sábado, 27 de abril de 2019
miércoles, 24 de abril de 2019
La Tempestad Cautiva de Petronilo Amaya Alberto Espinosa Orozco
“Tinta y Señales” de Petronilo Amaya
La Tempestad Cautiva
Por Alberto Espinosa Orozco
Por Alberto Espinosa Orozco
“El
que esté triste, que ore.”
Santiago 5:13
Santiago 5:13
“El
sistema poético se ha convertido en sistema crítico.”
Ramón López Velarde
Ramón López Velarde
“La
culpa que no se sabe culpa.
La inocencia,
fue la culpa mayor.”
Octavio Paz
La inocencia,
fue la culpa mayor.”
Octavio Paz
“Se parece
a la libertad pero se siente como la muerte."
Leonard
Cohen
I
Tinta y Señales (Ed,
Letras de Barro, Puebla, 2019), el nuevo poemario de Petronilo Amaya (Coneto de
Comonfort, 1960), confirma las dotes y virtudes que caracterizan toda su obra
lírica, a la vez que abre un nuevo círculo, esta vez más amplio, a su vuelo.
Poeta natural y reflexivo, poeta de la poesía y del erotismo, reitera en estas
páginas las claras probidades de su pulida artesanía: el ritmo pausado y
envolvente, la sonoridad coloquial de sus versos y el encanto seductor de sus
imágenes; armas con las que lentamente macera la memoria de sus pasos y su
errancia.
Poesía
erótica y existencial marcada por una gran tensión confesional y reflexiva, con
frecuencia exasperada, poblada de vacíos y de ausencias, solitaria, cuyo mérito
estriba en ser mucho más que una exploración a la interioridad profunda del
poeta, ya que se trata, ni más ni menos, que del relato cifrado de toda una
generación histórica en los finales estertores de su caída, trufada con los
estigmas del paganismo ateo y la angustia, de la desesperación y el tedio, del
insomnio, el dolor físico, la pena moral y la alucinación. Poesía reflexiva que
es poesía de la poesía también, por ejemplo:
“Aprendí imaginando:
que la palabra era antorcha,
que era pan,
caricia,
santuario,
comunión/ u orgasmo…
Aprendí que la palabra
-daga al
fin-
tiene filo también
y precipicio”
(Indagación).
Poesía
que mira y se mira mirar y desplegarse, poniéndole a las cosas nombres diversos
sorprendentes; que busca un lenguaje vivo que cale hasta los huesos, irrigado
por la sangre explosiva de la pasión para comunicar con otra carne. Poesía,
lenguaje de la búsqueda y que sólo en la búsqueda se da, que tiene en Petronilo
Amaya el atributo de la transparencia. Porque la voz poética autentica es
simultáneamente la que encarna el lenguaje de la búsqueda y la búsqueda de la
verdad y que por tanto no puede mentir, sino que obliga a su autor a
pronunciarse con toda su realidad entre los brazos, siendo así esa realidad
equivalente al de un desnudamiento:
“…ser agua de manantial que llene
el hueco
de la mirada con frescura
originaria ya en su nombre”
(El poema es oasis).
Poesía
confesional y fuertemente existencialista cuyo lenguaje, al abrirse sobre lo
desconocido revela su tiempo afectado de tiranías mecánicas, como un tic tac
sin horas, trasparentando a la par las oquedades y discordancias de un yo roído
de vacíos. La aventura amorosa es entonces sólo un paliativo de la mortal
angustia. Soliloquio del alma preso en una caja de metal plomizo relacionado
consigo mismo en la reflexión, pero, para decirlo de plano, que está
constitutivamente incapacitado para relacionarse con el poder que lo cimiente,
que es Dios, perdiendo la relación con lo infinito, con lo eterno, y por tanto,
escindiéndose del cosmos –cayendo así de
bruces en la fatal angustia de la falta de espíritu, siendo por tanto objeto de
las más crueles presiones históricas y generacionales de su tiempo, sujeto por
sus ácidas cadenas.
Poesía
erótica que termina como soliloquio del alma sin comunión verdadera ni real
epifanía o compromiso amoroso. Ansia de existencia: ferocidades del instinto.
Instante de frenesí y arrobamiento del ánimo que concluye en obsesión taciturna
y confusión de los nombres, donde la mujer no es la ansiada, no la única, sino
cualquiera, sustituible, remplazable con facilidad, una muchacha
despersonalizada, una musa sin rostro, desdibujada entre los muslos -pal-pi-tan-tes y el vientre-trampa, el
vientre-tumba ávido de semen –una generalización indeterminada, un artículo
desnudo, presa fácil del olvido: “En cada encuentro carnal busca nuevos
bríos, activarse en territorios sin rutina, reinventar sus versos con dulce
anestesia; va sobre más y mejor frenesí, ni quiere ni puede vencer tentaciones,
el goce momentáneo, lo sabe, es destino, laberinto donde no se encuentra nadie…” (El otro, el mismo).
