Ángel Zárraga: Cubismo, Futbolismo y Nuevo Clacicismo
Por Alberto Espinosa
Por Alberto Espinosa
I
El movimiento cubista lo iniciaron los
pintores olvidados Meztinger y Alberto Gleizes, acompañados por el parco pintor
español Juan Gris, por el rudo y voluntarioso francés Fernando Léger y el astuto italiano sin imaginación plástica
Severini; Diego Rivera, Pablo Picasso, el poeta Guillaume Apolinaire y Ángel
Zárraga completaban la baraja.
En efecto, el hoy abuelo y tatarabuelo del
arte durangueño Ángel Zárraga, encabezó
marginalmente junto con un puñado de inmigrantes latinos y un cuarteto de
francés, el movimiento más importante que sacudió la estética contemporánea,
cerrando con broche y oro los límites extremos del arte de la representación y
la figura –por lo que no es de extrañar que la imagen de México con todo su
exotismo se repitiera con frecuencia ente los grupos cubistas.
En efecto, junto con George Braque y los
españoles Pablo Picasso, Juan Gris y el mexicano Diego Rivera, experimentó una
especie de geometrismo extremo de feroz facetismo, diríamos ahora
de-constructivo, en cierto modo derivado de Paul Cézanne (1839-1906) y Heri
Matisse (1869-1954), para crear el cubismo sintético, grupo que por tal
aportación al arte universal es conocido como la Escuela de París, en cuyo núcleo, el Centro de Arte Vanguardista, se
investigó las formas adaptables a la geometrización angular y la concepción
sintética del movimiento -taller y tertulia en la que giraban Jaques Villón, Marcel Duchamp, André Lothe,
Robert Delaunay y Francis Picabia. El artista mexicano formó parte también de
la Asociación de la Sección de Oro
de Léger, Picabia, Gleizes, Metzinger, Duchamp y Juan Gris, donde Ángel Zárraga
aportaba a la discusión teórica del grupo los exquisitos conocimientos sobre la
proporción aurea o la divina mesura, secreto
de secretos aprendidos en la Academia de San Carlos gracias a las
lecciones del maestro Alberto Lanndesio,
Santiago Reboul y Germán Gedovius[1]
Difícil hoy no aquilatar la grandeza y magnitud de su hazaña.
Porque la experimentación vanguardista es la
consecuencia última en el plano estético de los movimientos revolucionarios de
inicios del siglo XX. Empero, la verdad
es que el cubismo no fue sino una reacción antiimpresionsita, un formalismo o
mera búsqueda de la forma surgido del fauvismo y su especulación del color por
parte de “las Fieras”. La raíz del
dogma cubista vino de la sentencia de Cézanne: “¡Todo es cilindros, conos, esferas!” –y de la arquitectura moderna,
habría que agregar, naval, aérea. Sin embargo, el principio de la fisura
ocurrió cuando Zárraga agrega a la intersección de los planos las relaciones complementarias de las formas
y los contrastes simultáneos de las formas mismas... y el conflicto terminó en
desastre. Porque la consecuencia del movimiento revolucionario cubista fue su
pronta osificación en ortodoxia, en donde todo se estropeó, desgarrándose entre
equipos rivales. Y es que sumados al equipo teórico entraron en escena los
poetas Jean Cocteau, el viajero suizo Blaise Cendrars y Pierre Reverdy, siendo
éste último quien termina por imponer una dictadura puritana que prohibía
pintar retratos y paisajes, admitiendo sólo las naturalezas muertes de mesas de
cafés y guitarras –intento, pues, de reducir sintéticamente a los Picasso,
Rivera y Zárraga a meros epígono del
limitado Juan Gris.
