De la Conformidad y el
Conformismo
Por Alberto Espinosa Orozco
Dice Guillermo Tovar de Teresa: “Contento: el que se contiene a sí mismo y no
necesita buscar cosa alguna afuera. Enajenado: contrario de contento. El que
esté lleno de lo ajeno y vacío de lo propio.” La definición de enajenado es
magnífica, porque sí, el hombre contento está pleno de sí y del espíritu, que
es lo propio y sin egoísmo; mientras que el enajenado esta ajeno a sí, raptado
de la mente, es un mentecato, pues, en lo que no puede en definitiva haber
contentamiento alguno, pues es claro que tal hombre es un perpetuo descontento,
una hoguera insaciable -tomando en cuenta que el conformismo sería, más que
nada, un vacuo convencionalismo, que es locura, y que en modo alguno debe
confundirse con el conforme, con el contento de sí.
Los inconformes radicales de
nuestro tiempo, paradójicamente, suelen ser los más convencionales, y los más
convenencieros, los más serviles, también los más ajenos a sí mismos, los más
desparramados fuera de su propio continente: los más contenciosos en una
palabra, ya en guerra interna consigo mismos, contra sí mismos. La conformidad,
por su parte, sería el otro estigma de nuestra época, que es en general el de
la doblez, la posibilidad de ser otro del que se es, que es la enajenación...
de ser otro o de otra manera... y por lo tanto de dejar de ser. Peligro
entrañado en la constitución de la misma naturaleza humana: el no ser.
En ambos casos se trataría de no
poder llegar a uno mismo, de no poder ser -en sendos tipos también de envenenamiento,
de corrupción o de anulación de la imaginación. En sendos casos se trata de
fenómenos de alienación -aunque hay que añadir un ingrediente más: de la
enajenación social, cuando no se puede
ser porque el medio no lo permite, por una falla o presión o vacío social, por
decirlo así, cosa que también sucede o se da. Por caso un orador en un país de
sordos, o un escritor en una nación analfabeta... pues nada, no llegan, no hay,
no existen. Como Demóstenes, que mejor se va al mar, a tragar piedras, para al
menos mejorar su dicción y hablarle a las olas, o como el profeta que se va al
desierto a predicarle a las lagartijas.
En cambio, ser conforme, estar y
ser conforme, coincidir con la propia forma, contenerse en la persona propia,
sin la desmesura de querer ser más que uno mismo, sin levadura; contenerse,
pues, en una palabra, que es lo mismo que contentarse, que ser y estarse
contento o satisfecho, y que no es sino la medida del bien humano, es decir, de
la felicidad asequible -en una época de insatisfechos, de descontentos, de
desmedidos, de infelices e inconformes crónicos, pero también, por el otro
cabo, de conformistas. La diferencia estribaría en éste último caso en
conformarse a otra cosa, en tomar la forma de otra cosa, que es el conformismo,
que ahora llaman resiliencia, adaptación al medio, con todo lo que eso puede
implicar, que es la figura del abyecto.
Por lo contrario,
se trata de estar conforme con uno mismo, con la propia sustancia, con la
propia esencia individual, singular, humana -que en su límite es contentarse
con la personal y propia suerte ontológica, que es asunto de conformidad,
encerrado en el "primero conócete a ti mismo" délfico. Llegar a ser
quien somos -porque hay adherencias debidas al demonio y el animal que nos
habita, que hay que purificar (pero también a la tremenda presión histórica y
generacional, que es el demonio del tiempo, del cambio, del devenir). Demonios
que, evidentemente, hay que reprimir
-pues, por caso, hay quien se transforma en cochinito de tanto comer,
por no refrenar el apetito, el deseo, la pasión de su abdomen -colosal problema
educativo de hoy en día, ciertamente vigente, presente en los infantes
torteros.
Llega a ser quien eres,
confórmate a ti mismo, se podría agregar, para estar contento, para hallar
contentamiento, satisfacción en la vida, pues la satisfacción es sinónimo del
bien: es el bien, lo satisfecho, y solo estando en uno mismo podemos hallar
satisfacción, estar satisfechos y también ser buenos moralmente. Llegar a ser
quién somos en realidad… bueno, eso sería ya el cuerno de la abundancia y la
felicidad: reconocernos como comunidad, exenta de enajenación, de conformismo e
inconformidad.
Puede aún agregarse que vivimos
una época de inconformidad, de descontento, de insatisfacción, por ser rasgos
éstos de la edad contemporánea: su excentricidad y su extremismo, aunados a la
superficialidad, donde es sólito el espectáculo de personas sacadas de su
centro, excéntricas y además excesivas, extremosas... En un sentido filosófico,
esos caracteres indican los tirones humanos históricos, en busca de algo que
sobrepasa la condición humana misma, pero también su limitación constitutiva, su
finitud en una palabra, que al topar con el límite de esa naturaleza... nos
obligan a regresar a un centro más estable de la persona.
En una época como la
nuestra, en la que el ser humano ha explorado insaciable los extremos de la
existenciariedad, y del inmanentismo que necesariamente le acompaña ¿habremos
llegado al punto tal de sobrecogedora angustia que nos obligue a retachar, por
decirlo así, a un punto medio, más estable, de la persona?, ¿de volver en nosotros,
a nosotros mismos, y de regresar al centro del ser... y de la esencia eterna?
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