Poesía que adquiere entonces la insomne densidad de lo nocturno, a la manera de
Goethe : Yo me declaro del linaje de
esos/ que de lo oscuro a lo claro aspiran. Poesía de música tectónica,
pesada, contraria a la sencillez y pureza de lo angélico, en la que se oye el
pulular de los espectros, el murmullo sin voces de fantasmas, dejando su
neblina vigorosamente azul al alma escarchada por el frío:
“Desde los pies me suben escalofríos.
La
soledad es intemperie,
herencia de los que aman como se debe
-a pierna suelta
y contracorriente-;
descontón en noches alteradas es la puta”
(Yo creo como hablo).
Corrosión
de la existencia por los días sin huella, de los pasos perdidos por oscuras
callejuelas, que no pueden llevar sino al callejón sin salida donde el tiempo
se transfigura fisurándose en instantes, en fragmentos disonantes y dispersos,
donde cada cosa puede mostrar el reverso de sus nombres, adoptando cualquier
nombre, donde el hombre sufre en torno suyo la volatilidad y la fragilidad de
todo, sin haber una causa real, una necesidad que siga a otra (contingentismo).
Debilitamiento de la voluntad también, alteraciones del demonio, que no puede
conducir sino a la dispersión de las almas y del cuerpo femenino, a la
disgregación de la grey en subjetivismo introvertido y onírico, a la disolución
de las costumbres y al desespero o a la depresión, donde la misma experiencia
amorosa se disuelve en un magma amorfo. Palabras combustibles que sin embargo
se vuelven agujas de la angustia que taladran por dentro la conciencia hasta
llegar al hueso, dejando al alma enloquecida, ensombrecida por el desenfreno de
los sentidos, por la andadura por áridos caminos que recorren tentaciones.
Corrosión de la existencia nuda, es cierto, donde todo es puramente de hecho
–pero sin razón de ser. Prioridad absoluta de la energía o de la forma
(existencialismo o formalismo) sobre la ilusión, el ideal o la esencia
(entelequia), que es el nihilismo.
El
poeta se toma así como sujeto experimental para hacer el levantamiento de
la sintomatología de su (nuestro) tiempo en ruinas. Relación e inventario de
los daños, la obra de Petronilo Amaya puede verse también como la minuciosa
bitácora de un naufragio (de una zozobra constitutiva de nuestra edad o mundo) donde él mismo es el navío, tomado
como sujeto experimental y confesional a un tiempo, barómetro para medir las
presiones de su tiempo, quien nos revela desde dentro esa avidez moderna,
insensible como el vicio y mecánica, empecinada en los placeres réprobos y en
la consunción del pecado –donde la pesadumbre y densidad de experiencia atroz
termina por perder peso y consistencia, volviéndose superficialidad sin
gravedad del espíritu.
En
ocasiones, Petronilo, como sucede en su nuevo libro (Tinta y señales, editado en Puebla, por la Editorial Letras de Barro)),
porfía en la búsqueda experimental de la palabra originaria y, por más que sea
a manera de sátira y de divertimento, el tono coloquial desciende a veces hasta
frisar al prosaísmo cortesano de la misa profana (Rubén Darío) o del erotismo
parasacrílego (Ramón López Velarde), para impregnarse de las voces vivas
populares de la calle y su chisporroteante agua corriente –corriendo el riesgo,
sin embargo, de incurrir en lo prosaico o en el amarillismo de lo carente de
elevación. Pero su intento es llevar la poesía hasta su límite, hundirse en los acantilados del
lenguaje hasta tocar su humus, hasta tocar, si es preciso, el gesto garrulo y
desarticulado de la onomatopeya, con el peligro a cuestas, superado, de
mimetizarse con lo carente de interés al frisar lo puramente inmediato,
material, como si se tratara del colofón final de la debilidad hacia el mal que
atrae, mostrándose en el fondo como enrevesado laberinto verbal donde bien a
bien no hay nadie.
"He andado al límite de todo/
por la necesidad de ese prodigio, por el impulso de huirle a jerarquías que controlan
y hacen, a los tontos, arriar banderas."