Desde temprano Zárraga presintió el peligro
latente en una abstracción excesiva, limitando el intelectualismo abstracto de
los franceses en una reconciliación con el neoclasicismo –operando empero en su
pintura la experiencia cubista una revolución de fórmulas emancipadas y el
rigor sereno en el uso del color. Para Ángel Zárraga l´avant garde fue, en su conjunto, un error, una experiencia
equivocada, un movimiento frustráneo que llevaba en si los gérmenes de su propia
ruina, pues acarreaba como consecuencia una dolorosa enajenación mental,
producto de la abstracción de los otros, de sí mismo y de Dios. Porque en el
fondo las ideas de Gustave Couvert sobre la pintura por la pintura, implicaban tácitamente la negación
de la tradición –particularmente del ideal cristiano, cimiento profundo en la
historia del arte occidental.[2]
De ahí vino el desastre que acarreó todos
los desastres, pues se puso en evidencia ser hijos de una época sin fe, sin otro anhelo que resolver
insolubles problemas técnicos, donde se olvida que la vida no se resuelve en
pinturas, sino que las pinturas son sólo un medio de dar testimonio de un valor
espiritual. Zárraga responde a la mexicana con radicalismo religioso… y con
radicalismo francés: vuelve primero a los principios estéticos del
renacimiento, a las bellas líneas y los bellos colores en la celebración
dinámica del cuerpo humano, para remachar luego en el mismo clavo neoclásico,
con el propósito de reconfigurar el arte humanista y religioso contemporáneo.[3]
Aquella experiencia frustrada dejo, no
obstante, cuadros memorables -acaso el mejor de todo el cubismo, el lienzo del
poeta español El Lector Juan Ramón
Jiménez.[4]
Obra revolucionaria de pureza mística y perfección áurea, que pasó con sus
jugos nutricios por nuestras narices como un fruto maduro sin que muchos ni
siquiera se acercaran a olerlo. El pintor durangueño, que desde un principio
derrotó en Europa todo escepticismo sobre sus subidos méritos, especialmente en
el arte del retrato, aporta así a la tradición del arte una imagen
perfectamente cubista... pero viva - pues junto al esquematismo y fragmentación
que le es propio al estilo, junto con la desecación de la forma, el desmenuzar
de los volúmenes y la descomposición del color, hay en la estructura geométrica
buscada no sólo el peso y la densidad de los volúmenes sólidos con sus efectos
lumínicos, sino algo más: el encuentro con una especie de aura en calma, cuya
fija firmeza, por decirlo así, nos da en un hojear de su presencia estructural
la representación del poeta (del más alto poeta intelectual español de la
primera mitad de siglo), en gélidos términos de rigurosa arquitectura, es
cierto, más mágicamente compensada por
la calidez conmovedora del color.
II
Sin embargo, la experiencia vanguardista fue
una experiencia generacional fallida, incapaz de trascender el positivismo
impreso en la luz amarga tras la inocente sonrisa auroral del impresionismo (Retrato
de Auguste Renoir, 1919). En efecto, de la claridad de la mera
impresión sensible se derivó una cruda calamidad: la de un arte sin excelsitud
y hasta mezquino, vacío de trascendencia. Al ver y vivir las consecuencias
arrojadas por el movimiento, Ángel Zárraga queda enfermo y horrorizado y vuelve
entonces a los principios clásicos y neoclásicos del dibujo de la anatomía
humana y el denudo femenino, encontrando en una pintura deportiva formidable la
esencia del hombre genérico.
¡Volver a las fuentes!, es entonces su
divisa: ¡al estudio del hombre! –que para él se resolvió como una vuelta lúdica
al estadio y una vuelta lucida a la Iglesia. En efecto, en medio de la más
profunda de las crisis que le tocó vivir, el pintor vio como nadie que nuestro
tiempo ofrece dos expresiones diferentes de la vida: una física y otra
espiritual. La física tiene su esencia en los grandes estadios deportivos: la
espiritual en los templos. Así, en el estadio estudia la celebración dinámica
del cuerpo humano y la comunión con la colectividad. Es precisamente en ese
periodo que Zárraga sale del cubismo para recuperar de nuevo el sentido de la
mecánica humana, sus movimientos armoniosos expresados mediante el culto
deportivo al cuerpo humano y a la precisión de los juegos, ejercitando su
naturaleza en el vigor corporal –explorando nuevamente así la maravillosa mecánica del cuerpo humano que
aprendió de niño cuando acompañaba a su padre el Dr. Fernando Zárraga realizar
la anatomía de los cadáveres.
En efecto, en La bañista sus
pinceles se empapan de color, de mar, de aire y de oro viejo. Porque si sus
figuras guardan siempre algo del hieratismo hindú, propio también de nuestra
cultura, en la frugalidad del color, en la paleta restringida y en la
inmaterialidad de las tinturas hay algo de la elegancia añeja, de la decadente
inercia ajada española, algo también de la frugalidad franciscana propia al
principio de belleza ascética y cristiana, lo que da a la pincelada esa
alquimia de gran finura y de prodigioso naturalista sintético.
