto por su clarividencia visionaria como por su composición, la cual siguiendo una difícil perspectiva de ojo de pescado logra mediante la técnica del englobamiento descifrar algunos de los motivos de la revuelta guerrera y de sus perspectivas futuras. En el momento de su ejecución la Revolución armada ha concluido hace varias décadas, dejando en el recuerdo la figura heroica de la mujer armada en marcha al cumplimiento de una misión más que de amor individual de un destino impersonal y colectivo. Así, sobre el agreste panorama geográfico nacional y en medio de un tercer plano cuya atmósfera aérea se difumina como si se tratara de una visión o un sueño hecho de profecías, anhelos y ominosas expectativas, corre festiva una maciza máquina de vapor para surcar el agreste desierto del norte mexicano, presentándose así como claro símbolo de la modernidad, pues a su manera realizaba, por parcialmente que fuera, uno de los ideales más caros de contienda armada: el de la justicia social. Se trata, en efecto, de uno de los  logros concretos dejados como herencia a las generaciones siguientes después del estallido revolucionario: el de la institución y fortalecimiento de los transportes, cuya figura concreta fueron los Ferrocarriles Nacionales de México,. logro tecnológico cuyo valor humanitario fue el de vincular a la nación, sacando así de su aislamiento a comunidades marginadas enteras al ponerlas en contacto con el mundo moderno, potenciando de tal suerte la economía, la comunicación y la  cultura.
   Así, sobre ese segundo plano aparecen las figuras de dos rostros que nos hablan del mestizaje de la raza mexicana,  sobresaliendo la cabeza de niño rollizo de rasgos autóctonos, olmecas, casi negroides, abriéndose al mundo como en un primigenio desarrollo cultural. Empero, no se trata aún de una figura cumplida, por haber es su presentación algo de incompleto y en su expresión una mueca de insatisfacción –como si sus gestos revelaran la maduración de condiciones primarias de la vida, de la nutrición y el desarrollo familiar primario, pero que delatan en el cejo, las comisuras de la boca y la barbilla fruncida algo frustráneo, que deja la sensación de una hiriente preocupación anímica. Porque si la contienda armada abrió el camino para fundamentar las vías de comunicación moderna, dando a la patria un suelo recorrible y abierto al diálogo entre pueblos y personas, y si la soldadera fundó una tierra potente como matria, el fuego de la paternidad requerido para erigir en la tierra un hogar en cambio se siente como ausente.
    Lo que falta entonces es el componente del fuego generoso de la imagen paterna y del maestro que den al crío una educación moderna y vigorosa para estabilizar a la patria. En efecto, sobre la testa del niño se erige, más como proyecto ideal que como realidad actuante, la figura parcial de una mujer mirando absorta al cielo, clamando en un rapto de estoica esperaza a los cielos y  envuelta por un manto de luz bañado por una brillante agua metafísica. Porque si algún pendiente dejó la revolución mexicana estratificada en institución, fue justamente incorporar a la tierra el fuego de los principios conceptuales y de las normas educativas nacionales que lograran potenciarnos como nación moderna.
   El conocido mural de “La Adelita” muestra, por decirlo así, una ausencia. En efecto, por el paisaje desértico de la obra se destila un sentimiento de vacío e incluso angustiante nihilismo. Es “la hora actual con su vientre de coco” de la que habla el bate jerezano  en su poema heroico y final. Hora hinchada y prolongada hasta la fecha, en la cual los ideales de la educación mexicana, bocetados genialmente por José Vasconcelos al frente de la Secretaría de Educación en su magna labor constructiva y estética, quedaron truncados irremediablemente. En efecto, la educación popular proporcionada por el estado mexicano se revela hoy fracasada, confundida por los eternos neógogos profesionales y postrada en los últimos lugares a nivel mundial, apenas un peldaño arriba de los pueblos africanos.[1]
   Tales resultados abismados catalizan los dos grandes problemas que han vaciado de contenido a la educación en México en los últimos setenta años. A la distancia, en efecto, pueden verse con prístina claridad las dos grandes causas de la tragedia de la educación nacional, las cuales se cifran, cerrándose como una pinza de oscurantismo sobre las testas magisteriales: I) en una concepción errónea y falsificada  del laicismo, y II) en el empeño irracional y dogmático de carácter reaccionario por instaurar en la esfera pública una “educción socialista”.
