miércoles, 29 de enero de 2014

El Basilisco Por Alberto Espinosa Orozco

El Basilisco

Por Alberto Espinosa Orozco 


                                                                                
   El Basilisco es considerado el rey mitológico de los reptiles. Su nombre deriva del griego basileus (rey) y basiliscos (reyezuelo). Animal fabuloso, híbrido de gallo, serpiente y sapo, a veces se lo llama Gallo Hembra. La Edad Media adivinó su oscuro origen: el monstruoso Basilisco nace de un huevo de un gallo viejo, de siete a catorce años, empollado por un sapo o una serpiente sobre el estiércol. Al igual que las Gorgonas de la mitología griega, el Basilisco tenía el poder de matar con la sola mirada, o el aliento, por lo que para destruirlo había que usar un espejo. Entonces la mirada letal o los vapores ponzoñosos que exhala, se vuelve contra él para matarlo.
   En general, puede decirse que el Basilisco representa los peligros mortales de la existencia que no se admiten a tiempo o que no son  previstos, y frente a los cuales la única salvaguarda son los ángeles divinos. En particular, simboliza para unos el poder real que fulmina a quien le falta al respeto, para otros a la mujer casquivana que corrompe a quien no la advierte o no puede evitarla. La Edad Media estimó que Cristo mató a los cuatro animales citados por el Salmista: al Basilisco, al Áspid, al León y al Dragón (Salmo 90, 12-13). En lenguaje alquímico significa el fuego devastador que antecede a  la transmutación de los metales.
   De confiar en las ficciones del mago ingles Newton Artemis Fido Scamander (1897-2001), el Basilisco fue criado por el tenebroso mago de Grecia Herpo (El Loco), siendo una serpiente de color verde brillante que puede alcanzar más de quince metros de largo y de novecientos años de longevidad, luciendo el macho una pluma en la cresta de la cabeza.




   Plinio el Viejo, en su Historia Natural, toma al basilisco como una criatura real de apenas 30 cts. de largo, oriunda del norte de África y conocida en esa latitud como la “reina de las serpientes”. El Basilisco es un dragón-serpiente que muchas mitologías visualizan como la encarnación del obstáculo que el héroe debe de vencer. De mirada mortífera y vulnerable al canto del gallo al amanecer, el Basilisco ataca con la cabeza erguida, a la manera de las cobras. En ese lugar de la imaginación, no sabemos plenamente si también de la existencia, su esencia se extiende, frecuentemente también se evapora. Suele representar la figura personificada del demonio, del anticristo o del horror mortal. Imagen, pues, de la muerte, pero también del inconsciente, temible para quien lo ignora, pues es capaz de destruir y matar la personalidad. El Basilisco, haciendo uso del arma inmaterial destilada por la vista inconsciente del envidioso, “clava” los ojos en alguien con sus poderes maléficos, proyectando formas de pensamiento maligno, para imponerle su voluntad o la fuerza de su naturaleza, causando daño con su hábil mirada nefasta o al echarle “ojerisa”.
   Así, el basilisco resulta una de las imágenes arquetípicas para representar a los seres híbridos en su conjunto, es decir: a los animales o vegetales engendrados por dos individuos de diferente especie, en los cuales se da un doble desequilibrio u oscilación que rompe el equilibrio psíquico de la persona. Se trata, pues, de una figura asociada a la unión desafortunada de dos tendencias inconscientes de diverso signo, dando un ser que pulula por las regiones oscuras, ocultas y desconocidas, dando como producto  una creación infernal del psiquismo humano. El basilisco resulta así, por su doble composición un ser desequilibrado que como el bostezo idiota del caos equivale al fuego cósmico destructor. Es legendario que esta criatura corresponde a los peligros mortales que corren aquellos que se encuentran en las regiones insólitas, por lo que se lo hace partícipe de los innumerables seres que custodian el tesoro. Por ello también se le relaciona frecuentemente con el mal de ojo a nivel suprahumano.




   El aojador no es otro que el hombre cundido por el mal moral de la envidia, que intenta frustrar o arruinar el bien ajeno mediante la “magia de la mirada”, proyectando para ello una mezcla de negra desesperación, terror y angustia. En efecto el aojamiento o acción de aojar, especialmente poderosa en el contrahecho y en la vieja, puede manchar a un individuo o a una comunidad entera. En todas las culturas es sabido de sus influjos malignos cuando el aojeador u “ojete” mira un banquete sin posibilidad real de participar en él, siendo potente para echar a perder incluso la celebración de la comida compartida –gesto, pues, de mal agüero sólo comparable al acto de señalar a una persona con el dedo índice, el más penetrante e incisivo con que se pronuncia el alma humana, equivalente de picar, estigmatizar o, más modernamente, de denunciar a alguien para nihilificarlo o echarle baldón. El filósofo Santo Tomás de Aquino (1223-1274) era sensible a la creencia en la vulnerabilidad de los niños pequeños a ser atacados por el aojo de brujas y viejas.
   Las malas artes de los aojeadores, concentradas en el mal de ojo o “fascinación”, provienen de un pacto imaginario o real del aojeador con fuerzas demoníacas o sobrenaturales. Se trata de una pírrica fuerza que es más bien un negro fruto de las debilidades humanas condensadas, tales como la envidia, la frustración, los celos, la codicia, etc. Cuando un envidioso ve que un objeto tiene una cualidad o valor que le atrae o le gusta, desea usurparlo a su legítimo poseedor, antojándosele pues y sacando su poder de la ictericia y encono de la tristeza por el bien ajeno. El mal de ojo o “aojamiento” se basa en una creencia muy antigua cuyos orígenes se pierden en la oscuridad de los tiempos. En el Paleolítico Superior, en las culturas cluniacense y magdaleniense, el hombre de cromañón decoraba ya sus grutas con pinturas y grabados rupestres que representan en negativo la silueta de la mano abierta, presumiblemente con el fin de ahuyentar los malos deseos del “aojador”. Los fenicios conservaron esas creencias e hicieron de la mano abierta un talismán, el cual ha llegado hasta nuestros días por la cultura Palestina con el nombre de “mano de Fátima”. 
   Cuentan también que en la antigüedad, cuando Alejandro Magno incursionó por la India ordenó poner sobre los cascos de los soldados espejos con el fin de eliminarlos si se cruzaban por su camino al mirar su reflejo. Es creencia también de la antigua Grecia que pintar o labrar en la proa de las embarcaciones ojos azules para ver la línea a seguir a través del horizonte marino, cuya tradición se remontaría a los expeditos Argonautas.