En su primera estancia en París vivió
durante años con una maestra de gimnasia y deportista, llamada Junnette Ivanoff, quien fuera además su
modelo y protectora de 1919 a
1924 –otro paralelismo con Diego Rivera, quien además de iniciar sus estudios
europeos practicando el costumbrismo español y de participar activamente en el
movimiento cubista, vivió asimismo de joven con una mujer eslava: la pintora
Angelina Beloff, su primera esposa.[5]
En efecto, la crisis de angustia profunda
que deja como herencia la guerra danzando en el fondo de París y las delirantes
discusiones teóricas del movimiento estético por él encabezadas, lo hacen caer enfermo en el año de 1918. Durante su
enfermedad decide organizar su vida, casándose con una bella y atlética joven
cuyo verdadero nombre Zárraga intentaba mantener oculto. Hay quien afirma que
no era rusa en realidad, ni se llamaba Jannete Ivanoff, sino polaca, cuyo
verdadero nombre era Jeanne Moots. Lo cierto es que se trata de una fuerte
personalidad, de gran porte, maestra de danza rítmica e interesada en los
problemas de estética. Se ocupa del pintor quien recupera la salud física y se
casa con ella en 1919, viajan a California para luego vivir juntos en el # 9 de
los Chaletres Talleres de la Cité
des Artistes, en el boulevard Argo. Son de esa época los cuados que
nos visitaron: Estudio de Mujer, 1917; Las Futbolistas,
1922; Mujer de Rosa, 1922; Naturaleza Muerta, 1922;
Paisaje S/F. Jannette Ivanoff fue también una futbolista de fama
y renombre, llegando a ser la capitana del equipo Les Sportivs de París,
que gana el campeonato de 1922, por lo que es retratada por el pintor junto con
las estrellas coequiperas Hennrriete Comte y Thérese Renault.
En 1924 pinta una serie de
grandes lienzos sobre el fútbol, los cuales son comprados de inmediato por el
periódico Excelsior de París –y así como fuese el Fray Angélico
del cubismo se convirtió más tarde en el Ingres del Fútbol.
En efecto, en los cuadros deportivos y del
futbolismo Zárraga quiso expresar la mística de la acción y de los deportes,
donde desarrollar el valor de la voluntad y la fuerza moral aportada por la
disciplina. En realidad se trata de un empeño del artista por volver al estudio
del hombre y de su inalienable esencia. Así, el pintor continúa su reflexión
sobre la exterioridad expresiva del cuerpo humano, en especial de la figura
femenina, trasportando el lenguaje de la expresión mímica humana en términos de
un formalismo absoluto, aunque ciertamente amable y aún decorativo, con el cual logra profundizar en
la sicología y profunda complejidad del hombre moderno-contemporáneo,
alcanzando figuras no exentas de perfección y angélica monumentalidad.
Se le ha reprochado que en tal obra lo que
se expresa no es más que el culto a la
figura, al hedonismo del cuerpo, más que los valores clásicos de pureza y
serenidad. Algunos incluso han ido más allá, apuntando a la “transexualidad” de
los deportistas, a la visión de los sexos en una sola constitución humana. No
es verdad. Sin necesidad de ir tan lejos, lo que se puede decir más bien, como
no ha dejado la ciencia médica de denunciar, es el reconocimiento por parte del
pintor del fondo meramente biológico en las actividades deportivas. Época
efectivamente de hedonismo del cuerpo y de culto a la figura, la cual captó el
artista en un retrato a su primo coterráneo, el actor Ramón Novarro
(1919-1920).
A la búsqueda de valores clásicos de pureza
inmanente, el futbolismo de Zárraga añade empero una tesis de carácter social,
cuyo ideal es el de devolverle al pueblo pauperizado su bloqueado volumen de
voluntad y de fuerza moral mediante las disciplinas deportivas. Se trata, en
efecto, de una mística de la acción traspuesta popularmente a términos
deportivos, para enseñarla en México, donde abundan los soñadores, a
perfeccionar la molicie del cuerpo por el deporte.
A lo largo de su extensa obra el pintor
durangueño desarrolló efectivamente toda
una filosofía del cuerpo, refinando en ese tiempo su visón del movimiento, ya
que fue un gran aficionado a los estadios y a las competencias atléticas, a las
carreras de a pie, al fútbol, al básquetbol, a la natación, al rugby, al tenis.
A su prodigioso instinto de pintor se sumó el más cultivado talento hecho de
afinamientos sucesivos y aureolados siempre por el buen gusto, un poco seco, y
la elegancia de un paradójico espíritu: sereno y a la vez ardientemente
cultivado.
Torpemente se ha querido retrasar el
triunfo de los modernos, y de Ángel Zárraga en particular, por su cultura
francesa y su espíritu religioso –porque la actitud característica de la reacción
ha sido siempre la de fingir ignorancia para no comprender la vida radical y
desinteresada del espíritu, ya sea en política, literatura, religión o arte.
Empero, México ha querido ser un país original y eso sólo puede hacerlo siendo
radicalmente moderno –y una de sus visiones más potentes es, sin duda alguna,
la legada a su patria por los experimentos franceses aportados por el atlético
y culto pintor cubista durangueño Ángel Zárraga Argüelles.