   El laicismo mexicano nace en la época de Benito Juárez como un compromiso del estado mexicano a abstenerse de toda responsabilidad ideológica. Tal postulado, al ser subsumido por el modelo positivista de la reforma liberal, tendió a ser interpretado como una pura negación de las ideas religiosas en la educación. La crítica al positivismo sustentado en el psicologismo llevada cabo por el Ateneo de la Juventud, especialmente por Vasconcelos y Antonio Caso, logró abolir la doctrina oficial, haciendo ver a la vez que uno de los fines fundamentales de la revolución era el de renovar completamente la enseñanza nacional. La energía creadora del Ateneo mostraba así que el laicismo positivo no puede acabar con los ideales de la enseñanza religiosa, simplemente porque ésta responde a una necesidad espiritual en el hombre que la ciencia y la filosofía positiva por sí mismas no pueden satisfacer. Como a señalado Samuel Ramos, la idea del laicismo produjo más humo que llama, llegando incluso a respaldar la posición de Bassols de suspenderlo como principio de la educación mexicana para darle un contenido doctrinal propio y moderno –en el sentido, pues, de satisfacer la necesidad real de dotar a la educación mexicana un contenido filosófico potente para dar cuerpo y expresión a nuestras aspiraciones espirituales.[2] Tomando en serio la insinuación de Bassols sobre la modernidad de la “educación socialista” se enarboló como campaña demagógica, pues Calles vio en ello una oportunidad política para intentar, mediante la escuela oficial, reformar ideológicamente al pueblo: it est,. para adoctrinarlo políticamente. El problema de la reforma educativa, cuya solución debió recaer en los espíritus de mayor experiencia y profundidad de pensamiento, fue llevado empero a la arena política para ser resuelto sobre las rodillas … sobreviniendo el desastre.
     La tendencia positivista tomó con Calles un sesgo decididamente antirreligioso, el cual, hiriendo profundamente los sentimientos del pueblo mexicano, sostuvo la reforma en 1933 del articulo 3º constitucional, fraguando al calor de la demagogia y la pasión sectaria la idea de una “educación socialista”, que le sonó bien a los políticos, adquiriendo pronto un sesgo de cuño marxista. Revolución por decreto de un jacobinismo terciario que olvidaba que una de las conquistas más arduas  de la historia de México ha sido la de llevar hasta las clases populares la convicción de la soberanía de la conciencia y de la libertad de pensamiento como inarrebatable cimiento de la dignidad de la persona.
   Empero, el materialismo dialéctico de Marx, que no es una doctrina científica sino una interpretación filosófica que descansa en supuestos metafísicos muy discutibles y sin repercusiones reales en la sociología, la economía y la filosofía contemporánea, fue entonces adoptado para llenar el hueco conceptual de la “educación socialista” -heredando sin embargo el positivismo porfiriano, pues al pretender enseñar “una concepción científica del universo” quedó sin contenido propio, tendiendo que llenar el vació llevando la educación y su moral evolucionista… a los tiempos de Juárez.
   Por otro parte, tal experimento educativo permitió establecer una dictadura educativa cuyo sistema, inventado por la iglesia católica en la Edad Media, permite ocultar todos aquellos conocimientos que considera herejía -que es el sistema de todas las dictaduras, donde en nombre de una iglesia se adora la momia de Lenin o la estatua de Hitler, Mussolini, Stalin o Franco. Sistema dogmático también, cuya función sacerdotal se manifiesta en su objeto metafísico: que sólo una conciencia exista, que sólo una voluntad actúe, que sólo un director piense y manipule (ego cogitans).
   En efecto, la ambición de Marx y sus prosélitos en realidad era la de dominar el socialismo y la doctrina dialéctico-socialista sirvió entonces no sólo para fundar una concepción política y económica de la sociedad, sino para presentarse como el único socialismo capaz de fundar una educación socialista potente para regir la conducta y el pensamiento del hombre prescindiendo de toda otra interpretación del cosmos. Así, el imperialismo sentimental de la ”conciencia de Marx” es el único que puede originar una conciencia y una educación socialista, cuya ortodoxia y carácter religioso se manifiesta en su intención de ejercerse sobre la persona como una  expurgación de la conciencia -cuyo carácter subjetivista y religioso delata empero que en realidad es una doctrina moral carente de toda filosofía.