   Los cenizos odiadores profesionales o “gafes”, repudiados por el resto de la comunidad, fueron cruelmente castigados en la Edad Media  por sus malos deseos con el “rollo” o la picota.  En el mismo mundo se creía que el canto de un gallo era fatal para el basilisco, el cual moría de inmediato, al igual si se enfrentaba a su propia mirada, lo que le resultaba fatal. Acaso por ello su icono se encuentra con frecuencia en los capiteles góticos y románicos como símbolo de la maldad y de la fuerza oculta que con una sola mirada es capaz de matar.
   El medioevo desarrolló profusamente el sortilegio del ojo representado en un talismán o en un amuleto, sobre en el mundo asiático, para liberar el “nudo” de la impotencia que su mirada hechicera perpetra. Se trata de uno de los símbolos “oriaojos” que se derivan desde eras prehistóricas, tales como la figura del falo erecto o el roble sagrado, consagrándole esa función además las plantas del abedul, el ajo, el aliso blanco, angélica o cedro bendito, la haya, el laurel, el anís, la ruda, el trébol y el espigó. También la sombra de un olivo, la “figa” brasileña, o el curioso gesto en que e aprieta el puño con el pulgar entre el anular y el cordial, el cuerno curvo o corno, todo tipo de figuras fálicas y el empleo de máscaras de expresión maligna resulta beneficioso contra las malas artes de los aojadores. Por su parte, en el Gran Basar de Estambul es común encontrar hoy en día a manera de talismanes contra tan temido mal anillos, piedras preciosas, nudos y fórmulas secretas. En especial es apreciada la turquesa, piedra azul reproducida a manera de un ojo, pues es creencia que los ojos azules son especialmente potentes para causar el mal y que por trasmisión el hechizo se disuelve, pues las cosas similares se atraen o anulan mutuamente. Capitulo perteneciente, pues, a la magia simpática, estudiado profusamente a principios del siglo XX por Sir James George Frazer en su clásica obra La Rama Dorada (Magia y Religión). Los alquimistas incluso llegaron a triturar turquesas para el mismo efecto, tomándola como poción, además de considerar su utilidad contra la picadura del escorpión o como anticrotálico. La turquesa además, al tener el color del cielo, protegía contra otros accidentes o “caídas” Así mismo se creía que la piedra verde de la malaquita ahuyentaba o libraba igual el mal de ojo que los terrores nocturnos y desconocidos. Tales rocas tienen, a decir de esas creencias, poderes “apotropáticos” o de alejar demonios, lo mismo que la representación de un pez. El Islam por su parte confiaba en creencias similares usando el color verde y el azul sobre un fondo blanco.   
   Los estratos históricos de la palabra “aojar” u “ojeo” están todos en relación con la mirada tomada como arma inmaterial con que unos hombres intentan imponer sobre otros su voluntad o su naturaleza. La fuerza o el poder de la mirada pronto se asociaron con sus versiones negativas, con el mirar con malos ojos, con la mirada pesada y los ojos de pistola. Es decir, mirar a alguien con rencor o agarrándole “ojeriza”, actitud propia de los “ojetes”, no es sino ver algo con influencia nefasta o en el sentido negativo y disolvente de la mirada que desea el mal ajeno y, por tanto, con la mala voluntad –lo cual no excluye, por supuesto, que tales ojerosos sean además especialmente “ojialegres”. El “tallador de ojos” se asocia tímidamente también con la interjección “¡ox!”, o con la voz “¡oxte!” que usaban los ojeadores en su labor de ojeo para localizar la presa y ponerla a tiro de los cazadores  Lo mismo que la indicación de dedo índice sobre seres vivos tiene la función tal gesto o ademán de dominar con la mirada o de ojear a alguien para ponerlo a tiro.




   La idea de que ciertos individuos tienen el poder de lanzar hechizos malignos o de proyectar formas de pensamiento maligno con solo mirar a otra persona es prácticamente universal, existiendo en casi todos los idiomas un término para equivalente para designarlo: es el boster Blick alemán, el malocchio, el mauvais olei francés, o el español “aojear”. El latín tenía una palabra para la idea de atrapar mediante poderes o pactos diabólicos: es el fascinum, de donde se deriva la palabra castellana “fascinar”.
   Acaso la más terrorífica figura de la fascinación sea la de la mirada petrificadora de Medusa, una de las tres Gorgonas, quien en pleno uso de sus malas artes tenía el poder de petrificar a quien se atrevía a mirarla directamente, quitándole de este modo la vida -tal como sucede en el arte, especialmente cuando la poesía hereda el mito dogmáticamente, no en su función simbólica, sino en su función explicativa. La escena mítica más memorable de la fascinación es, efectivamente, cuando Medusa y Perseo se enfrentan. No podría decirse que tal figura escénica tenga como significado la fascinación, sencillamente porque la fascinación misma es una figura, una imagen, cosa que prohíbe enteramente interpretar a una y otra en la relación de significante-significado. No es tampoco, como recuerda Tomás Segovia, que uno de los términos sea el sentido directo del otro, como hacer una figura de una imagen, una imagen de una imagen, no es meta-connotación, pues el lenguaje figurado es de un solo grado y no admita la disección analítica posibilitada al lenguaje literal por los metalenguajes. Lo que se da más bien es una igualdad de naturalezas, que es justamente lo que posibilita la reversibilidad en los lenguajes simbólicos, por lo que no puede decirse que la figuras que forman la escena sean la descripción de la fascinación, porque el modo de confrontación es indecidible: realmente no sabemos, no podemos saber, en el sentido del saber enciclopédico, en que sentido la escena es una figura de la fascinación -porque, como veremos con detalle más adelante, el lenguaje constituido por la metáfora y la poesía se inscribe en una área de la cultura que no es saber verificable, no reductible al conocimiento positivo del lenguaje literal.














martes, 28 de enero de 2014

Bucentauros y Seres Híbridos Por Alberto Espinosa Orozco

Bucentauros y Seres Híbridos

Por Alberto Espinosa Orozco 




   Al igual que los Centauros, los Bucentauros y los Seres Híbridos merecen capítulo aparte, pues son en número indeterminado, si no infinito. Hijos de Descartes y descendientes del Dr. Fankenstain, los bucentauros obedecen al principio meramente lógico de la imaginación creativa, que se distingue de la reproductiva notablemente por su capacidad de componer figuras desmontando y reorganizando sus partes, por caso entre dos sustancias de naturaleza aparentemente inasimilable. Seres o engendros del tecnicismo metafórico, cuya sola carta de existencia se cifra en pegar dos cosas diferentes pero análogas, iguales en algún sentido por el que se puedan emparentar o pegar y zurcir (o bien que merezcan una atribución sustantiva como para formar una pseudo clase), sobre-poblando de este modo el mundo de pseudo-existentes o cuasi-cosas, menoscabadas o pobres, incoherentes o flojas en alguna de las modalidades del ser.
   Los seres híbridos obedecen a una ley, pues no es indiferente que sea una u otra parte de la figura la que se humaniza o se animaliza. Por ejemplo, en los seres mitad hombre mitad animal, la parte superior esta ligada a las potencias superiores del espíritu: la vista y el oído, los cuales son sentidos a distancia o que no necesitan el contacto o la proximidad inmediata. La vista, decía Aristóteles, es el más noble de los sentidos. Lo mismo puede decirse de la escucha que, como en la música, es un sentido meramente contemplativo.

   Por ejemplo, en el caso de Erictión, el hombre serpiente, el hecho de que los pies se encuentren animalizados en forma serpentina mientras que la cabeza permanece humanizada, indica un símbolo positivo y favorable. En efecto, la parte superior de la figura humana está ligada a las cosas mejores y nobles: la palabra, el pensamiento, la mirada, la escucha. La morfología de tal ser indica que lo superior es en valor específico a la parte inferior, ligada al deseo sexual y a los esfínteres, pero también a las extremidades inferiores y motoras que nos mantienen pegados, enraizados al suelo. El hombre serpiente se ha visto así como el iniciador o como el que somete a los discípulos o peregrinos a  una prueba. Por lo contrario el hombre con cabeza de león espanta, porque a pesar de ser el león un símbolo regio, indica que en tal ser hay un predominio de la fuerza sobre la justicia. Tal es también el caso de la Esfinge, cuyo acertijo, a decir de Thomas de Quincey debió ser solucionado por Edipo con una respuesta alternativa, pues el animal por quien preguntaba el monstruo era él mismo, Edipo de Colono, el hijo de sí mismo, el hijo de sus obras o de la técnica, el hombre sin origen entrevisto en Freud.



lunes, 27 de enero de 2014

Se Para el Reloj Por Alberto Espinosa Orozco



Se Para el Reloj
Por Alberto Espinosa Orozco 





Se para el reloj, no hay nada;
se para el tiempo: no existe.
"Aquí, le dicen los hados,
está lo que tú pediste:

El espacio congelado
de recuerdos que tú hiciste
-sin nunca mirar a lo alto
en el fango en que yaciste."