III
Pintura soberbia fue el cubismo, experimento
de abstracción de la vida concreta que exigía por su excentricidad una
reacción: el retorno, pues, a la verdad humana.
La historia puede verse como una sucesión de mutaciones y de reacciones,
de excesos y de retorno a lo tradicionalmente asentado. Así a la revolución
cubista se sucedió el imperio y vuelta de lo clásico: de Rafael, de Ingres.
Porque el hombre, ese animal, esa máquina de huesos, está también permeado por
un sentido que sólo a él pertenece, siendo en la constitución humana los polos
equilibradores, centradores de la vida y de la salud, la armonización de los
planos físicos y espirituales –teniendo la grandeza física su escenario en los
grandes estadios deportivos, la espiritual su mejor representación en los
templos Su idea: la purificación del templo
del cuerpo por el deporte y del cuerpo del templo por un retorno a una renovada
comunidad de fe trascendente.
La primera incursión de Ángel Zárraga en la
pintura de gran formato la realizó en el año de 1917, en los estertores finales
de la Primera
Guerra Mundial, en la escenografía para la puesta en escena de Antonio y
Cleopatra de William Schaquespeare, montada en el Teatro Antonie de París, llevando a cabo un plan que rebasó
toda expectativa. De la escenografita saltó al espacio mural, realizando su
primera composición en la casa parisina de uno de sus coleccionistas
particulares, el Dr. Van der Hernst. Su segunda obra mural tardó siete años en
concluirla, ocupándose en ella de 1922 a 1929, en el Castillo Vert-Coeur, en Chevrease, cerca del Palacio de Versalles,
perteneciente al conde René Phillipon, pintando al fresco los espacios del
Oratorio, la biblioteca, el corredor, los muros de la escalera central y el
salón familiar. Por aquella época desatendió el llamado del Secretario de
Educación con Obregón, el filósofo José Vasconcelos, puesto que sus compromisos
de trabajo parisinos le impidieron su regreso.
Así, para 1924 inicia los murales a la
encáustica en la Cripta de Nuestra
Señora de la Salette, en Suresnes.[6]
Su cuarta obra mural la realizó en la Iglesia de los Mínimos, en Réthel: se trata de un fresco en el
que desarrolla el simbolismo de los cuatro evangelistas a manera de bestiario
simbólico: Águila, León, Cordero, Hombre.
Es invitado por su amigo Alberto J. Pani, en
1927 para decorar la Legación Mexicana de París,
realizando 18 paneles de intención mural para el Salón de Fiestas y la Sala de Estar, añadiendo a su lenguaje un tratamiento en estilo Art Decó. El mejor conocido de ellos, “Amaos los Unos a
los Otros”, tiene por tema el de la reivindicación de las clases trabajadoras, obreras y campesinas
oprimidas, bajo las figuras de trece mujeres vistiendo atavíos populares,
siendo la figura principal inspirada en la actriz Dolores del Río. En un estilo
moderno y decorativo logra una síntesis de laicismo y religiosidad con el tema
de la fraternidad universal entre las naciones y el de la integración de México
al progreso de las naciones civilizadas –ideal de una modernidad
revolucionaria, rectamente entendida, inscrito también en los vitrales de
Fermín Revueltas. También expresa las diferencias entre el mero inmanentismo
anejo al culto pagano y el contraste trascendente inscrito en la civilización
cristiana propia y acaso exclusiva de la mexicanidad. Una imagen de Cuauhtémoc
y otros dos paneles representando las cuatro virtudes morales y las tres
teologales cierran el conjunto.[7]
En ese mismo año de 1927 es propuesto por
André Honorat para ser nombrado Chavalier
dans l Ódre Legión d´Honeur (Roseta de Oficial de la Legión de Honor), reconociendo el
gobierno francés sus subidos méritos en sus 20 años al servicio del arte... a
los 40 años de edad. Durante su estancia en Francia conoció el pintor todas las
guerras y revoluciones que cada década sacudieron a Francia... conoció también las
que en el mismo siglo sacudieron a su patria. Ante ello el artista mexicano
respondió con un proyecto cultural de radicalismo y laicismo de inspiración
francesa, que trasplanta en términos de la filosofía cristiana los ideales de
la fraternidad universal entre los pueblos, la libertad del individuo y la
igualdad de todos los seres humanos.