Experiencia
poética de la caída del hombre y del lenguaje, en una palabra, en donde se
redunda, bajo las condiciones controladas y asépticas de un laboratorio verbal,
una experiencia sólita, común a la humanidad: su incesante anhelo de superarse
o de superponerse, de trascenderse a sí misma, consistente en marchar decididamente
en una sola dirección de las exclusivas humanas, hasta donde más no se pueda,
como en nuestro tiempo, yendo a los más hondo de la existencia o energía, hasta
palpar o chocar con el límite, rebotando en la dirección contraria al perder la
proporción, escarmentado un centro más estable de la persona, recuperando de
tal modo el equilibrio.
II
En
Tinta
y Señales, el nuevo astrolabio de Petronilo Amaya, el más osado
–adelantado- regional de la moderna exploración verbal, nos presenta así, una
doble solución, comprobada desde la propia carne, a tales y perturbadores
dilemas de la existencia. En medio de la desesperanza que la lejanía engendra,
en el centro mismo de su epicentro de torment(o)a, tomarle la palabra al vuelo
del abismo, yendo esta vez a lo más lejos pero que está enraizado en el fondo
mismo de cada uno y, clamando por Mnemosine (diosa griega de la memoria), abrir
un nuevo tiempo para combatir el vértigo de la libertad y el solipsismo
abandonado.
Por
un lado, reviviendo el Edén de los primeros fulgores de la infancia, convocando
la memoria de su amado pueblo de Coneto, con su hermano Poncho. Fidelidad a una
fraternidad primigenia, donde se da la ansiada anagnórisis, el deseado
reconocimiento o agnición de dos en una escena trágica, para resucitar con ello
en el encuentro veraz de una epifanía y poder así volver a casa, ante el hogar,
donde el lento y mutuo conocerse da al amor su mejor leña.
Por
otra parte volver, en la más pura solfa de la reminiscencia platónica, a la
entelequia del ideal o de la idea, vislumbrando en las entrañas del recuerdo la fuente aquella de incorregible dicha, a cuya vera el Unicornio cae rendido y
fascinado en brazos de la Dama -que es, en una palabra, volver a las esencias.
Necesidad,
del poeta y de su tiempo estancado, sordo y mudo, de ponerse de pie, de
recuperar la dignidad vertical y de aspirar a la altura, levantando, como en la parábola
del paralítico, su camilla de enfermo e irse, puesto de pie, a casa. Necesidad
de nuestra época enferma, pues, de salud, de verdadero amor comprometido, de
ser tocado, no por el inalcanzable Ángel que agita las aguas de la fuente, sino
por el verbo salvador, por la poesía que a sus anchas nos visita, vuelta esta
vez algo más aún que invento apaciguador de anestesia y amnesia (“Invento que
Invento”), sino flamante medicina, vino nuevo para los odres nuevos.
Poeta
radical es Petronilo Amaya, auténtico, persistente, tenaz, poeta romántico al fin, cuya búsqueda de
verdad genuina lo lleva a empuñar los carbones encendidos de lo que clama y reclama ser
expresado. Dejando atrás achaques de hombre añejo, con su nuevo poemario
celebramos la apertura de un circulo de vuelo en las andaduras del poeta, que
ha emprendido por fin el camino de retorno, donde el poema ha vuelto a ser
oasis, y el poeta, dando vuelta a la página, superando la zozobra, anda más pleno que nunca con un nuevo dulzor entre los
labios:
“Anda el sabor
de jamoncillos
que vendíamos
-Poncho yo-
en la
plaza vacía como soledad
de
velatorio en madrugada.”
Durango, 10 de abril de 2019
El Barro Por Alberto Espinosa Orozco
El Barro
Por Alberto Espinosa Orozco
El lodo, la mácula, el polvo,
el salitre, el carbón y
la ceniza;
la polvareda que se alza en torbellinos,
la ceguera de la tierra cenagosa,
el limo y el légamo en el fango,
la arena sin cohesión, el cieno
infestado de huevos y venenos
y la quemada escoria.
¿Y cómo hacer para que
de toda aquella masa amorfa,
carente de luz y de laureles,
nazca un ejército de
Ángeles?
miércoles, 17 de abril de 2019
FRANCISCO DE QUEVEDO Soneto desde la Torre de Juan Abad
FRANCISCO DE
QUEVEDO
Soneto desde la
Torre de Juan Abad
Retirado en la
paz de estos desiertos,
Con pocos, pero
doctos libros juntos,
Vivo en
conversación con los difuntos,
Y escucho con
mis ojos a los muertos.
Si no siempre
entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o
fecundan mis asuntos;
Y en músicos
callados contrapuntos
Al sueño de la
vida hablan despiertos.