Avanza el reloj: no hay nadie
que al tiempo se le resista
-en su gotear de segundos
van las almas de los muertos

hacia el Leteo del Olvido:
se acercan a lentos pasos
bebiendo de oscuras sombras
borrando lo que no existe.





VI.- El Secreto… a Voces: la Falta Fatal de JEP Por Alberto Espinosa

VI.- El Secreto… a Voces: la Falta Fatal de JEP 
o de la Felicidad Humana 


   ¿Que quedará del poeta que no se haya ido ya en su átona carrera literaria? Acaso un cuento atómico, un ensayo fragmentado o el rescoldo de un experimento logarítmico, de esa literatura tan postmoderna, tan controlada por los sutiles hilos de hierro del totalitarismo ambiente, manipulada por la mano invisible de los Protocolos de los Hijos de Sion, determinada por la omnipresencia del Estado, inscrita de lleno en la Red Estatal de la Literatura, censada por el Ministerio del Amor y de las Buenas Letras donde se intenta normar no las buenas maneras novohispanas, sino la chabacanería del estilo coloquial proletarizador de la burguesía. Estilo trufado por  la lengua impura del vulgo, salpicado lo mismo de abyectas hipérboles que de exasperadas leperadas, contaminado por rebajamientos que sólo saben levantar las narices al aire para en sus contorciones serpentinas acercarla cada vez más al polvo del camino; manierismo de la palabra y de los modos saturado de vulgarismos urdidos por la locura fatal del convencionalismo, cocinados en la marmita de la frustración y el rencor de la melancolía, de los pactos suicidas con la nada, donde desaparecen los niños a la mitad del día, de cuentos fantasmales donde se fragua el caldo hirviente de las lacrimosas ausencias, de los amargos resentimientos, de las ácidas nostalgias en medio de cuyo hirviente caldo burbujeante sobresale como un icono intocable la inmensa cola kilométrica del grifo muralista, la cáscara reseca de los años devaluados, las permisiones de la esclava libertad retribuida por 20 mil pesos en escombros en medio de la técnica del plagio materialistamente trasmutada finalmente en un Volks Wagen.
   Quedará su compromiso con la ideología reinante de la desvencijada ciudad apocalíptica, su liga de esperanzas en el país sin esperanza: su fe entreguista a un socialismo de estrelleros donde vale más y se prefiere el Gulag stalinista o el puro de la comedia habanera trasmutado en el dulce amor por las bananas que el cómodo confort helado e imperialista de Wall Street. Literatura profundamente ideológica en su simplista secrecía, literatura espartaquista también, pues, avalada por el maligno autoritarismo del viejo labastidismo y su comité central,  en cuya Mafia, nacida en medio del poeticismo anarquista de la desobediencia y la rebeldía, los disidentes agasajados forman esa cúpula de la literatura nacional enganchada lo mismo con la gélida monarquía polaca en el exilio que con el franquismo español, con el fascismo ultramarino o el fariseísmo clerical de todo tiempo.
   A la postre, literatura del insatisfactible glotón empedernido denunciada impunemente por los colaboracionistas del caos; infectada por lo que el polvo se lleva y la memoria rechaza. Escritura publicitada hasta la saciedad, reaccionario estandarte promovido por la oligarquía nominalista que, en franco repudio de la tradición viaja a la antigüedad o a la remoto para llegar a ser finalmente como antes del bautismo. Literatura revolucionaria, en efecto que en su ansia de novedad toca lo efímero y se queda con el fragmento astillado de un bulbo o con la roída rodaja de una pastilla telefónica para adelantarse hacia atrás. Literatura que al hacer de la ruptura una tradición no puede sino rebajar el sentimiento del respeto al nivel de los circos de tres pistas tras la cara ajada y maquillada del payaso equilibrista donde todo habla de la ausencia de Dios y de la presencia de la muerte.
   Literatura del cronista de la ciudad inmensa que se delecta en lo menor, en el segundo milimétrico, solidarizándose así con los niveles más bajos de la creación. Microscópica mirada donde las nimias bestias devoran prodigiosos miligramos, o se alimentan de creencias milenarias, de descomunales dioses, de inmarcesibles héroes, de sagradas tumbas, como si se tratara de mosquitos –infectando cada letra con la ponzoña de un indisimulable nihilismo.
   Invocaciones persistentes al caos, pertinaz alago a la sordera, inmersión al laberinto lilipiputiense de las pesadillas insomnes y a la fatalidad de las destrucciones. Estilo consensado del pesimismo tímido, de la modesta rabia solazada en el quebranto cuya marea de vituperios quisiera exorcizar la oscuridad, la sórdida herencia del desagrado, la suciedad de la memoria –como si sembrando cizaña se pudiera cosechar el trigo. Socialización de la miseria, pues, cuyo ateo paganismo vuelve al vómito del perro para erigir estatuas: la traumática efigie marcada por la contusión final del golpe del azar donde sobre la página en blanco los signos saturan la indecible cabeza contusa de sí mismo.
   Producto e hijo de su tiempo el poeta así se despersonaliza en la obediencia de la noche, en la obra lóbrega de la indistinción, donde todos los gatos son pardos, para entrar al arcaico basamento donde se pierden en la oscuridad de los tiempos algunas cuantas sílabas conjuradas hace mil años en la Grecia antigua o en el desconocido oriente –mas donde queda registrada la  vergonzosa historia de la hybris fáustica de nuestro tiempo, de la historia fáustica en la que luego de la borrachera atroz los hombres se agarran a mordidas o felinamente se arañan las melifluas espaldas. Momento de la luz negra, que es más luz que la que viene del sol, fijado en el papel por las artes patentes del laboratorio literario, donde la censura política se vuelve cernidor poético que sólo deja hablar ya a su profeta: al cronista de la ciudad en ruinas y de la yerba trepadora de cínicas hojas, cuyos ojos se cierran al contacto áptico de la impertinente mosca esquiva -como quien pone una aguzada caña de bambú entre las uñas.
   ¿Que va a quedar así entonces del eximio literato? La apuesta por una visión inmanentista; el gesto torcido de la tecnocracia y la ingeniería social: los insulsos congresos; la vida en ausencia de Dios; los lastimosos caminos de la nostalgia y el hedonismo atroz; la falta de espiritualidad; la literatura como plagio, sin vuelo de inspirados, como experimento de laboratorio y como descomposición de la figura; el retorno a un rancio paganismo sin buena nueva, sin esperanza, desesperado... pero con buena paga; la solidaridad con los niveles más bajos de la creación, el monopolio de los privilegios, el morderse y el arañarse las espaldas... y su colofón inevitable marchando a pasos contados: la vida sin-sentido, el accidente y finalmente la muerte; es decir: los fragmentos postmodernos, diluidos, de una experiencia generacional errada.



Irás y no volverás Por Alberto Espinosa Orozco



Irás y no volverás 
Por Alberto Espinosa Orozco 

I
El poeta cantaba,
coloquialmente cantaba,
que irás y no volverás,
que por un breve tiempo sólo,
hablando de lo fugaz,
de lo perdido, repitiendo,
como el cuervo negro
del agüero de Allan Poe:
"Never more, never more,
never more..."