En efecto, como vio Vicente Riva Palacio y a
su zaga Jorge Cuesta, si se escruta en nuestra historia, México es un país de
inspirado en la cultura francesa en todos sus órdenes, siendo Francia, la rosa
de la civilización, por su historia y
cultura, la influencia esencial de nuestro desarrollo nacional en el ámbito
espiritual y lo que le da su más profunda distinción y su carácter a nuestra
patria, siendo también el humus que alimenta la raíces de nuestra libertad en
todos los sectores de la sociedad. Es cierto, nuestra cultura encarna los
ideales de la cultura francesa sin proponérselo artificialmente, sino de manera
natural. Por doloroso que sea hay que reconocer que la nación mexicana no ha
tenido una verdadera existencia propia, ni ha existido propiamente una voluntad
y una conciencia nacional y las que ha tenido, las ideas gérmenes de una
responsabilidad histórica, han sido influencia del pueblo francés.
Vuelve a la pintura mural en el año de 1932,
trasladándose al África, a Marruecos, donde pinta en la Iglesia de Fedhala a Santiago
apóstol, patrono de los peregrinos y a Pedro y Pablo en su tarea evangelizadora
que siguen a las conquistas militares en tierras de infieles. De regreso a
Francia pinta un fresco más, esta vez en la Capilla de Cristo Redentor, en Guébrant, en la Alta Saboya,
también de tema cristológico. Obra de gran belleza, plenitud y grandiosidad de
la “Anunciación, Redención,
Bienaventuranza y Vía Crucis”. Sigue a esta obra la decoración de la Maisón du Café de París, en la Plaza de la Ópera, que aunque
posteriormente fue destruida -por reliquias fotográficas sabemos que trataba de
los Atlantes y de Don Quijote de la Mancha. Sigue con otra obra en la Sala de
Consejo del edificio de la Unión de
Minas de París.
Por último realiza tres obras murales más:
en la Cúpula de Mal Paso,
en Mégreve y en la Iglesia del
Castillo de Meudon plasma temas de la mitología griega, para
finalmente desarrollar en la Capilla
de la Ciudad Universitaria de París el tema central del humanismo:
la pasión de Cristo, sirviéndose de un planteamiento calificado de intelectual,
en pleno bombardeo en Francia por los nacionalistas alemanes en junio de 1940.
En el inicio de la Segunda Guerra Mundial alcanza todavía a realizar otro mural
más, esta vez en la Iglesia de Saint
Ferdinand des Ternes, sobre la vida y milagros de Santa Teresa de
Jesús, apoyado por el filósofo Jaques Maritain.
Se ha criticado a Zárraga de apoliticismo.
No es verdad. De hecho su regreso a México precipitado por las hostilidades del
espíritu guerrero, se debió más que nada al clima de frialdad creado en su
contra en el medio acomodado y artístico
en el que se desenvolvía, debido a su participación en la Radio Francesa,
donde difundió exhortaciones públicas a las naciones hispanoamericanas para
condenar el socialismo totalitario que surgió como una amenaza de
anti-humanidad, invadiendo como un cáncer a los países de eje, teniendo su
cedes en Tokio, Roma y Berlín. Al finalizar el año de 1941 parte de Francia y
al inicio de 1942 desembarca en el puerto de Veracruz con su esposa María Luisa
y su hija Clarita, acompañando su menaje de viaje de un automóvil Renault del
que no quiso ni pudo desprenderse.
IV
A su
llega a México pinta los murales en Los Laboratorios Abbot sobre el tema de la salud y la enfermedad.
Por instancias de Arturo J. Pani es contratado para un mural en el bar del Club de Banqueros, en el edificio
Guardiola, donde pinta la Alegoría
de la Riqueza y la Abundancia, La Miseria y el Placer y El
mito de Dannae y Perseo. Por instancias de su antiguo condiscípulo en
la Escuela Anexa a la Normal, Jaime Torres Bodet, se integra entre los
miembros fundadores al Seminario de
Cultura Mexicana.
Concluye la ábside de la Catedral de Monterrey, donde pinta
las ocho bienaventuranzas, separadas por unas filacterias que contiene textos
de los evangelios, terminándola, por cábala del destino, el mismo día de la
victoria aliada sobre la Alemania Nazi, por lo que la firma con la leyenda
“Aleluya. 6/X/45”.
Finalmente realiza uno de los cuatro murales
ideados para de la “Sala de lectura
José Vasconcelos” en los Talleres
Gráficos de la Nación, hoy Biblioteca México, en la Ciudadela, los cuales había sido encargada por el Secretario
de Educación, el ensayista y poeta del grupo Contemporáneos Jaime Torres Bodet.