  Pero, por el otro costado, al carecer la “educación socialista” de filosofía y por tanto de capacidad para corresponder con la realidad y ser objetivamente una educación, adquirió un carácter reaccionario, cerrando a las conciencias toda las posibilidades de acción revolucionaria ofrecidas por el mundo exterior y llevando a una horrible confusión, cuya angustia intelectual se manifestó, al no tener otra manera de destacarse, haciendo alardes de radicalismo, terminando en el superlativo extremismo de hacer pasar la “educación socialista” por propaganda política abierta, sustentada sólo en el interés particular y trastocando la imagen del líder y del patriarca por la del maestro. Sus consecuencias más palpables fueron el abandono del rigor en la teoría, ciencia y práctica pedagógico y crear la confusión y el caos en los espíritus, abriendo así las puertas de la escuela y de la cultura a toda clase de impostores y charlatanes que al vivir en la simulación no dieron sino lecciones de inmoralidad, implicando todo ello el debilitamiento y la supresión de la educación misma, la cual sucumbió a la intervención de la política.
   El callismo intentó imponer una dictadura ideológica, contradictor del espíritu constitucional siendo su reforma educativa un movimiento irreflexivo sujeto a la pasión demagógica y a la pasión sectaria de un partido político. Así, la sustitución del laicismo por la “escuela socialista” entorpecida en un revoltijo de ideas positivitas y materialistas y elevada a frase mágica sin contenido creo un fantasma de ideología, abriendo el hueco para ser llenado por una nueva bandera política y ser pasto de la demagogia oficial.
   Tamañas confusiones de la escuela comunista tienen su eje en una concepción psicologista del socialismo y de la revolución, cuyo carácter oposicionista prendió en los estratos más bajos de la mentalidad magisterial como una inconformidad infundada, que no pretende algo diferente de lo que se rechaza, sino que consiste en un puro estar inconforme, en una pura oposición sin objeto –pero cuya tendencia final es hacer sentir un estado de cosas superior que no existe para erigir así a la escuela en iglesia del Estado y supeditarlo todo a la autoridad de su dogma y  los políticos a los sacerdotes titulares de la doctrina oficial.
   Nuevo clericalismo, pues, que encierra la voluntad de que la escuela tenga una función eclesiástica respecto de la política –comprometiendo así a la escuela en la adopción oficial de una fe político-religiosa abanderada por un falso prestigio filosófico, haciendo con ello de la revolución un bastión de la reacción y una sofisticada forma estética del agravio y de  la misantropía.
   Las consecuencias que de ello se derivaron han sido incalculablemente costosas para la historia de México, pues lejos de adoptar una armonía entre los fines de la enseñanza y los fines de la sociedad por razón misma de la universalidad de los estudios, la confusión socialita llevó a la corrupción de los estudios que desnaturalizados y defraudados aspiran no a la responsabilidad y el esfuerzo de la cultura por la finalidad superior que le es propia con un ánimo desinteresado, sino al usufructo del que se sirve de ella como instrumento de su beneficio personal y sin conciencia de su utilidad –siendo así nuestra cultura botín de la depravada política mundial. Ensayo, pues, que cambió la naturaleza de las cosas, quedando la cultura en manos de quienes no reconociendo la superioridad de su valor social respecto de los demás apetitos la utilizan como un instrumento de sus apetitos incultos o para dar satisfacción a sus ambiciones individuales. Confundiendo también la revolución con aquello que niega la realidad de la nación y de la educación con una regresión a las fantasías de la infancia, llevando a negar el carácter libre de las profesiones liberales y a considerar reaccionaria cualquier nueva tendencia liberal que abriera un horizonte al espíritu, llenando así los corredores burocráticos de jóvenes ambiciosos e incultos en cuyas manos esta  la cultura a la que aspira la nación sin esperanzas.
