“Tinta y Señales” de Petronilo Amaya
La Tempestad Cautiva
Por Alberto Espinosa Orozco
Por Alberto Espinosa Orozco
“El
que esté triste, que ore.”
Santiago 5:13
Santiago 5:13
“El
sistema poético se ha convertido en sistema crítico.”
Ramón López Velarde
Ramón López Velarde
“La
culpa que no se sabe culpa.
La inocencia,
fue la culpa mayor.”
Octavio Paz
La inocencia,
fue la culpa mayor.”
Octavio Paz
“Se parece
a la libertad pero se siente como la muerte."
Leonard
Cohen
I
Tinta y Señales (Ed,
Letras de Barro, Puebla, 2019), el nuevo poemario de Petronilo Amaya (Coneto de
Comonfort, 1960), confirma las dotes y virtudes que caracterizan toda su obra
lírica, a la vez que abre un nuevo círculo, esta vez más amplio, a su vuelo.
Poeta natural y reflexivo, poeta de la poesía y del erotismo, reitera en estas
páginas las claras probidades de su pulida artesanía: el ritmo pausado y
envolvente, la sonoridad coloquial de sus versos y el encanto seductor de sus
imágenes; armas con las que lentamente macera la memoria de sus pasos y su
errancia.
Poesía
erótica y existencial marcada por una gran tensión confesional y reflexiva, con
frecuencia exasperada, poblada de vacíos y de ausencias, solitaria, cuyo mérito
estriba en ser mucho más que una exploración a la interioridad profunda del
poeta, ya que se trata, ni más ni menos, que del relato cifrado de toda una
generación histórica en los finales estertores de su caída, trufada con los
estigmas del paganismo ateo y la angustia, de la desesperación y el tedio, del
insomnio, el dolor físico, la pena moral y la alucinación. Poesía reflexiva que
es poesía de la poesía también, por ejemplo:
“Aprendí imaginando:
que la palabra era antorcha,
que era pan,
caricia,
santuario,
comunión/ u orgasmo…
Aprendí que la palabra
-daga al
fin-
tiene filo también
y precipicio”
(Indagación).
Poesía
que mira y se mira mirar y desplegarse, poniéndole a las cosas nombres diversos
sorprendentes; que busca un lenguaje vivo que cale hasta los huesos, irrigado
por la sangre explosiva de la pasión para comunicar con otra carne. Poesía,
lenguaje de la búsqueda y que sólo en la búsqueda se da, que tiene en Petronilo
Amaya el atributo de la transparencia. Porque la voz poética autentica es
simultáneamente la que encarna el lenguaje de la búsqueda y la búsqueda de la
verdad y que por tanto no puede mentir, sino que obliga a su autor a
pronunciarse con toda su realidad entre los brazos, siendo así esa realidad
equivalente al de un desnudamiento:
“…ser agua de manantial que llene
el hueco
de la mirada con frescura
originaria ya en su nombre”
(El poema es oasis).
Poesía
confesional y fuertemente existencialista cuyo lenguaje, al abrirse sobre lo
desconocido revela su tiempo afectado de tiranías mecánicas, como un tic tac
sin horas, trasparentando a la par las oquedades y discordancias de un yo roído
de vacíos. La aventura amorosa es entonces sólo un paliativo de la mortal
angustia. Soliloquio del alma preso en una caja de metal plomizo relacionado
consigo mismo en la reflexión, pero, para decirlo de plano, que está
constitutivamente incapacitado para relacionarse con el poder que lo cimiente,
que es Dios, perdiendo la relación con lo infinito, con lo eterno, y por tanto,
escindiéndose del cosmos –cayendo así de
bruces en la fatal angustia de la falta de espíritu, siendo por tanto objeto de
las más crueles presiones históricas y generacionales de su tiempo, sujeto por
sus ácidas cadenas.
Poesía
erótica que termina como soliloquio del alma sin comunión verdadera ni real
epifanía o compromiso amoroso. Ansia de existencia: ferocidades del instinto.