Las Grandes
Almas que la Muerte ausenta,
De injurias de
los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don
Josef!, docta la Imprenta.
En fuga
irrevocable huye la hora;
Pero aquélla el
mejor cálculo cuenta,
Que en la
lección y estudios nos mejora.
* Francisco de
Quevedo Villegas (1580-1645)
se refugiaba en
la Torre de Juan Abad, del Castillo de Montizón Villamanrique, municipio de
Ciudad Real, por cuyo señorío pleiteó largamente. Don Iosef es José González de
Salas, editor de las obras poéticas de Quevedo tres años después de su muerte.
En Ciudad Real, España, murió Francisco de Quevedo y sus restos reposan en la
iglesia del pueblo.
martes, 16 de abril de 2019
Terranova (Revista de Cultura, Crítica y Curiosidades) : Coronado de Espinas Por Alberto Espinosa Orozco
Terranova (Revista de Cultura, Crítica y Curiosidades) : Coronado de Espinas Por Alberto Espinosa Orozco: Coronado de Espinas Por Alberto Espinosa Orozco Las espinas formaron esa vez El redondel de una corona que revienta, Dolor...
Nezahualcóyotl Percibo lo Secreto
Nezahualcóyotl
Percibo lo Secreto
Percibo lo Secreto
Percibo lo
secreto, lo oculto:
¡Oh vosotros
señores!
Así somos, somos
mortales,
De cuatro en
cuatro nosotros los hombres,
Todos habremos
de irnos,
Todos habremos
de morir en la tierra…
Nadie en jade,
Nadie en oro se
convertirá:
En la tierra
quedará guardado
Todos nos iremos
Allá, de igual
modo.
Nadie quedará,
Conjuntamente
habrá que perecer,
Nosotros iremos
así a su casa.
Como una pintura
Nos iremos
borrando.
Como una flor,
Nos iremos
secando
Aquí sobre la
tierra.
Como vestidura de plumaje de ave zacuán,
De la preciosa
ave de cuello de hule,
Nos iremos
acabando
Nos vamos a su
casa.
Se acercó aquí
Hace giros la
tristeza
De los que en su
interior viven…
Meditadlo,
señores,
Águilas y
tigres,
Aunque fuerais
de jade,
Aunque allá
iréis,
Al lugar de los
descarnados…
Tendremos que desaparecer
Nadie habrá de
quedar.
lunes, 15 de abril de 2019
José Revueltas "En este sitio"
José Revueltas
"En este sitio"
Que cierren los ojos, que tapen con siglos las edades
y nieguen la tierra y la aborrezcan y la escupan
si no quieren saber nada de la luz y la santa agonía.
Yo estoy aquí como la hormiga, como el arado,
porque no soy nadie y estoy de boca al suelo, besando todo lo que pasa.
Si me invitan a morir lejos digo que no,
que mi sitio es el de la muerte aquí donde todos los planetas lloran
y los niños están con las plantas esperando que amanezca.
Sé que debe amanecer y no en el cielo
sino entre las piedras y entre las manos de las gentes,
que debe amanecer antes de Cristo, después de Cristo,
en esta era y en este verbo que nos sale destrozado y dando gritos.
Que se tapen, que se queden cerrados, que nadie les dé auxilio,
que la voz les estalle antes de la palabra, que no puedan llorar nunca,
que no lloren jamás y la vida les sea alegre, horrorosa,
atrozmente alegre sin una sola lágrima,
si no levantan las manos y no se piden perdón
y no tienen la soberana, hermosa virtud de la agonía.
Yo estoy aquí sentado, yo estoy aquí caminando.
Yo estoy aquí.
Nadie me quiere aquí, yo lo sé.
Nadie quiere que me vaya de aquí, lo sé también.
No quiero que nadie venga y nadie se retire.
Estoy aquí.
