Beata
Por
Alberto Espinosa Orozco
Tendida
en el postrero lecho
con
un escudo de oro en el pecho
duerme
mi madre con el cuerpo deshecho
y
un amargo tósigo se le cuelga del belfo
a
su lado derecho.
Rosas
blancas coronan
a
la fuente primordial en que bebieron
vino
de amor todas las huestes,
en
la hora ingrata en que se duerme
el
exhausto cuerpo consumido
de
la beata.
Toda
su sangre de vida entre todos
esparcida,
toda su sed delirante,
su
movimiento perpetuo y su marea incesante
enigmáticamente
aguarda el momento
de
entrar a la casa que la aguarda y que la atrae
como
un imán de diamante.
Antes
escapa por entre los sueños
para
decirme entre señas en la noche fatal
un
arcano secreto –pero no puede hablar.
Voltea
porque alguien imperioso la llama
-no
puede esperar ni un par de segundos más-
y
con angustia se va.
Entre
una bruma disuelta se esfuma
su
amada presencia querida concluyendo su visita
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