Instante de frenesí y arrobamiento del ánimo que concluye en obsesión taciturna
y confusión de los nombres, donde la mujer no es la ansiada, no la única, sino
cualquiera, sustituible, remplazable con facilidad, una muchacha
despersonalizada, una musa sin rostro, desdibujada entre los muslos -pal-pi-tan-tes y el vientre-trampa, el
vientre-tumba ávido de semen –una generalización indeterminada, un artículo
desnudo, presa fácil del olvido: “En cada encuentro carnal busca nuevos
bríos, activarse en territorios sin rutina, reinventar sus versos con dulce
anestesia; va sobre más y mejor frenesí, ni quiere ni puede vencer tentaciones,
el goce momentáneo, lo sabe, es destino, laberinto donde no se encuentra nadie…” (El otro, el mismo).
Poesía que adquiere entonces la insomne densidad de lo nocturno, a la manera de
Goethe : Yo me declaro del linaje de
esos/ que de lo oscuro a lo claro aspiran. Poesía de música tectónica,
pesada, contraria a la sencillez y pureza de lo angélico, en la que se oye el
pulular de los espectros, el murmullo sin voces de fantasmas, dejando su
neblina vigorosamente azul al alma escarchada por el frío:
“Desde los pies me suben escalofríos.
La
soledad es intemperie,
herencia de los que aman como se debe
-a pierna suelta
y contracorriente-;
descontón en noches alteradas es la puta”
(Yo creo como hablo).
Corrosión
de la existencia por los días sin huella, de los pasos perdidos por oscuras
callejuelas, que no pueden llevar sino al callejón sin salida donde el tiempo
se transfigura fisurándose en instantes, en fragmentos disonantes y dispersos,
donde cada cosa puede mostrar el reverso de sus nombres, adoptando cualquier
nombre, donde el hombre sufre en torno suyo la volatilidad y la fragilidad de
todo, sin haber una causa real, una necesidad que siga a otra (contingentismo).
Debilitamiento de la voluntad también, alteraciones del demonio, que no puede
conducir sino a la dispersión de las almas y del cuerpo femenino, a la
disgregación de la grey en subjetivismo introvertido y onírico, a la disolución
de las costumbres y al desespero o a la depresión, donde la misma experiencia
amorosa se disuelve en un magma amorfo. Palabras combustibles que sin embargo
se vuelven agujas de la angustia que taladran por dentro la conciencia hasta
llegar al hueso, dejando al alma enloquecida, ensombrecida por el desenfreno de
los sentidos, por la andadura por áridos caminos que recorren tentaciones.
Corrosión de la existencia nuda, es cierto, donde todo es puramente de hecho
–pero sin razón de ser. Prioridad absoluta de la energía o de la forma
(existencialismo o formalismo) sobre la ilusión, el ideal o la esencia
(entelequia), que es el nihilismo.
El
poeta se toma así como sujeto experimental para hacer el levantamiento de
la sintomatología de su (nuestro) tiempo en ruinas. Relación e inventario de
los daños, la obra de Petronilo Amaya puede verse también como la minuciosa
bitácora de un naufragio (de una zozobra constitutiva de nuestra edad o mundo) donde él mismo es el navío, tomado
como sujeto experimental y confesional a un tiempo, barómetro para medir las
presiones de su tiempo, quien nos revela desde dentro esa avidez moderna,
insensible como el vicio y mecánica, empecinada en los placeres réprobos y en
la consunción del pecado –donde la pesadumbre y densidad de experiencia atroz
termina por perder peso y consistencia, volviéndose superficialidad sin
gravedad del espíritu.
En
ocasiones, Petronilo, como sucede en su nuevo libro (Tinta y señales, editado en Puebla, por la Editorial Letras de Barro)),
porfía en la búsqueda experimental de la palabra originaria y, por más que sea
a manera de sátira y de divertimento, el tono coloquial desciende a veces hasta
frisar al prosaísmo cortesano de la misa profana (Rubén Darío) o del erotismo
parasacrílego (Ramón López Velarde), para impregnarse de las voces vivas
populares de la calle y su chisporroteante agua corriente –corriendo el riesgo,
sin embargo, de incurrir en lo prosaico o en el amarillismo de lo carente de
elevación. Pero su intento es llevar la poesía hasta su límite, hundirse en los acantilados del
lenguaje hasta tocar su humus, hasta tocar, si es preciso, el gesto garrulo y
desarticulado de la onomatopeya, con el peligro a cuestas, superado, de
mimetizarse con lo carente de interés al frisar lo puramente inmediato,
material, como si se tratara del colofón final de la debilidad hacia el mal que
atrae, mostrándose en el fondo como enrevesado laberinto verbal donde bien a
bien no hay nadie.