II 
El Paso del Poeta J.E. Pecheco

El poeta inconforme
a muerto, prisionero
de su propio credo:
sin pasar a mejor vida
ha muerto, pasando
sin quedarse en el pasado.

III.- Separación

Los separa no la muerte
ni el tiempo que lentamente
tiene el poder que separa:
hoy los separa el espacio
que es finalmente la cárcel
de quejas y de separos.



domingo, 26 de enero de 2014

La Memoria de los Padres II: Jorge Cuesta Por Don Alfonso Bulle Goyri


La Memoria de los Padres II: Jorge Cuesta
Por Don Alfonso Bulle Goyri

   Mi padre, un técnico, hombre adusto y lejano del mundo de la intelectualidad, fue muy cercano a algunos de los Contemporáneos, especialmente con Jorge Cuesta que fue uno de sus más cercanos amigos en los años de universidad y después juntos construyeron la industria alcoholera moderna de este país.
   Jorge Cuesta murió tres años antes de que yo naciera, pero en mi casa siempre lo evocaba mi padre. Cuando cumplió años de muerto, no sé cuándo, me padre me invitó a la ceremonia que hicieron en su tumba en el Panteón Francés de la Piedad. Fue una breve y emotiva reunión. Estaba entre los asistentes Aron Sáenz una legendaria figura de la Revolución, hombre cercano a Obregón y clave en la industria azucarera moderna de México. Ahí conocí a su hermana Natalia, hermosa mujer de grandes ojos y tez apiñonada. Se recitaron unos sonetos y todo se diluyó. Al final, mi padre y yo caminamos por las avenidas suntuosas de ese panteón y en un momento me dijo: “Sabes, Alfonso, yo no entendí nunca la poesía de Jorge, pero de lo que sí estoy seguro, es de que trabajamos juntos en el laboratorio de alcoholes y ahí los aromas nos hermanaban, y ahí es donde hicimos delicados perfumes que Cuesta regalaba a Dolores del Río, una mujer que admiraba Cuesta”. Otra anécdota de la vida.
   Hay una terrible y nociva percepción de Jorge Cuesta que ha desembocado en un mito atroz. Cuesta era un hombre de Ciencia y un artista que usa la ciencia como instrumento de creación. Canto a un Dios Mineral es una propuesta ligada al mito de la creación de la vida. Es perturbadora la ciencia química que practicó, algo así como una propuesta wagneriana sumergida en el Fausto. Eso me ha hecho pensar que Cuesta es un poeta fáustico, un poeta que con la plataforma de la ciencia penetra en los arcanos de la vida y siendo un científico, riguroso y dogmático, estuvo inquietantemente cerca de la vida. Sus investigaciones sobra las reacciones de oxidación estaban adelantadas a su tiempo. Todo eso es importante tomarlo en cuenta, antes de hacer fantasías que no corresponden a la realidad.
   Creo que el examen de Cuesta sobre el Mural de Diego Rivera es muy interesante pues desenmascara la incompetencia filosófica y científica de Rivera. El tema de la pasión amoroso es intrascendente en Cuesta. Su pasión por Lupe tiene un origen y un desenlace. Jamás ni celos ni sentimientos contaminaron su pensamiento frío, calculador y certero. Si usted lee el texto sedará cuenta que Rivera como todos los comunistas, estaban arrobados por el misticismo cristiano sin saberlo y Rivera quería tener, creo que con conciencia de causa, una religión en su alrededor siendo él el fundador, él el obispo y él el evangelista. Su arte es espectacular, pero incorrecta sus apreciaciones históricas y sus juicios científicos y filosóficos. Creo que los excesos de alcohol y de comida, le hacían trastabillar a Rivera. Cuesta sólo muestra que en el museo, la obra de Rivera deja de tener ese aspecto explosivo que le quería imprimir y en jn lugar neutro, su obra es pura forma y color.
   Me gustaría abundar en estos temas. He leído muchos años los ensayos de cuesta y por supuesto, muchos el poema central de su vida, Canto a un Dios Mineral. Ahí Jorge Cuesta va a entregar toda su sabiduría y todo su espíritu esotérico donde no deja de haber argumentaciones de orden científico y sociológico que lo distinguen como un pensador universal, un ilustrado renacentista por decirlo de alguna manera. Yo creo que ese poema no ha sido suficientemente estudiado y, la lamentable escena de Octavio Paz al no incluirlo en Poesía en Movimiento, revela la incomprensión del Premio Novel por la obra de Cuesta. Paz estuvo lejos de entender quién era ese hombre y estoy persuadido que los años en que Paz era el factotum de las letras en México, no se leyó a Cuesta porque había demasiada ciencia, demasiada filosofía, demasiada emoción y talento que no podía aceptar quien tenía la riendas de las letras mexicanas. En Paz si me parece advertir envidias y sentimientos extralitararios que confundieron e intentaron eclipsar a Cuesta. Hoy creo que las cosas son muy distintas y la obra de Jorge Cuesta esta lista para de nueva cuenta ser examinada.[1]
Salud.






[1] Volpi ha trabajado a Cuesta y el poeta Alberto Blanco escribió una paráfrasis bastante mala del Canto. Debe haber algún texto que no sé si circule de Huberto Batis y quizás, no sé, de Juan García Ponse. También pienso que Salvador Elizondo se inquietó por el Canto. Todo eso es cierto. Panavier escribió por los años 80 la mejor y única biografía de Cuesta. Luis Marios Shnaider y Capistrán reunieron la obra que publicó la UNAM con un Excelente Prólogo. También hay algunos trabajos sueltos y no podemos descuidar a Luis Cardoza y Aragón, amigo íntimo de Cuesta y de Orozco. Asi que tampoco hay demasiado que buscar de bibliografía, casi toda a mano. Gilberto Owen es otro de esos poetas contemporáneos, junto con Bernardo Ortíz de Montellanos muy mal tratados por el mundillo literario de México, siempre tan necesitado de figurones y tan displicente a escritores de altura. Me parece que Guillermo Sheridan es una excepción. Ha trabajado con seriedad aunque sus devaneos con Octavio Paz a veces le hacen marcar el paso a destiempo. Pero en fin, Owen es un grande y un poeta que hay que retrotraer y leerlo para comprender la dimensión no romántica ni solemnizada de los contemporáneos, sino para comprender un momento crucial en la historia del pensamiento moderno y contemporáneo de México.




La Memoria de los Padres I: Andrés Henestrosa Por Don Alfonso Bulle Goyri


La Memoria de los Padres I: Andrés Henestrosa
Por Don Alfonso Bulle Goyri 


  Tuve la suerte de conocer a Don Andrés Henestrosa en el camellón de Álvaro Obregón, una tarde de invierno, entre la estantería de los libros viejos que se suelen poner los domingos. Estaba mirando libros cuando él se colocó a mi derecha, al verlo lo saludé. El me preguntó que si lo conocía y le dije, por sus libros, pero mi padre si lo conoce y muy cercano. Extrañado me preguntó que quien era mi padre. Le di el nombre. No lo recuerdo, dijo. Bueno, le dije, es posible que con tantos años se haya olvidado de su nombre, pero fue compañero suyo en la legendaria Preparatoria Nacional de la generación 20-24, en la que compartieron butacas Miguel Alemán, Los hermanos Ortiz Mena, Antonio Carrillo Flores, Andrés Serra Rojas y otros eminentes preparatorianos. Entonces, muy entusiasmado, me dijo que si mi padre vivía. Le dije que sí. Me citó para comer en el Prendes. Me dio fecha y logré la reunión. Los dos viejazos. Uno ingeniero químico y el otro abogado, poeta e intelectual. Yo sólo medie la reunión con humildad. Tenían 75 años de no verse. Se saludaron y se inició una charla de poco mas de 4 horas, con una ingente cantidad de wiski que consumieron con energía. Con cada hombre se sumaban casi 200 años. Tenían en ese momento 98 primaveras. Un par de años más tarde murió don Andrés y mi padre por esas fechas se despidió. Una anécdota que recuerdo con cariño.