   Tales posturas convirtieron a la doctrina socialista de la distribución de la riqueza en un acto de fe, en un puro fenómeno psíquico que la profesa como creencia pero no la practica como acto, convirtiéndola en una cosa puramente contemplativa, en una mística, en una magia, en un culto al milagro, que piensa que el socialismo se realiza por imaginarlo, haciendo de él un objeto sobrenatural. También  una creencia religiosa que hace de la revolución una creencia psicológica estéril y del socialismo una superstición astral y tenebrosa ansiosa de absoluto. Creencia religiosa, pues, que al comprometer la escuela oficial en la enseñanza del comunismo la entrega a la adoración de una fe político religiosa. Así, la escuela imanta el carácter dogmático de las iglesias, siendo su oposicionismo a la vez institucional e intolerante, pues por un lado su protesta no tiene objeto real, puesto que su objeto es metafísico, pero por la otra usurpa completamente el sentido de la protesta al no permitir ningún otro tipo de oposición –pues su tendencia es la absorción sin residuos de los espacios culturales para la intervención discrecional de la vida política.
   Empero, darle a la escuela una finalidad política es darle una finalidad que no tiene, una finalidad eclesiástica, cuya voluntad es la de apoderarse de la conciencia pública por medio de la escuela. Por último, al hacer del socialismo un psicologismo mas adquiere la función de una droga y la textura fantasmal e imaginaria de los sueños, lo que no dice mucho sobre la reforma o la transformación del mundo y si mucho del gusto de las mentes vagas por la embriaguez.
   Así, la “educación socialista” al ejercer una enseñanza que no corresponde a la realidad se vuelve conformista, abismada y caprichosa, adquiriendo el libérrimo carácter interior de las fantasías nocturnas. Doctrina, pues, que se obliga por su inferioridad intelectual  a la adopción de una actitud dogmática y suficiente, derivándose de ello la repugnancia por la libertad y su temor a que el futuro ponga de manifiesto la incapacidad de sus acciones falsas, fatuas y vanidosas –que a la vez conducen a la esterilización del socialismo y a fracaso de la acción revolucionaria, haciendo retroceder a la política a formas irreflexivas y primitivas del gregarismo. Total confusión que termina por hacer a todos los gatos pardos y que no puede ser sino obra de la noche, porque sólo ella es absoluta e ilimitada, confinando totalmente al hombre al rodearlo por todas partes –mientras que en cambio el día es limitado, sujetando al hombre a porciones parciales de la realidad y a su contexto y finitud, pero que a la vez permite entrar en un espacio real para habitarlo y para en libertad moverse rectamente y  seguir un horizonte.
   En concreto,  la resultante del sistema educativo fue incorporar lo que en el accidente revolucionario había de confusión del pensamiento y oportunismo, los cuales frustraron sus ideales al confundir los planos: el de la pedagogía con el adoctrinamiento, el sindicalismo con la organización académica y la libertad con la uniformidad oposicionista. Sin embargo, si rescatamos la esencia de la educación, resulta claro que no puede haber educación socialista, pues la ciencia es un valor objetivo que es el mismo para todas las escuelas y sistemas de educación. El hombre es un ser social… pero toda sociedad es una sociedad de individuos. La educación es así tan social como individual, pues está destinada tanto al fortalecimiento de la personalidad individual cuanto de las personalidades colectivas, teniendo por tanto que atender tanto a las predisposiciones de carácter de una cultura como responder a las aptitudes nativas del individuo. Filosofía de la educación que requiere desarrollarse, porque su objetivo es permitir que la conciencia humana se realice en la mayor plenitud que pueda alcanzar.[3]
   Lo cierto es que la idea de una “educación socialista”, producto resentido de una inversión de conceptos, ha desembocado en un malestar que ahora manifiesta sus efectos más regresivos y perturbadores –los cuales han llevado a los maestros de la irresponsabilidad a la simulación, expresándose finalmente tal fachada bajo la forma de la angustia existencial y de pensamiento, dando con ello ejemplo de confusión, inferioridad intelectual y  lecciones de inmoralidad y de violencia –porque lo cierto es que la educación no puede fundarse en el socialismo, sino solamente el socialismo en la educación.[4]
   En efecto, no hay educación socialista, pero en cambio lo único que puede haber es una política social de la educación, en el sentido de responder libremente a los requerimientos de la realidad social y cuya única reforma estriba en el conocimiento profundo del espíritu mexicano para corregir sus vicios y desarrollar sus predisposiciones y aptitudes de carácter decantándolas en realidades cumplidas –simplemente porque la tarea educativa es la de formar hombres según las miras de un tipo superior de existencia.