"He andado al límite de todo/
por la necesidad de ese prodigio, por el impulso de huirle a jerarquías que controlan
y hacen, a los tontos, arriar banderas."
Experiencia
poética de la caída del hombre y del lenguaje, en una palabra, en donde se
redunda, bajo las condiciones controladas y asépticas de un laboratorio verbal,
una experiencia sólita, común a la humanidad: su incesante anhelo de superarse
o de superponerse, de trascenderse a sí misma, consistente en marchar decididamente
en una sola dirección de las exclusivas humanas, hasta donde más no se pueda,
como en nuestro tiempo, yendo a los más hondo de la existencia o energía, hasta
palpar o chocar con el límite, rebotando en la dirección contraria al perder la
proporción, escarmentado un centro más estable de la persona, recuperando de
tal modo el equilibrio.
II
En
Tinta
y Señales, el nuevo astrolabio de Petronilo Amaya, el más osado
–adelantado- regional de la moderna exploración verbal, nos presenta así, una
doble solución, comprobada desde la propia carne, a tales y perturbadores
dilemas de la existencia. En medio de la desesperanza que la lejanía engendra,
en el centro mismo de su epicentro de torment(o)a, tomarle la palabra al vuelo
del abismo, yendo esta vez a lo más lejos pero que está enraizado en el fondo
mismo de cada uno y, clamando por Mnemosine (diosa griega de la memoria), abrir
un nuevo tiempo para combatir el vértigo de la libertad y el solipsismo
abandonado.
Por
un lado, reviviendo el Edén de los primeros fulgores de la infancia, convocando
la memoria de su amado pueblo de Coneto, con su hermano Poncho. Fidelidad a una
fraternidad primigenia, donde se da la ansiada anagnórisis, el deseado
reconocimiento o agnición de dos en una escena trágica, para resucitar con ello
en el encuentro veraz de una epifanía y poder así volver a casa, ante el hogar,
donde el lento y mutuo conocerse da al amor su mejor leña.
Por
otra parte volver, en la más pura solfa de la reminiscencia platónica, a la
entelequia del ideal o de la idea, vislumbrando en las entrañas del recuerdo la fuente aquella de incorregible dicha, a cuya vera el Unicornio cae rendido y
fascinado en brazos de la Dama -que es, en una palabra, volver a las esencias.
Necesidad,
del poeta y de su tiempo estancado, sordo y mudo, de ponerse de pie, de
recuperar la dignidad vertical y de aspirar a la altura, levantando, como en la parábola
del paralítico, su camilla de enfermo e irse, puesto de pie, a casa. Necesidad
de nuestra época enferma, pues, de salud, de verdadero amor comprometido, de
ser tocado, no por el inalcanzable Ángel que agita las aguas de la fuente, sino
por el verbo salvador, por la poesía que a sus anchas nos visita, vuelta esta
vez algo más aún que invento apaciguador de anestesia y amnesia (“Invento que
Invento”), sino flamante medicina, vino nuevo para los odres nuevos.
Poeta
radical es Petronilo Amaya, auténtico, persistente, tenaz, poeta romántico al fin, cuya búsqueda de
verdad genuina lo lleva a empuñar los carbones encendidos de lo que clama y reclama ser
expresado. Dejando atrás achaques de hombre añejo, con su nuevo poemario
celebramos la apertura de un circulo de vuelo en las andaduras del poeta, que
ha emprendido por fin el camino de retorno, donde el poema ha vuelto a ser
oasis, y el poeta, dando vuelta a la página, superando la zozobra, anda más pleno que nunca con un nuevo dulzor entre los
labios:
“Anda el sabor
de jamoncillos
que vendíamos
-Poncho yo-
en la
plaza vacía como soledad
de
velatorio en madrugada.”
Durango, 10 de abril de 2019
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