   Salud.



Los Grifos Por Alberto Espinosa Orozco

Los Grifos
Por Alberto Espinosa Orozco 




   El Grifo es un animal fabuloso de la familia de las aves. Pájaro con alas, garras delanteras y cabeza de águila, el cuerpo y las patas traseras de león y larga cola de reptil.
   Para el cristianismo el Grifo tiene una simbología marcadamente dual: o bien representa al Salvador, o por lo contrario es imagen de quienes persiguen y oprimen a los creyentes, al mezclar en un monstruoso híbrido la rapacidad del águila a la ferocidad del león. En efecto, para la emblemática medieval en el grifo hay un redoblamiento de la naturaleza solar al participar del simbolismo del león y el águila, la fuerza y la sabiduría, participando también de la tierra y el cielo símbolo de las dos naturalezas de Cristo: humana y divina. Fuerza de salvación, el grifo ha sido también interpretado por la emblemática cristiana conversamente, a la manera de la imagen del demonio de rango satánico o de Satán mismo (hestiseki). Su naturaleza híbrida le quita las virtudes de sus dos sustancias enlazadas: la franqueza del león y la nobleza del águila, resultando así una fuerza cruel en su significación desfavorable. Para el cristianismo el grifo es símbolo así de lo abisal, de lo informe, de lo tenebroso, de lo caótico –o dicho civilmente, de la fuerza mayor o del peligro inminente. Formulado con la vieja conseja popular española: detrás del dios simbolizado está el simbolismo del diablo.
  En la cultura hebrea es símbolo de la antigua Persia y su doctrina característica: la ciencia de los magos. El grifo oculta entonces el poder de la invisibilidad de Adristha (o el invisible). En pluralidad se les asimila a las monturas de las shakati. Por su parte la cultura griega vio en él a una fuerza mayor y monstruosa encargada de guardar y vigilar los caminos, el tesoro, al mismo árbol del  la vida en el país de los Hiperbóreos en los confines septentrionales de la tierra, o bien es el guardián que se opone a los buscadores de oro en las montañas. Es también la montura de Apolo. Con esta imagen se le ha empleado frecuentemente a manera de ornamento, personificando acaso al buen guardián, la fuerza y la vigilancia, no menos que el obstáculo a superar para encontrar el tesoro.



   Dante lo vislumbro bajo la forma del monstruo gigante Gerión en el puente de los Capítulos XVII y XVIII de su infernal Comedia, justo al llegar al extremo del séptimo círculo del infierno. Se cuenta que Gerión, Rey Fabuloso de las Baleares, tenía tres cuerpos y multitud de toros rojos que apacentaba con carne humana. Acaso por esos atributos el poeta lo asocia a los usureros y los fraudulentos y lo asimila a un dragón gigante en forma de grifo que va a trasportar al poeta y a su maestro a un lugar en el Infierno llamado Magebolgue (La Bolsa o La Alforja Maldita). El lugar de piedra ferruginosa, igual que la cerca que lo rodea, encierra a los alcahuetes y a los fraudulentos –abismo inmundo donde comienzan Las Fosas, las que se adentrarán en la negrura conteniendo y castigando a trasgresores cada vez más irredimibles, empezando por los seductores por cuenta ajena y los seductores por cuenta propia.
   Aparece justo después de que los poetas heroicos han cruzado la temible cascada de Flegistón con su agua teñida de sangre, y se enfrentan aterrados al insondable abismo. Dante hace alusión a un cordón y a la pantera de pintada piel. Se cuenta la fábula del Cordón de Gerión, con el cual se puede lazar a la monstruosa bestia, siendo en su interpretación moral imagen del conjuro que por la virtud de la magnanimidad y la verdad transfigura y amansa la barbarie del hombre acérrimo del fraude o la rapiña.  
   Así, después de que Dante y su maestro Virgilio abandonan el recinto donde los usureros son azotados  por el doloroso fuego llega desde el cielo el esperado Gerión quien deja a los poetas montar en su grupa y bajando en cien rápidos círculos como el halcón para dejarlos en el fondo del abismo, al pie de la desmoronada roca, en el precipicio de llamas y lamentos, para alejarse cual saeta lejos de las aguas del abismo. La descripción que de él hace Alighieri al inicio del Canto XVII es memorable y más que suficiente:
   “He ahí a la fiera de aguzada cola, que traspasa las montañas y rompe los muros y las armas: he ahí la que corrompe al mundo entero”. Así empezó a hablarme mi Maestro e hizo a aquella una seña, indicándole que se dirigiera hacia la margen de piedra donde nos encontrábamos. Y aquella inmunda imagen del fraude llegó a nosotros, y adelantó la cabeza y el cuerpo, pero no puso la cola sobre la orilla. Su rostro era el de un varón justo, tan bondadosa era su apariencia exterior, y el resto del cuerpo, el de una serpiente. Tenía dos garras llenas de pelos hasta los sobacos, y la espalda, el pecho y los costados salpicados de tal modo de lazos y escudos, que no habido tela turca ni tártara tan rica en colores, no pudiendo compararse tampoco a aquellos los de las telas de Arácnea.”