Alcanza a concluir La Voluntad de Construir -dejando en proyecto El
Triunfo del Entendimiento, El Cuerpo Humano y La
Imaginación. Se trata, en efecto, de una serie en donde el autor quiso
representar, de modo edificante, el poder del hombre para transformar la
naturaleza en cultura y el tiempo en historia, por virtud de sus obras y sus
creaciones. Tema de la técnica moderna proveyendo al hombre del conocimiento
material para transformar la materia y su entorno, y de la cultura que presta
el conocimiento simbólico que precisa el ser humano como el otro medio para
desplegar plenamente su voluntad, siendo estos elementos los principios de un
mundo superior en una síntesis entre el mundo secular y el religioso y
cultural.
Obra de gran refinamiento que aspira a la
modernización constructiva de la patria, anquilosada por soñadores burócratas y
por legiones masificadas aletargadas, que exige además la madurez de las costumbres el despertar del
sentido común –reminiscencias también de la cultura tolteca o viejo toltecayotl
bajo la figura emblemática de la serpiente alada de Quetzalcóatl, lucero de la
mañana que dio los fundamentos clásicos de la grandeza de los antiguos
mexicanos bajo la especie de una cultura laboriosa coronada de plumas y de
cantos.
Al
igual que el genial compositor durangueño Silvestre Revueltas, Ángel Zárraga
muere de una pulmonía mal atendida el 23 de septiembre de 1946, a los 60 años de
edad. Hay que señalar que el resto de la comitiva, integrada por las máximas
figuras de la Escuela Mexicana, sólo supo guardar un lamentable
silencio.
Debido a la moda estética populista
derivada del movimiento revolucionario estratificado en institución, perpetrada
hasta nuestros días por la crítica de arte, se ha intentado restar méritos a su
trabajo, calificándolo de cursi, veleidoso, amanerado y hasta de elitista,
concediendo al vulgo parasitario de la burocracia oficial el aplauso a las
tendencias mundanas de Rivera y Siqueiros, rodeadas de elementos
existencialistas y decadentes que celebraban la muerte de Dios y de la
conciencia religiosa, para dar así rienda suelta a un paganismo permisivo y
moralmente lábil, cuya cuada desacralizadora nos aqueja hasta la fecha,
poniéndonos así de hinojos ante la presión de pueblos improvisados que
quisieran subsumirnos bajo su bandera y para adorar a su sus ídolos menores.
Dentro de su obra de intención mural, destaca
uno de los cuatro grandes oleos de composición circular, pintados en 1914, que
se titula El Cielo de la Acción. En ellos el artista vuelve a
probar su maestría armonizando sus composiciones en la difícil dinámica
circular de sus figuras. En el San Jorge, el pintor lo muestra
uno de los héroes míticos paradigmas de la historia de la humanidad,
especialmente para nuestra cultura
patria y muy especialmente para Durango, por tratarse de su Santo Patrono. La
tétrada es completada por Mctezuma Ilhuicamnina, el flechador del cielo,
David, y El Aviador o El Cielo de la Acción.[8]
V
Por último, hay que señalar que el retorno
al hombre implicaba un retorno a los orígenes y a la esencia de la naturaleza
humana, lo cual se tradujo para el pintor en una vuelta espiritual y geográfica
a México. El desarrollo de la conciencia íntima y personal de la patria lo
vertió el pintor entonces en términos de piedad, de simpatía y compasión por
los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno de sus cuadros más significativos, La niña
de la Lima (1942), se respira toda una inspiración de concentración
humanista, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa sencillez y
resistencia, y a la discreta actitud frugal propia del alma mexicana. Lienzo de
luminosa y dulce frugalidad y de sutil
pudor y analogía, que muestra en el desnudo un tratamiento de respeto profundo
a la intimidad de la persona.[9]
Ángel Zárraga descubrió así en el
radicalismo francés las raíces del laicismo mexicano y de la conciencia social,
intentando con el dinamismo y modernidad de su pintura contrarrestar el
enquistamiento de nuestra raza, tendiente a la moribundez, amando la salud y la vida. También encontró
en él la liberación de la conciencia individual, encontrando en las imágenes de
los templos lo más mexicano de nosotros mimos y de nuestra conciencia
individual, pues en las figuras sacras de las iglesias pueblerinas y regionales
está depositado el sentimiento más íntimo del alma nacional y la expresión
visible de nuestra especial manera de sentir la vida, cuyos hábitos religiosos
y anhelos de reconciliación y redención divina se trasminan en el arte popular,
haciéndolo así inigualable por su carga de interés trascendente, factor que da
cuenta del refinamiento en su elaboración.
Empero, en el medio académico ha sido sólito
propalar un falso laicismo también, que lo vulgariza al desviar su significado,
interpretándolo como falta de religión -equívoco que hay que disolver, pues ha
causado, sobre todo en la escuela misma, la depravación de los espíritus.