  Por su parte, el laicismo es una actitud de espíritu que toma distancia frente a los intereses eclesiásticos y frente a los intereses económico-políticos, tendiente a fundar una política libre, exterior a los intereses de iglesias y grupos económicos para consolidar su autonomía. Así, el laicismo implica la conciencia concreta de que la cultura y sus contenidos (tanto científicos, técnicos como humanísticos, artísticos y artesanales) pertenecen de modo radical a la sociedad –y no de modo histórico o tradicional a una clase social privilegiada, clerical, capitalista o socialista, ni al predominio de una iglesia o partido. La nación se identifica así con la sociedad laica, fundada en la luz pública o radicalmente, por ser la facultad natural de la nación para edificarse radicalmente y dictarse su propio destino –porque la revolución no es un conjunto de creencias individuales elevadas a forma de aplicabilidad universal de un dogma infalible y sagrado, sino la experiencia republicana de la sociedad misma como libre.
   Lejos de la teoría peregrina de estar el socialismo contenido analíticamente en la idea de la escuela laica como algo que le imprime una servidumbre política, el laicismo implica por lo contrario la concepción sintética de que la escuela tenga un contenido propio, que al serle exclusivo debe dejársele en libertad para cumplir la función que la escuela tiene como tal, pues tanto ciencias, artes como humanidades tienen un contenido por sí mismo, que sin ser supeditado a intereses extrínsecos pueda ejercer su actividad transformadora.
   Volvamos al mural de La Posada Duran. En un tercer plano Montoya de la Cruz vincula al rostro de la mujer estoica difuminada en un segundo plano las presencias ausentes de tres espíritus que surgen en el fondo final. A la izquierda cual dos mensajeros de los vientos, cuyas cabezas fantasmales hacen oír  en sus gemir de llantos la tragedia vivida, y prolongada hasta la fecha, por el pueblo mexicano, representado por el fracaso del laicismo y de una verdadera política social en materia de educación. Rostros, pues, que expresan un horror vacui, heraldos del vacío heredado por las consecuencias de la idea de la “educación socialista” que han dejado mellada la conciencia mexicana y su territorio hirsuto y sin cultivar, dando el amargo espectáculo de un pueblo huérfano de padre y sin guía ni maestro. Sin embargo, en la parte superior derecha sobresale otra figura: un imponente ángel tocando que la trompeta abre el espacio atmosférico convocando con su tonante instrumento en los planos finales de carácter metafísico a la estrella de seis puntas que rompiendo la mañana cierra el magnífico entramado visual.  
   Por un lado, pues, los rostros pueriles y fantasmales mezclados en la atmósfera sideral son así las animas penitentes que retratan una culpa atávica, cuya causa se pierde en la oscuridad de los tiempos, siendo sin embargo expresión de una anemia moral y de un hambre no saciada de espíritu y de filosofía nacional propia a la altura de las circunstancias. Por el otro, la figura del arcángel final que aparece tocando la trompeta como anuncio de la esperanza religiosa propiamente metafísica, a la vez cargada de ominosos augurios para los espíritus rebeldes a la palabra, presagiando un. final apocalíptico.
   Porque en el fondo del fondo de las cosas el problema de la razón moderna es insoluble, pues al adoptar un modelo de razón, instrumental y solipsista, desemboca necesariamente en la idea de un hombre escindido, por su técnica autosuficiente pero incapacitado de vivir con su razón a Dios. Complejo racionalista y razón truncada que da pie al confinamiento del hombre contemporáneo –pues revelándose su razón en su autosuficiencia meramente instrumental como esencialmente atea no puede sino terminar  por reclamar el monopolio de la interpretación, volviéndose así su hermenéutica tan mutilada como dogmática y erigiéndose consecuentemente en dogma y luego en religión, pero a la vez siendo impotente para transformar realmente la realidad y de resolver los problemas verdaderos de la existencia. Razón ascéptica y eficiente, pues, pero sin vida, que a la vez arroja al hombre a una vida sin razón, delatándose sus motivaciones últimas en los choques violentos, de poder a poder,  que muestra  la entraña más profunda que mueve a la vida irracional.