  Dante retrata al monstruo Gerión cuando la detestable fiera se mantenía sobre el cerco de piedra que circunda la arenosa llanura, agitando su cola en el vacío, levantando el arma de su poderoso dardo como hace el escorpión. Su tornasolada indumentaria hace ver lazos y escudos cual palabras falsas que encadenan, como la trampa de las falsas palabras, cuyo otro filo es el de encubrir, la defensa artificiosa de sus enredos. El espejo, pues, inverso y deformado de la verdad. Gerión queda asociado por contigüidad o metonimia a los violentos y usureros que por arriba preceden los sufrimientos de los fraudulentos y concupiscentes que los suceden por abajo del abismo.
   Mira de perfil y rara vez de frente y de arriba a abajo. Se alimentan como los tártaros, los toros de Gerión y el Minotauro, de carne cruda. Símbolo de fuerza y vigilancia, lo es también del obstáculo para llegar al tesoro. Su símbolo abraza así tanto el dominio del miedo como el del heroísmo. Se ha querido moralizar la imagen del Grifo como metáfora del trabajo, en el que el héroe vence a un yo inferior para desarrollar otro yo superior, que deja pues morir al hombre viejo superficial para que nazca el nuevo hombre que encuentra los tesoros del reino interior espiritual. El símbolo hablaría así de la necesidad de regeneración, del hombre nuevo para poder crear y vivir en un nuevo mundo.
   Haciendo un repaso, puede hablarse de una especie de “complejo de Dite”, visitado y descrito por Dante bajo el consejo de Virgilio, y en que van a ir apareciendo casi todas las fieras de la presente revista. En el camino que va del Capítulo IX al XVII el poeta inmortal y su maestro se adentran propiamente en el infierno: se trata de la ciudad fortaleza de Dite, es el campo del dolor y los terribles tormentos del Tártaro, ceñido por la laguna Estigia donde son los incontinentes arrojados, condenados a la laguna cenagosa de insolente tufo y que exhala gran fetidez, para ser azotados sin cesar por el viento y la lluvia y chocar entre sí con estridentes gritos.
   Al divisar la alta torre en la ardiente cúspide de improviso aparecen las tres furias infernales de movimientos y miembros femeninos. Las vengadoras tintas en sangre son las Erinnias, que se desgarran los pechos con las uñas, golpeándose con las manos dando fuertes gritos que invocan en repelente vecindad el fantasma de la Gorgona Medusa. A las puertas del Tártaro, recuerda Virgilio en el Capítulo VI de la Eneida, vagaban en su primera exploración los fantasmas de Briareo, el gigante de cien brazos, la Hidra de Lerna, la Quimera monstruosa con su cuerpo de cabra, las Gorgonas, los mil centauros y la sombra de los tres cuerpos. Es el lugar del olmo enorme que en aquel antro extiende sus ramas seculares y donde habitan los sueños vanos pegados como insectos a las hojas.
   Un ángel cruza no sin atronar a la raza réproba y abre paso sobre la puerta de la ciudad prohibida. El triste abismo es un campo de antiguos sepulcros envueltos y encendidos eternamente en un mar de llamas haciendo montuoso el terrible terreno. Las lozas levantadas de donde salen lamentos, dolientes suspiros y un triste hedor solo quedarán cerradas cuando vuelvan de Josafat las almas con los cuerpos que han dejado arriba. Pasan por el sector de los heresiarcas epicúreos, encontrándose no sólo con Farinata Uberti, Federico II y con el cardenal Otaviano degli Ubaldini, sino con su antiguo maestro Cavalcante de Cavalcanti, sombra desoída, que hace el más deslavado y triste de los papeles. Habitan esas regiones sombrías, violentas y fraudulentas, el inmenso pueblo prolífico de vicios, pues es indescifrable la multitud de los delitos que no enumera la garganta de hierro ni las cien lenguas: suicidas, blasfemos, incendiarios, ladrones, hipócritas, aduladores, hechiceros, simoniacos, falsarios, rufianes y barateros pueblan ese hoyaco no menos que cianitas, parricidas, avarientos y sediciosos  y en general a todos aquellos que desprecian o injurian a la Naturaleza y sus bondades.
   Alejándose de las murallas ferruginosas de la fortaleza los bates van hacia el centro de la ciudad por un sendero que conduce a un valle que exhala un hedor insoportable, fetidez que despide las horribles emanaciones del profundo abismo. Al llegar a un alto promontorio de rocas rotas y acumuladas en círculo, donde haya el primer recinto del séptimo círculo, encuentran tendido al monstruoso Minotauro oprobio de Creta, el cual al verlos se muerde a si mismo de ira saltando de un lugar a otro. Junto a la roca hendida crece el río de sangre donde hierve aquel que por medio de la violencia daña a los demás. Al igual que la montaña que rodea toda la llanura hay un ancho foso en forma circular  al pie de cuya roca desgajada corren millares de Centauros atravesando con sus flechas toda alma que sale de la sangre más de lo que le permiten sus culpas. El río que de ahí deriva no es otro que el Flegestón.



   Se les acercan los Centauros Quirón, nuestro viejo amigo, seguido de Foló maldito por los lapitas y Neso, engañador de Deyanira y vengador póstumo de su propia muerte. Montando en la grupa del ágil y gigante monstruo Neso por comando de Quirón, los poetas marchan por la orilla de aquella espuma horrible donde hierven ahogados y sumergidos lo mismo los tiranos Pirro que Atila o Sexto que Alejandro y Dionisio,  o los dos Renatos asaltantes de caminos. El Centauro Neso vadeando el sanguinario río los hace entrar al bosque oscuro donde anidan las brutales Harpías, formando el segundo recinto del séptimo círculo, el cual linda con el tercer recinto o los terribles arenales.
   El Bosque espeso y oscuro no es surcado por sendero alguno, de follaje nada verde sino oscuro, de ramas no rectas sino nudosas y entrelazadas, no conociendo más fruto que las espinas venenosas. Es la espesa y áspera selva de los endrinos donde anidan las brutales Harpías de alas anchas y rostros y cuellos humanos, que llevan garras en los pies y el vientre cubierto de plumas y están subidas a los árboles lanzando extraños lamentos –unos son los de Celeno presagiando el mal futuro, otros son los chasquidos de Tisífona que con su cabellera erizada de serpientes castiga a los culpables con su látigos que silban como lenguas de víboras.
   En Bosque de los Endrinos encuentran los poetas el alma de los suicidas encerradas en nudosos troncos, mientras las Harpías devoran las hojas de aquellos espíritus tan feamente encarcelados para que el dolor se abra paso y exhale. Después de hablar con dos parroquianos, los escritores llegan al Arenal Inmenso. Espacio cubierto de arena ácida y espesa por donde caen grandes copos de fuego eterno redoblando el dolor de las almas que ahí se aprietan. Así como el sangriento foso circunda la dolorosa selva, el bosque de Endrinos rodea cual una guirnalda el arenal que toda planta rechaza de su superficie, por do van las almas desnudas llorando miserables, unas yaciendo de espaldas contra el suelo, otras sentadas en confuso montón, otras continuamente andando y dando vueltas alrededor de las otras agitando sus míseras manos sin reposo apartando a los lados las brasas perpetuamente renovadas.
   Luego de escuchar los impíos ladridos de Capaneo, rey de Tebas, martirizado sin par al alimentarse de su propio despecho y rabia,  los genios van arrimados siempre caminando por la orilla del bosque para no poner los pies sobre la abrazada arena, hasta llegar a un riachuelo rojo horripilante que corre por la arena y que en su notable corriente toda llama amortigua. El lugar donde desemboca la selva es el río de color rojo horripilante de orilla y fondo petrificados. Es el Flagetón, río macabro que sigue a la laguna Estigia formada a su vez por el Aqueronte, originada a su vez por la lluvia de las lágrimas del gran monarca del monte Edna (acaso imagen de Saturno y espejo de Roma). El río sangriento de Flagetón por fin forma en el abismo al pálido y último río del Cocito.
   Marcha entonces Dante tras Virgilio por una de las orillas petrificadas del río, cual ribazos sumidos en la densa niebla, cuando son asaltados por una legión de almas atadas en mesnadas para llorar eternos tormentos. Se acerca el rostro abrazado y desfigurado de su maestro y amigo Brunetto Latini, encadenado a literatos y clérigos de gran fama, preso en la inmunda caterva de Prisciano, Francisco de Acorso y Andrés de Mozzi. Luego de que conversan con uno de otros cuatro, desde la parte inferior de la roca escarpada, por el aire denso y oscuro aparece, como el buzo que sale del mar, el monstruoso gigante Gerión.



