Ricardo Luján: las Cifras (20/18)
Por Alberto Espinosa Orozco
“Deja salir a la luz
lo que has visto en tu noche."
Caspar David Von Frederik
Caspar David Von Frederik
I
El pintor
durangueño Ricardo Enríquez Luján puede considerarse un artista completo, que
largamente ha cultivado en su camino una forma sui generis de realismo
simbólico. Su trabajo es, así, sobre todo, una ingeniosa síntesis singular de
las imágenes de nuestro desequilibrado tiempo, era o mundo. Su estrategia es la
de construir, por medio de una razón media o proporción entre los extremos,
poderosas analogías o metáforas visuales –por lo que hay en su obra algo de la
agudeza imaginativa e intelectual del arte conceptual y del realizativo (performance).
Aunada a esa
fuerza de la imaginación fantástica, destaca en su obra la virtud del colorido,
cargado de intención, que recorre el espectro de los tonos más chirriantes y
solferinos, hasta rozar a los pálidos pasteles delicados, llegando a frisar a
los traslúcidos fantasmas que traspasan por el aire, etéreos e invisibles. Virtudes
de colorista, en efecto, que ha sabido impregnarse de la luz purísima del
Trópico de Cáncer, de esa luz aduraznada, que de pronto se vuelve con el viento
helado dura, o que cae como la justicia a plomo, como si quisiera pelar las
cosas de su cáscara de polvo y de ceniza –lo que sentimentalmente equivale con
frecuencia a una desgarradura.
Carácter
regional es cierto, que equivale en artista a un arraigo y a una fidelidad a la
atmósfera, emotiva y sensible, a su querido terruño provinciano –lo que se
revela en una especie de tono rústico en su obra que, más que ser un desdén por
la técnica, es el apego a la salvajería primordial del deseo: el amor por la
expresión viva, carnal, corporal, donde se enfatiza el nervio de la pincelada,
sujeta a lo contingente: a los accidentes reales del cuerpo y a los temblores e
incandescencias propias del tiempo y de la geografía.
II
La
tarea del artista ha sido entonces la de apresar, por medio de la fugaz estela de la
imagen, la escurridiza esencia de nuestro tiempo tardomoderno, pero también la
de intentar estabilizar sus profundas turbulencias y exasperados desequilibrios
–encontrando en el horizonte una solución, más que nada, onto-teológica
(metafísica y jerárquica), cunado no decididamente apocalíptica.
Por un lado,
conciliación de extremos nada fácil, que va de lo cotidiano conmovedor, de la
simple ternura de lo sentimental, a la franca conmoción pánica ante la pavorosa
majestuosidad de la anarquía cósmica. Por el otro, alternancia de lo suave y de
lo ríspido, de lo dulce y lo amargo, de lo angélico y simple con la pesada
densidad de pesadilla.
De tal
manera, el ritmo que imprime a su obra se ha ido abriendo en una especie de
abanico circular, cuya espiral asemeja la forma de la esfera, que es la de la totalidad.
La vastedad de sus preocupaciones estilísticas y temáticas engloban así los
extremos polares del arte contemporáneo: de una parte, incorporación formal que
va de las tradicionales artesanías populares (talavera poblana, papier maché, alcatraces de Diego
Rivera) al grafiti, del action painting al
bodegón, del retrato de costumbrista de sociedad al metálico hiperrealismo
tecnocrático, del arte povera y el
arte pop a Van Gogh, de Adolfo Torres Cabral a Omar OH Ortiz; de la otro lado,
encarnación de los contenidos y preocupaciones recurrentes, obsedentes de
nuestro tiempo: consumismo y socialismo, el individuo o las masas,
subordinación a la tradición o libertad de la novedad, Oriente u Occidente, costumbrismo y
modernidad, metrópoli y periferia, idolatría
del yo o culto de la personalidad o altruiismo, herejía o místia de la luz, ateísmo y comunismo o comunidad de fe trascendente.