Porque el concepto “laico” se opone a “clerical”, no a “religioso”. El
laicismo, en efecto, es un concepto sobre la naturaleza de la sociedad, que se
deslinda por tanto de la religión, por ser ésta un asunto de conciencia
personal, justamente –por considerar que la conciencia social no debe
supeditarse a doctrinas o sentimientos reaccionarios o ser esclavizada por
doctrinas y sentimientos oscurantistas de la conciencia individual. En la
sociedad laica la doctrina religiosa, en efecto, deja de ser el fundamento de la
sociedad, la cual admite así que no se funda en ninguna doctrina, sino
directamente en su propia experiencia histórica y en su tradición. Principio de
realidad y de libertad, pues, que desencadena las almas de su grillete a
círculos sociedades detentadores del poder o de la organización social. Así, es el primer deber
de la sociedad laica es imponer la obligación de liberar la cultura de la
sociedad de grilletes impuestos por sociedades cerradas, para que ella se realice
tal y cual se da en su despliegue como cultura positiva y concreta. Así, el
laicismo no es sino la conciencia positiva de que la cultura y su contenido (de
arte, ciencia, técnicas, ideas e instrumentos de producción) pertenecen de modo
radical a la nación al través de la sociedad –y no de modo histórico o
tradicional a una clase, sea clerical, capitalista o proletaria.
Es así como la nación encuentra su fundación
en el laicismo, que es la sociedad fundada radicalmente en sí misma, que se da
ella misma el sentido que va tomando en su despliegue. No es entonces la
estructura o el predominio histórico o natural de una iglesia o clase
privilegiada o favorecida históricamente lo que le da el laicismo su estatuto,
sino precisamente lo contrario: la experiencia de la sociedad como libre fundándose
a sí misma. El laicismo es, en efecto, la expresión de la libertad social,
aneja a la responsabilidad: de liberar a la cultura positiva y concreta de la
sociedad de sus grilletes o ataduras convencionales, siendo por ello el objeto
de la conciencia social –no de la
conciencia individual, no del dogma clerical o del dogma marxista. Porque lo
revolucionario de un tiempo que evoluciona a otro no es un conjunto reumático
de normas individuales elevadas a categoría de aplicabilidad universal, mucho
menos una ortodoxia o un canon eclesiástico o una doctrina sagrada, sino la
experiencia revolucionaria o reformista de la sociedad como libre, producida en
el seno de la nación y fundada radicalmente en sí misma. Tal es la
responsabilidad verdaderamente revolucionaria: la de identificar a la nación
con la sociedad fundada radicalmente en sí misma. De la cultura francesa
heredamos las ideas republicanas del estado laico, siendo en el fondo laicismo y radicalismo una misma actitud de
espíritu.
Es por ello que la doctrina viviente de la
revolución mexicana está presente de forma silente, enclaustrada en la
profundidad de su cultura y en mucho está codificada en su pintura. Así, lo
verdaderamente revolucionario sería aceptar esa dimensión del arte nacional
–pero también la idea de la salvación de las culturas nacionales por la
cultura, de donde se desprende el programa de estudio de estas realidades para
la potenciación de los valores propios, como una salvación de las
circunstancias en donde se de una síntesis ponderada de mexicanismo y
universalismo, de civilización y humanismo.
[1] Posteriormente tal corpus de conocimientos clasicistas
fue vuelto a compilar por Santos Balmori Picasso en el libro Los Secretos
de la Sección
Áurea, publicado hace años por la UNAM.
[2] Ángel Zárraga practico la poesía continuando sus ejercicios en París
donde, junto con su amigo Guillaume Apolinaire, desarrolló una especie de
catolicismo modernista. Se publicaron en aquella ciudad sus libros de poesía:
Oda a la Virgen de Guadalupe (1917), algunos de cuyos versos aparecieron en la
revista mexicana de Contemporáneos; Tres Poemas (1934); Oda a Francia (1938) y;
Oda a la Victoria (1939). La editorial de la Revista Ábside publica su libro
Poemas 1917-1939 con prólogo de Alfonso Reyes.
[3] Como muestra de
ello llegaron a Durango, tierra natal y de los primeros años del artista, dos
soberbios cuadros clásicos de la vanguardia, donde lo marginal evoluciona para
volverse verdadera mutación central: Niña con torta, 1917, El
Lector Juan Ramón Jiménez, 1917, a los que hay que sumar el bodegón
heterodoxo Naturaleza con Barco y Concha, de 1922.