Andrés Henestrosa: las Verdades Sencillas Tercera Parte: La Mujer y la Escritura Por Alberto Espinosa Orozco

Andrés Henestrosa: las Verdades Sencillas
Tercera Parte: La Mujer y la Escritura

Por Alberto Espinosa Orozco 
“Si los hombres son polvo.
entones esos remolinos
que se levantan en el camino
son hombres.”
Octavio Paz



VIII.- El Hombre
      Han comenzado los funerales del grande Andrés Henestrosa, porque tristemente el indio suriano zapoteco de pálida tez ha muerto. El educador, político, escritor, artista de la palabra oral y hombre de letras nació el 30 de noviembre de 1906 en el poblado de San Francisco, en Ixhuatlán, Oaxaca. De formación autodidacta adquirió por mérito propio una basta cultura universal, lo que le permitió incursionar en el terreno de la literatura, dedicando su vida a la difusión de los tesoros de creencias, costumbres y leyendas de la cultura regional zapoteca y de los pueblos de su estado nativo. Llegó de Huchitán a la ciudad de México el 28 de diciembre de 1922, día de los santos inocentes, a los 16 años de edad, con 30 pesos e la bolsa, sin creer en la divina providencia y con ningún plan. Llegó en un tren que tomo en su pueblo sin horario debido a los accidentes revolucionarios y pronto encontró en el Cine Máximo en la calle de Brasil un asiento como dormitorio, muy cerca. Apenas a una carrera de la casa del estudiante oaxaqueño, donde sus paisanos le permitían descansar por la mañana unas horas en la calle de Libertad 20 número 8.
   Desde muy joven cumplió con su vocación estética, llegando con el tiempo a cristalizar una obra de creación literaria en nada menor, destacando en ella el libro de relatos  Los Hombres que dispersó la danza (1929), dilatando su labor a obras como A los Cuatro Abuelos, Retrato de mi madre (1940), La confidencia a media voz, De Ixhuatlán por tierra a Jerusalén, tierra de Señor, El remoto y cercano ayer, El Maíz, riqueza del pobre, la epístola El tema de la muerte y Cena de Minucias (1970), colección de artículos en que retrata a las personalidades protagonistas de México.. También formó el extraordinario Diccionario zapoteca español, el cual enseñó durante años en Estados Unidos Fue maestro de literatura y lengua castellana en la UNAM y en la Escuela Normal Superior durante 40 años.
   Murió el día 10 de enero del 2008 a los 101 años de edad. En el Palacio de Bellas se le rindió un homenaje póstumo. Las exequias fúnebres contemplaron sobre una alfombra de color bermejo su ataúd de madera, ubicado al centro del marmóreo vestíbulo y bajo la cúpula del máximo recinto de la cultura nacional; una cortina negra cayó solemne desde lo alto del segundo piso cubriendo el fondo del espacio adornado con coranas de flores. Sus restos descansan en el Panteón Francés de “La Piedad”, en una cripta familiar junto con su esposa Alfa, en la ciudad de México.
   Recordar las obras de un hombre, los hechos y los sueños que marcaron la huella de sus pasos en su deambular por el mundo, es una forma de la vida sin tiempo y presente perpetuo al que llamamos eternidad. Rebelión de la memoria contra el poroso olvido que salva en la rememoración la ausencia histórica del hombre para preservar en la figura  a la presencia –pues por su resistencia al viento abrasivo del olvido se mide la altura metafórica e un hombre. Porque la figura de Andrés Henestrosa, hombre memorioso que en el mundo ha sido, es digno también como pocos del recuerdo y de la conmemoración colectiva.
   Hace apenas poco más de un lustro el sabio oaxaqueño visitó la ciudad de Durango gracias a la iniciativa del animador infatigable de la cultura local Lic. Héctor Palencia Alonso. Así, el maestr5ooaxaqueño viajo horas por aire y décadas por el pasado y la historia para llegar hasta  nosotros y volver a recordarnos de viva voz, como si de viejos alumnos se tratara, la lenta lección de los más acendrados valores nacionales, ilustrados por los personajes más señeros de nuestra historia cultural y temperados por los conceptos cardinales de la filosofía mexicana del siglo XX.
   Así, en una de las grandes aulas de la Casa de la Cultura de la capital estética del nor-oeste mexicano entre mágicos espejos señoriales que multiplicaron mágicamente el tiempo lejano del ayer hasta esponjarlo y trasportarlo vivo hasta ese espacio, el maestro Henestrosa convocó a la inteligencia durangueña para darle cumplimiento a una cita del saber que desde algún lugar nos estaba desde siempre prometida. Durante cinco días a una hora fija matutina nos habló entones de un tema selecto de su predilección, llevándonos en brazos de la imagen o del ensueño al encuentro de personajes legendarios y costumbres de otros tiempos, acariciando también frecuentemente la potencia sin par de las ideas eternas.    




IX.- La Mujer
   Así, Andrés Henestrosa  se ocupo de una de las figuras románticas más misteriosas y fascinantes de la zaga cultural mexicana: Antonieta Rivas Mercado. Ángel o musa perpetua del pálido zapoteco, quien durante evocó su figura con la minuciosa precisión de un burilista que trabaja sobre la brumosa superficie de una acuarela, imantando de tal forma el esplendor del fuego para con sus palabras aglutinar al polvo del camino.
   Antonieta Rivas mercado, en efecto, fue un modelo de cultura, un dechado finura, ejemplo de riqueza de no advertida riqueza. A mediados de 1926 el indio blanco, con escasos 19 años de edad, fue invitado junto con el grupo literario al que pertenecía a una cena ofrecida por la distinguida dama en su regia casona art noveau en la avenida Álvaro Obregón.  Así, de asiduo convidado a la mesa de Antonieta pronto pasó a ser huésped permanente, entrando a u mundo legendario habitado por la más sofisticada cultura cosmopolita. Le decía Andresito, quédese a cenar, después el coche que lo lleve. El orgullosos oaxaqueño rehusaba, pero ella le pedía que de sobremesa necesitaba leerle en voz alta traducciones de las lenguas extranjeras modernas, del ingles, francés, italiano, del alemán. La dama de sus mercedes se compadeció de él al darse cuenta de las potencialidades y paradójica sencillez del joven talento. Le enseño imborrables lecciones de urbanidad, etiqueta y las normas y formas de la civilización europea. La cuchara, Andrés, con la derecha; Andrés, la cuchara con la derecha -recalcaba. Sembró en Henstrosa así el anhelo de una educación superior, la inquietud por estudiar lenguas, abriendo las ventanas de la alta cultura ante sus ojos. Todas las tardes en su biblioteca le leía en voz alta a Joyce, a Rilke, a Swedemburg, a Pirandello que entonces estaba de Moda, a Cocteau, o O´Neell, pero también a los clásicos, a Schaquespeare, Milton, a Salomón, a los grandes poetas alemanes.
   Fue justamente en la biblioteca de la Señora Antonieta donde el futuro escritor leyó los cuentos de todos los pueblos, sus leyendas, mitos y fábulas, seguramente seleccionados por la culta mujer para el proyecto educativo de José Vasconcelos, quien armaría con ellos los magníficos tomos Lecturas Clásicas para Niños en dos gruesos y altos volúmenes memorables. Fue entonces cuado Henestrosa pensó escribir los mitos y leyendas que aprendió de niño en su tierra huchiteca. El libro se lo dictó directamente a Antonieta Rivas mercado, quien fielmente lo trascribió en la máquina de escribir, publicándose al poco tiempo casi sin ninguna corrección, tal y como se lo platico, como lo narro al oído de la Señora Rivas Mercado. Los hombres que dispersó la danza fue publicado y el primer ejemplar se lo entregaron a Henestrosa el viernes 30 de noviembre de 1929, el mismo día que cumplía 23 años de edad.
   Así, Henestrosa se quedó a vivir en casa de la Señora Rivas Mercado por más de un año, desde octubre de 1927 hasta el jueves 28 de febrero de 1929 –día funesto en que salió para unirse a la campaña de Vasconcelos por la presidencia en León de Aldama; Guanajuato –perdiendo súbitamente el paraíso y volviendo a la calle y a la miseria. Entró, luego del fracaso del movimiento vasconcelista, a la política y se acostumbró a vivir en las entrañas del monstruo.
   Los amores de Antonieta fueron desgraciados, en aquel entonces era discípula del pintor Manuel Rodríguez Lozano, de quien se enamoró perdidamente. Estando con el filósofo José Vasconcelos, por entonces exiliado en París, murió, en febrero de 1931. Su finca art nouveau se vendió al finalizar el mismo año –una pena, pensaba Henestrosa, porque el gobierno pudo salvarla, pero no lo hizo.