Remasterización
de los temas populares y culteranos desde una perspectiva personal enmarcados dentro
de la sofisticación de un mundo globalizado, caracterizado por la garra, por la
intención y el carácter del artista, en donde se da una mixtura bien
equilibrada de simbolismo e historia, de arquetipo y temporalidad. Justo medio
sentimental, analógico también, entre el gusto por lo llamativo, lo atractivo y
lo agradable, que marcha en favor del gozo de los sentidos visuales, y lo
hirsuto e irritante, que sacrifica lo amable no en favor de lo patético o desagradable,
o de lo fastidioso o mórbido per se,
sino de la punzante reflexión y la ácida penetración crítica –recubriendo
frecuentemente todo ello por los edulcorantes rosáceos y morados del resignado humor
o de la conforme ironía.
III
Hibridismo
de la expresión, pues, donde convive y se entrecruza la zoología fantástica,
(la serpiente, el toro, el gallo, la paloma), con las estampas vernáculas de la
tradición cristiana (Sagrado Corazón, San Miguel, San Judas Tadeo, San Jorge), o
los retratos de los héroes y padres fundadores de las patrias (Guadalupe
Victoria, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln), y todos estos con los símbolos de
originarios de las culturas originarias de la India, Mesopotamia, Persia, de Sumeria y Palestina (Istar, el Ojo de
Orus, Martduk, la Pirámide, los gigantes Nefilim, los Ángeles Anunaki, la Torre
de Babel o la Paloma salvífica).
Sitio donde
se dan insospechados cruces de la imaginación creadora o de la realidad: en la
que aparece. de pronto, en un pestañeo que abre los ojos, un nuevo San
Sebastián martirizado, portando como yelmo de la fe el casco de un gracioso robot sacado de los
Simpson´s –símbolo a su vez de los adelantos tecnológicos e informáticos que
permiten acrecentar el conocimiento, combatiendo con ello las tinieblas ignorancia supersticiosa, o que ambiguamente
apunta al peligro de un mundo post-humano y a la disimulada tiranía de la cibernética.
Escenografía a la vez historicista y mitológica que constituye un cruce de caminos biográfico, en el que se da una lucha espiritual contra las fuerzas malignas del cielo –que tienen autoridad sobre nuestro mundo oscuro (Efesios 6.17). Collages, dibujos, acrílicos y óleos en los que el artista siente y nos hace sentir las fuerzas primordiales del origen, de la creación del mundo, pero también el castigo, la maldición de la confusión de las lenguas y el poder de la pirámide que todo lo vigila, así como el juicio, pendiente para el fin de los tiempos, de los Vigilantes, no menos que de aquellos que han seguido el camino de Caín, que no supieron guardar su dignidad y señorío, y que Dios no perdonó aprisionándolos bajo tinieblas con cadenas eternas (San Judas 1.6).
Momento
barroco en la obra del artista, en el que lo demoniaco y serpentario, lo
bizarro y sobresaturado, tiene la función de, mediante la invertir lo
maravilloso, fertilizar y regenerar lo imaginario, dando cuenta a la vez de
nuestras llagas místicas, descubriendo a la mirada las rojas serpientes interiores
y los feroces dragones marinos que, vomitando fuego, impiden el acceso a la
recta espiritualidad. Expresión todo ello
de un profundo sentimiento de guerra cósmica, de conflictos irreductibles entre
las potencias celestes y terrestres, que se traducen para el hombre singular en
una lucha personal, en cuyo estrecho ruedo no queda sino despertar del sueño y
del letargo hechicero de la corrupción.
Imágenes fnalies
de los peces y de la paloma blanca del espíritu santo (In God We Trust), que revelan en su
grandeza la importancia de formar espíritu de cuerpo, en estos nuestros
tremendos días, lucando contra las asechanzas del demonio que quisieran dividirnos, contendiendo por la fe con la ciencia de la salvación y con
espíritu de paz y misericordia.
Durango, 12 de enero de 2018
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