[4] Ángel Zárraga fue también uno de los grandes
retratistas del siglo, pintando desde Ramón del Valle Inclán y Juan Ramón Jiménez a Ramón Novarro y Dolores del Río,
pero también a lo mejor de la sociedad parisina, como Lucien Romier, Henrrí
Beqhín o madame Charles Brousse, siendo memorable el fantasma tomado a su amigo,
el mundano pintor Pierre Bonard, a los 46 años de edad, teniendo Zárraga 25
años, en 1912. Ello le permitió gozar en su carrera de un modesto éxito económico, que le permite
establecerse en la capital del arte, justamente cuando Ernest Heminguay la
recuerda en su inolvidable novela de costumbres
Paris era una Fiesta. Es memorable también el retrato que
realizó de Diego Rivera, en Toledo, en 1912. Obras a las que hay que sumar los
retratos efectuados en su última estadía y arraigo final mexicano: los niños Carlos
y Luis Prieto , la Señora Hilda Leal de Gómez y su hija Esther,
la Niña María Eugenia Souza y
Beatriz Asúnsolo con vestido de primera comunión.
[5] Ángel Zárraga
tuvo una hija, llamada Clara Bernadette y un hijo, Fernando, en México, de su
segundo matrimonio con la suisa-alemana Maria Luisa Gysi.
[6] De esta obra desaparecida, por causa de los bombardeos alemanes, se
conservan empero tres cuadros preparatorios de estilo cubista sintético,
custodiados por la Cámara Nacional de la Industria de la Construcción de
México. Se trata del tríptico “La
Anunciación, La Asunción y La Coronación”.
[7] La cultura de Francia es representada por el impuso moderno de la
aviación en las figuras de Nungesser y Coli, muertos en su aeronave al intentar
cruzar el Océano Atlántico y el triunfo de Charles Lindberg. Esta obra se
arrancó de sus bastidores y se arrumbó por años en los sótanos de la Legación,
para ser rescatados y restaurados hasta el año de 1980.
[8] El cuadro de San
Jorge se presentó en la tierra natal del artista del año 2006 flanqueado por otras dos imágenes de cuño
religioso: San Miguel (1939) y Juana de Arco, la Doncella
de Orleáns (1939). Lienzos de carácter metafísico que ponen de
manifiesto la realidad histórica actuante de la moral y de fe cristiana.
[9] Sin embargo, hay que señalar
que en la muestra de 2006 se ha querido hacer pasar alguna flor que no
pertenece al plástico jardín del artista. En efecto, el cuadro titulado “Corazón”
(1943), es un lienzo apócrifo y, hay que agregar que se trata de una pintura
balín y rascuache, pues no corresponde
ni a la finura del pincel del artista ni a su visión del arte. Se trata, en
efecto, de un burdo cahirúl, y de una imitación pintada además con mala fe Cuadro de
gusto charro colado por aquellos que quisieran fundar la vida cultural de la nación en el
fraude y la impostura, pues lejos de ser
una obra del espíritu estético del artista, nos presenta a un ángel sí, pero
pagano, a una joven autóctona inexpresiva
consagrada a Venus... pandémica, símbolo de los deseos terrestres y
concupiscentes de la carne, para colmo edulcorada con alas solferinas de algodón de feria,
imagen de la verdad neurofisiológica de la especie y sus instintos más
primarios, a la vez reducida al tipo de prietita despechugada enfurruñada y de
bigote, levantando un corazón de papier
maché, más propio de los carnavales o desfiles de 20 de Noviembre. Cuadro,
pues, que confirma la tesis de Jorge Cuesta, de que cuanto más nacionalista se
ha querido ser es cuando se ha falsificado más. Porque difícilmente alguien
puede ser buen mexicano si se es un mal hombre, si carece de gusto, si
pervierte confundiendo la sensibilidad con la voluptuosidad y la pecaminosidad,
si trastoca la poesía por el galanteo de alcoba o el socialismo de burdel. Obra
en una palabra reaccionaria, pues es esa la verdadera naturaleza de la
reacción: ignorar, no querer comprender, incluso pervertir la vida radical y desinteresada del espíritu,
ya se manifieste en política, literatura, religión o arte.
Mi nombre es Marcela Zárraga, soy sobrina de Angel Zárraga, crecí con la obra de mi tío, y el último cuadro cubista aquí presentado, realmente parece una pobre imitación de su obra, no tiene ni la calidad en el trazo, ni el colorido,
ResponderEliminarHOLA MARCELA, MUY INTERESANTE ME GUSTARÍA PONERME EN CONTACTO CONTIGO, PARA INTERCAMBIAR OPINIONES DE TÚ TÍO. MI NOMBRE ES AGUSTÍN MERCHANT, AMIGO DE LOS HIJOS DEL MAESTRO ÁNGEL ZÁRRAGA Y PRINCIPALMENTE DEL NIETO FERNANDO ZÁRRAGA.
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