X.- El Habla
     Andrés Henestrosa habló desde su niñez tres lenguas: el zapoteco y el suave como lenguas de raza y el español –un español apreciarlo y arcaico, del siglo XVI, con añadidos de lenguas indígenas. Hombre de palabras, explorador no de letras muertas, sino del espíritu que las anima, el joven oaxaqueño pronto se dedicó al aprendizaje profundo del idioma castellano, para poder dominar y conocer su lengua, estudiándolo con denuedo y tenacidad, siguiendo en ello el magno ejemplo de Benito Juárez. Idioma que hay que saber y saber cuidar, porque un idioma que vive en el habla hace con su lengua la patria. Cuando se deja de hablar propiamente un idioma se mata al pueblo al que pertenece. Es por ello que el idioma es la patria..
   Su lengua materna, su primera lengua, fue así una lengua india, una lengua de raza m-porque aunque se hablen muchas lenguas, siempre se habla una lengua de origen, la lengua materna que se aprendió de niño. Uno de sus aspectos más importantes es el fenómeno de la oralidad, pues en mucho la cultura se compone de tradiciones orales, que perviven y se trasmiten al ir venir de oreja en oreja. Henestrosa se dio así a la tarea de preservar oralmente la riqueza tradicional de su lengua india zapoteca, conociéndola hasta su raíz, hasta el meollo de su etimología y en sus tonos e intenciones, en la reverberación de sus timbres y el columpio de su campañilla, rescatando de ella siempre el sentido creativo que guarda, la fertilidad metafórica y la analogía original de la palabra. Así, “guná”, que significa trabajo, viene de “guuna”, mujer –pues como dijo el Arcipreste de Hita: el hombre por dos cosas trabaja, la una cosa era por hallar manteneza, la otra, por hallar juntamente con hembra placentera. La mujer y el trabajo van de la mano, máxime tratándose de sociedades arcaicas o de agricultores. Así “guná” originalmente re refiere a la obra de la agricultura y de la caza, siendo los recolectores de peces maestros de las cazadoras de semillas, siendo así la riqueza –lo que para la cultura hispánica es la “lana”, para los zapotecos es entonces el “agua”.
   En la raíz de la etimología Henestrosa destacó siempre el sentido metafórico y poético que anima al lenguaje, siendo uno de los valores más preciosos de la lengua. El discurso del sabio suriano se basaba entonces en los hispanismos que se convierten en voces zapotecas y reversiblemente, en la coloratura que los zapotequismos toman al verlos bajo el cristal de la lengua hispánica.  Las lenguas indígenas han sido lenguas vasallas. Por ello Henestrosa desde la lengua reinante, desde el español, intentó siempre una labor de fertilización y enriquecimiento, curándola así de su sufrimiento y liberándola, por parcialmente que fuese, de su sometimiento.
   Porque las formas lingüísticas, que varían de región en región, aportan cada una algún elemento y cada lengua es una amalgama de culturas que dan por resultado una cultura, una manera de ser, como la manera inconfundible del ser del oaxaqueño. Porque el idioma es para el hablante algo más que una gramática, una sintaxis y un vocabulario, o una prosodia: y una ortografía; es un uso -único lugar donde es interpretable y donde toma sentido el palabra. El idioma es también el ánimo con que se la habla, la emoción con que se lo usa, y eso es muy difícil de aprender, en especial el tonito, el gesto, el ademán con que lo hablamos, que es lo más difícil de adquirir. Así, cada región geográfica y cultural aporta un elemento y es por esos elementos que es muy difícil, que es una verdadera hazaña aprender bien otra lengua, porque entraña el conocimiento de todo un mundo.
   Destroza, preocupado siempre por hacer un uso pulcro del idioma, adquirió una amplia cultura, dándole un uso culterano, incuso libresco a su conversación, sin despreciar por ello los dichos y refranes populares. Aprendió y estudió entonces perfectamente el idioma español, hasta proclamar haberlo dominado como oaxaqueño alguno.



XI.- La Escritura
  Pensaba Henstrosa que uno se hace escritor a fuerza de leer libros y un día se le a uno escribirlos. Pero lo que hace a un escritor de verdad no es publicar libros. No hay por qué escribir 30 libros, basta con uno. Un libro puede resumirse muchas veces en una línea, en una idea. Porque lo que hace a un escritor, decía Henstrosa, es decir lo que el pueblo piensa y siente; porque como el pueblo no tiene la manera de decirlo, entonces produce a quien lo diga, al escritor, al poeta, al escultor, al músico, al pintor, para que diga lo que el pueblo pide y requiere que exprese. Los artistas son así los medios por los que un pueblo expresa su más íntimo, profundo, recóndito  sentir. Por ello se escribe para todo, no para unos cuantos, mucho menos para unos solo, porque el escritor escribe siempre para otro –a fin de cuentas, escribe para la humanidad.
   Durante toda su vida a Andrés Henestrosa se le criticó por ser un escritor escaso, parco, perezoso. No es verdad. Porque además de ser un gran estudioso de la lengua zapoteca y castellana, sobre ser un lector disciplinado e infatigable que publico hasta el final de su vida, Destroza fue también uno de nuestros más caudalosos periodistas, oficio que desempeño por más de 70 años, dejando como herencia a la posteridad más de 20 mil artículos dispersos en toda una gama de periódicos y publicaciones. Artículos, pues, que publicó y que, como Dios manda, se los pagaron y con lo que se ayudó a vivir. Labor, sin duda, con la que ayudó a modelar la opinión pública de su tiempo y que ahora constituyen un acervo indispensable para la periodización de la cultura nacional, por desfilar entre sus páginas sucesos y figuras, y cuyas páginas quedan ahora pendientes a la tarea de la selección y compilación –paralelamente a lo que sucede en el caso del fénix de la durangueñeidad, Don Héctor Palencia Alonso, animador insobornable de la cultura local quien dejó entre las páginas de publicaciones locales, nacionales y extranjeras no menos de 7 mil artículos periodísticos aún por rescatar y organizar. 
   El escritor reconoció que, efectivamente, el periodismo es un medio difícil, sujeto a presiones de grupos, partidos e instituciones, acosado por males endémicos que distraen al periodista de su verdadero deber y perseguido por la marginalidad económica. Empero, recalcó que en el medio siempre hay alguno que resiste a todas esas tentaciones y rigores, por lo que siempre hay alguien que se salva.

   Andrés Henstrosa quiso escribir una novela. No sabemos si la terminó, ni si entre los reliquias materiales que dejo a su ausencia  se haya preservado. Lo cierto es que igual que Hernández con su Martí Fierro la platicó durante 50 años. No sabemos si como el gaucho de argento tuvo los meses felices para redactarla. De cualquier forma esa novela, que es la historia mítica de su vida, también lo caracteriza, porque un hombre vive no solamente por lo que realiza, sino también por lo sueña, por lo que ensueña.