   Por último, una luz de esperanza brilla rotunda en el horizonte: es el lucero de la mañana, que a manera de símbolo esotérico, evocador del Sello de Salomón, hace alusión a un nuevo modelo de razón, de una razón vital y estética -que permita salir de la jaula del solipsismo liberando al hombre de su confinamiento (personismo),  para a la vez articular su esencia en el desarrollo de sus facultades superiores (antropología filosófica) y participar activamente de la respiración y el latir del cosmos, comunicando con las .raíces profundamente tradicionales del pueblo (razón poética).
   Al conmemorar el centenario de Francisco Montoya de la Cruz (1907-1994) se presenta la obra del artista durangueño cargada de indicios y sugerencias de la mayor actualidad. Porque el gran pintor durangueño no se detuvo en sus intuiciones visionarias de manera meramente especulativa, sino que practicando con el ejemplo y poniendo manos a la obra promovió la creación de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la UJED, dando con ello una lección práctica y un contenido concreto a los ideales educativos, logrando materializar su erección en 1954, acompañando su ceración con un órgano educativo y de orientación estética y cultural, la revista “Andamios” que sale a la luz pública en la misma fecha. Porque la esencia de la educación es la de articular un corpus  de expresiones de convivencia formativa de la persona.
   El modelo estético es quizá insuperable, pues la educación artística consiste en articular situaciones sociales de convivencia formativa mediante expresiones bellas e incluso críticas de la realidad. La iniciación artística así permite el aprendizaje de técnicas prácticas para la articulación de tales expresiones mediante el aplicado oficio, logrando el fortalecimiento las aptitudes y predisposiciones del aprendiz; pero que a la vez requiere en la convivencia formativa de un caldo de cultura y tradición situacional que le de cuerpo para insertarse en la vida social y brillar a la luz pública, logrando con ello el robustecimiento de los grupos sociales mediante expresiones colectivas que expandan y saneen el tejido social –respondiendo así a la vida colectiva más como una orquesta que como un guerrilla.
   Porque la acción armónica y estética del muralismo es también la de una crítica de la realidad que permita pensar directa y objetivamente los problemas del país sin distorsionarlos por las pasiones e intereses económicos o políticos personales. Madurez de pensamiento, que sobre la experiencia de los fracasos enseña lo que no debemos hacer, fortaleciendo nuestro carácter y lección estética y moral también, que muestra los horizontes abiertos a la responsabilidad de la persona en el mundo de la formación y de la libertad ascendente
[1]   Los ideales educativos, fruto de la brillante oportunidad de renovar al nación llevada a cavo por José Vasconcelos, quedaron inscritos en su (des)conocido libro De Robinson a Odisea. Pedagogía Estructurativa,  .(1ª Ed. España, 1935) Ed. Constancia, México 1952.
[2] Samuel Ramos, 20 años de la Educación en México (1941), UNAM. Nueva Biblioteca Mexicana #46, Tomo II de O.C.  México, 1990. Pág. 88.
[3] Hay que recordar aquí que la gesta del Ateneo, a su manera los filósofos de Contemporáneos, pero también la iniciación filosófica de José Gaos, coinciden en su lucha contra el psicologismo –teniendo todos ellos su antecedente en la obra fenomenológica de Husserl. El tema de la educación es el desarrollo del hombre y éste no puede lograrse sino con fundamentos filosóficos ad hoc, esto es mediante una filosofía de la persona y de la historia –propugnada por Ortega y Gasset y constituida como programa y sistema educativo con José Gaos en tierra mexicana.
[4] Jorge Cuesta, No hay Ecuación Socialista (1935). Poesía y Crítica, Tercera serie de Lecturas Mexicanas #31. CNCA. México, 1991.




No hay comentarios:

Publicar un comentario