José Revueltas
(México, D. F. mayo de 1938)
Federico Nietzsche Sobre la Muerte de DIOS
Federico Nietzsche
Sobre la Muerte de DIOS
I.- La Gaya Ciencia
Libro III Gg. 125
Libro III Gg. 125
El frenético. - ¿No oísteis hablar de aquel loco que en la mañana radiante encendió una linterna, se fue al mercado y no cesaba de gritar: «¡Busco a Dios ! ¡Busco a Dios !»? Y como allí se juntaban muchos que no creían en Dios, él provocó grandes carcajadas. ¿Se habrá perdido?, decía uno. ¿Se ha escapado como un niño?, decía otro. ¿O estará escondido? ¿Le hacemos miedo? ¿Se embarcó?, ¿emigró?, gritaban mezclando sus risas. El loco saltó en medio de ellos y los atravesó con la mirada. «A dónde fue Dios? -exclamó-, voy a decíroslo. Nosotros lo hemos matado -¡vosotros y yo ! ¡Todos nosotros somos sus asesinos ! Pero, ¿cómo lo hicimos? ¿Cómo pudimos sorber el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hicimos cuando soltamos esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Nos alejamos de todos los soles? ¿Nos caemos incesantemente? ¿Y hacia atrás, hacia un lado, hacia adelante, hacia todos los lados? ¿Acaso existe todavía un arriba y un abajo? ¿No vamos como a través de una nada infinita? ¿No nos empaña el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene continuamente noche y más noche? ¿No tenemos que encender linternas en las mañanas? ¿No oímos aún nada del ruido de los sepultureros que enterraron a Dios? ¿No olemos todavía nada de la descomposición divina?- ¡También se descomponen los dioses! ¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaríamos, nosotros, los peores de todos los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que hasta ahora poseyera el mundo, se ha desangrado bajo nuestros cuchillos -¿quién borrará de nosotros esta sangre? ¿Con qué agua podríamos limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué juegos sagrados, tendremos que inventar? ¿No es demasiado grande para nosotros la grandeza de esta hazaña? ¿Acaso no será preciso que lleguemos a ser dioses para parecer dignos de ella? Jamás hubo hazaña más grande -¡y quien nazca después de nosotros pertenece, a causa de esta hazaña, a una historia superior a toda la historia anterior !» - Entonces guardó silencio el loco y miró de nuevo a sus oyentes: también ellos guardaban silencio y lo miraban extrañados. Por último, él tiró su linterna al suelo haciéndola pedazos y apagándola. «Vengo demasiado pronto, dijo entonces, todavía no ha llegado la hora. Este enorme acontecimiento está en camino aún y vaga -todavía no ha penetrado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, las hazañas necesitan tiempo, aun después de haberse hecho, para ser vistas y oídas. Esta hazaña está más lejos de ellos que las estrellas más distantes -y, no obstante, ¡son ellos quienes las hicieron!». Se refiere todavía que el loco penetró ese mismo día en distintas iglesias y se puso a cantar en ellas su Requiem aeternam deo. Habiéndole hecho salir e interrogado, se limitó a contestar siempre: «¿Qué son pues aún esas iglesias, si ya no son fosas y tumbas de Dios?».
domingo, 14 de abril de 2019
Éramos los Elegidos del Sol De Vicente Hiudobro
Éramos los Elegidos del Sol
De Vicente Hiudobro
Éramos los elegidos del sol
Y no nos dimos cuenta
Fuimos los elegidos de la más alta estrella
Y no supimos responder a su regalo.
Angustia de impotencia
El agua nos amaba
La tierra nos amaba
Las selvas eran nuestras
El éxtasis era nuestro espacio propio
Tu mirada era el universo frente a frente
Tu belleza era el sonido del amanecer
La primavera amada por los árboles
Ahora somos una tristeza contagiosa
Una muerte antes de tiempo
El alma que no sabe en qué sitio se encuentra
El invierno en los huesos sin un relámpago.
Y todo esto porque tú no supiste lo que es la eternidad
Ni comprendiste el alma de mi alma en su barco de
tinieblas
En su trono de águila herida de infinito.
viernes, 12 de abril de 2019
Lassie Contra los Cínicos Por Alberto Espinosa Orozco
Lassie Contra los Cínicos
Por Alberto Espinosa Orozco
El día de hoy los hombres
tampoco le perdonarían la vida
a Dios, bajo ningún concepto.
Aunque renaciera en perro
-no le perdonarían
bajo ningún concepto.
Porque no quieren saber
del bien eterno e infinito
-o porque no son hombres.
Porque si por alguna argucia
vinera camuflado a tierra
para tantear terreno
o para saber de qué se juega,
para probar la humanidad en tierra,
bajo otra efigie inusitada, repito,
bajo la estampa de un perro
rubio y finísimo -no lo reconocerían
los perros, mucho menos los hombres
ni lo perdonarían los cínicos
bajo ningún concepto.
Y si por piedad se apiadara de Él
algún amigo vagabundo
haciéndose acompañar así
para pedir caridad en algún
último cenáculo -digamos de poetas
exquisitos, o ecologías o amargados-,
para descansar unos minutos
arrellanado en un tapete luido,
no lo reconocerían los hombres,
mucho menos los cínicos,
ni lo perdonarían, ni tampoco a su amigo.
"¡No nos traigas aquí a tu perro!"
-le espetarían con dureza
y los arrojarían al frío.
26-V-2005
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